¿Por qué Monica Seles nunca ganó Wimbledon?

Se quedó a las puertas en el verano de 1992, donde cedió ante Steffi Graf por 6-2 y 6-1. Pero la alemana no ganó aquella final, fue Seles quien la perdió.

Fernando Murciego | 9 Jul 2022 | 08.28
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Monica Seles y Steffi Graf en la final de Wimbledon 1992. Fuente. Getty
Monica Seles y Steffi Graf en la final de Wimbledon 1992. Fuente. Getty

Ha pasado una semana desde que Rafa Nadal convocara en la red de la Centre Court a Lorenzo Sonego para pedirle que, por favor, no alargarse tanto su chillido a la hora de golpear. Una escena insólita que a muchos nos hizo volver al pasado para encontrar algo parecido. Concretamente, un salto exacto de tres décadas, hasta la final femenina de Wimbledon 1992 entre Monica Seles y Steffi Graf. Aquel partido apuntaba a ser uno de los mejores de la temporada, la Nº1 y la Nº2 enfrentadas por un título de Grand Slam, aunque aquel sábado nada salió como se esperaba. Una decisión de última hora por parte de la serbia la llevó a perder de manera contundente por 6-2 y 6-1. Si todavía no sabes de lo que hablo, prepárate para conocer una de las grandes historias de este deporte.

A estas alturas entiendo que ya todos conocéis mi debilidad por la figura de Monica Seles, una jugadora que con 19 años ya contaba con ocho títulos de Grand Slam en su maleta, una cosa extraordinaria que no se ha vuelto a ver. Desgraciadamente, su historia ha quedado reducida al apuñalamiento que sufrió en el torneo de Hamburgo en 1993, el día que cambió el rumbo del circuito femenino, aunque antes de aquel episodio ya le había dado tiempo a escribir su leyenda. Terminó su carrera con un mínimo de cuatro finales en todos los majors… en todos menos Wimbledon. ¿Qué pasó en Londres? Solamente en una ocasión consiguió superar los cuartos de final en el All England Club, donde terminaría avanzando hasta la última ronda. Era 1992, su tercera participación en la hierba británica, momento donde la vida le sonreía más que nunca.

Antes de meternos en harina, un breve contexto. Seles tenía 18 años, pero venía de ganar el US Open 1991, el Open de Australia 1992 y Roland Garros 1992. Los tres últimos grandes llevaban su nombre, pero faltaba el último paso, le quedaba conquistar La Catedral para completar el póquer. Llegó a Londres con un balance de ocho torneos disputados en el curso: siete finales y seis títulos. Fue ganando partidos hasta pisar la soñada final, su primera en Wimbledon, donde le esperaba la rival de cada fin de semana, la segunda mejor jugadora del mundo, Steffi Graf. Era la tercera vez que se enfrentaban con un Grand Slam en juego, pero esto a Monica no le preocupaba. Ya le había vencido en las dos anteriores.

SELES, UNA RIVAL ENVIDIABLE

En apenas un par de años, aquella rivalidad se había convertido en el postre más dulce del tour, el partido que paralizaba al aficionado delante del televisor. Algunos ya veían en los Graf-Seles un relevo natural de los Evert-Navratilova, sin embargo, dentro de ese pulso entre gigantes, la de Novi Sad se posicionaba un par de pisos por encima. Ganando su tercer Roland Garros consecutivo –algo que no se veía desde hacía 55 años–, Monica silenció el debate superando a Steffi en el GOAT de las finales. ¿Cómo? ¿Qué no recuerdan el 10-8 definitivo en el tercer set? Cuando acaben el artículo, busquen referencias inmediatamente, por algo fue nombrada aquella obra de arte como el mejor partido WTA de la Era Open. La cuestión es que la serbia vivía en una nube, se sentía afortunada, saboreaba cada triunfo junto a su familia y se permitía los clásicos lujos que te va otorgando el éxito. Era la niña bonita del tenis femenino, la nueva reina, pero en Wimbledon eso iba a cambiar.

Desde el momento que puso los pies en Charing Cross supo que no sería un torneo fácil. Allí todavía le recordaban su ausencia el año anterior, una temporada 1991 donde Monica quedó invicta en Grand Slam: jugó tres y ganó los tres. Una lesión la dejó fuera de la hierba, pero la prensa no lo supo encajar. Rápidamente vio que no era bien recibida, solo tenía que atender a las burlas que recibía por parte de la prensa local, acusándola de ser demasiado terrícola, de tener miedo a jugar en pasto, aunque esto no fue lo peor. Los diarios más sensacionalistas se atrevieron a criticarla por sus chillidos al jugar, el clásico grito de Seles a la hora de golpear la bola. Todo valía con tal de desconcentrarla, incluso etiquetarla como una de las tenistas peor vestidas del circuito o caricaturizarla en numerosos sketches de televisión. ¿Se imaginan enfrentarse a todo eso con 18 años?

Pero Monica se reía, intentaba no tomárselo en serio, aunque por dentro llorara en silencio. El límite llegó el día en el que se filtró dónde se hospedaba, información que los más 'graciosos' aprovecharon para dejarle algunos ‘regalos’ en el buzón en forma de dibujos o insultos. La escena era de tan mal gusto que hasta se permitieron las faltas de respeto, columnas criticando su ‘cara de roedor arrugada’ o titulares aludiendo al ‘Chillómetro de Seles’, donde podía registrarse los decibelios de sus esfuerzos vocales. Lo más curioso es que ella jamás se percató del sonido que emitía cada vez que tocaba la bola, tuvo que pararse un día y ver un partido suyo. Cuando lo escuchó, pensó que era una broma.

“Yo estaba en mi zona de confort, no prestaba atención a ese tipo de cosas, pero mis chillidos hacía que mucha gente estuviera incómoda, ya fueran los oficiales del tenis, los aficionados o las propias jugadoras a las que me había enfrentado tantas veces”, comenta la estadounidense en sus memorias. “Muchas de mis rivales se quejaron al juez árbitro por este tema, pero no al principio, del partido, se quejaban con el 3-3 del segundo set. Ahí ya era tarde, ya no colaba. ¿Qué pasa? ¿Que antes no gritaba igual?”, confiesa con cierto humor. Pero no había ningún problema con esto, con todo el respeto y deportividad, ella se encargaba de cerrar el set por 6-3 y así ahorrarle el sufrimiento a su oponente.

NAVRATILOVA CRUZA LA LÍNEA

La prensa había calentado tanto el tema de los gruñidos de la serbia que terminó repercutiendo dentro de la pista. Se veía venir. En plena semifinal entre Seles y Navratilova, la checa se vio en una situación tan límite que decidió jugar la última carta. ¿Saben la escena de Nadal y Sonego? Pues lo mismo, pero hace 30 años.

“Habíamos jugado muchas veces entre nosotras, una docena de veces, además con un H2H bastante parejo, pero nunca le escuché una queja acerca de mi forma de jugar o de sonar. Aquel día, después de ganarle el primer set y en pleno tiebreak del segundo, todo cambió. Martina se quejó al árbitro por el ruido, que inmediatamente me pidió que me callara. Hice lo que me indicaron y ella ganó ese desempate por 7-3. No quería que todos se enfadaran conmigo, pero tampoco sabía cómo hacerlo. Era como intentar cambiar mi golpe de derecha a dos manos: simplemente, no sabía cómo jugar al tenis sin imprimir esas fuertes exclamaciones en cada bateo”, descubre Seles en su autobiografía, todavía sorprendida por lo sucedido.

Ya en el tercer set, Seles entendió que la única manera de enderezar el partido era volviendo a lo de siempre, a su esencia. Pero allí estaba Martina, valiente como nunca para volver a quejarse, y de nuevo el árbitro pidiéndole a Monica que se callara. ¡Era ridículo! “¿Es que a partir de ahora todos mis partidos iban a ser así?”, se preguntaba al borde del llanto. En un ejercicio de orgullo máximo, la Nº1 del mundo contuvo la respiración lo mejor que pudo para ganar 6-4 el tercer asalto y clasificar a su primera final de Wimbledon. Allí le esperaba Steffi.

Antes de la conferencia de prensa, Navratilova entendió que no había obrado bien, lo mismo que pensó Nadal hace una semana. Se fue a buscar a Seles, la cogió por banda y se disculpó. Por su parte, la de Novi Sad seguía confundida, había crecido viendo a Jimmy Connors hacer lo mismo y allí nadie se había quejado. No entendía qué había de malo. “¿Es que había unas reglas diferentes para las mujeres, igual que con el prize money? ¿Fue simplemente una estrategia? ¿La gente quería tanto ganarme que eran capaces de llevar a cabo esas acrobacias? El lado competitivo del tenis era feo, nunca antes lo había visto tan mal”, aseguró años después.

LA DECISIÓN QUE LO CAMBIÓ TODO

La prueba estaba superada, pero Monica no durmió bien aquella noche. Su éxito no estaba siendo bien gestionado por muchas rivales, tampoco por algunos aficionados, así que reflexionó acerca de probar algo diferente. Quizá, si era capaz de competir y ganar partidos sin emitir ningún sonido, el público y sus compañeras le tendrían algo más de aprecio. ¿Qué hubieran hecho ustedes? ¿Habrían cambiado esa tecla justo antes de la final de un Grand Slam? "No me pareció justo, pero tomé la imprudente decisión de silenciar mis gritos en la final contra Steffi. Gran error: una de las pocas cosas de las que me he arrepentido en mi vida”.

La velada duró 5h30min, pero no por la duración del partido, sino por los retrasos por lluvia. Tanto tiempo parada entre juego y juego solo hizo que alimentar el debate dentro de su cabeza, pero prefirió ir con el plan hasta el final. La obsesión por ser tan silenciosa como un rato desbarató su sueño, perdiendo por 6-2 y 6-1.

“Solamente saqué algo positivo de aquella experiencia, aprendí una lección definitiva sobre todo lo relacionado con complacer a la gente: nunca lo hagas. Siempre había luchado por esa parte de mi personalidad, odiaba sentir que había decepcionado a alguien por haberla molestado, pero el peligro de complacer a la gente es que al final nunca terminas complaciendo a la persona más importante: tú. En 1992 disputé mi única final en Wimbledon, lamentablemente, dejé que se me escapara de las manos con tal de que la gente me quisiera. No valió la pena”, sostiene con mucho dolor una Seles ya madura tras el paso del tiempo.

Uno de los que más tiempo compartieron con ella por aquel entonces fue Gabriel Jaramillo, uno de los técnicos más importantes en la célebre Academia de Nick Bolletieri. Hace unos meses pudimos entrevistarle para que nos contara su versión de los hechos, o mejor dicho, para revelarnos los secretos que ni siquiera nuestra protagonista quiso exponer en las páginas de su libro.

“El año que perdió en Wimbledon, antes de la final la llamaron de la organización para pedirle que por favor no hiciera ningún sonido durante el partido, por un tema de la televisión”, afirma el colombiano. “Esa era su manera de controlar la respiración, de tener el timing del juego, si le quitabas eso no podía jugar. Nosotros lo hablamos y quedamos en que tenía que hacerlo, no había otra opción, pero tuvo muchos episodios de burla dentro del vestuario con el resto de jugadoras. La imitaban, hacían ese grito para hacerle daño, aquello le impactó tanto que prefirió jugar en silencio. Si me llego a enterar de esto antes del partido, no hubiera dejado que pasara”.

EL SUEÑO QUE NUNCA PUDO CUMPLIR

Eso sí, aquel mal recuerdo no pararía a Seles, conquistando el US Open 1992 y el Open de Australia 1993. De los últimos once Grand Slams disputados, Monica había ganado ocho. Con 19 años recién cumplidos. Ahora me entienden cuando les digo que, de no ser por aquel tarado alemán, estaríamos delante de la mejor jugadora de todos los tiempos. Pero no pudo ser, incluso ella tuvo que arrastrar el pesar de retirarse sin haber ganando nunca Wimbledon. Cuando se acercó a la treintena y el impulso por dejarlo era más fuerte que nunca, la idea de darse una nueva oportunidad en La Catedral era de las pocas ilusiones que todavía la mantenían en activo. Un sueño frustrado que buscó con ahínco hasta el final.

“Es que soy muy terca, esa es la respuesta, sentía que todavía seguía jugando a un buen nivel de tenis. En 1992 pensé que tendría mucho tiempo por delante para ganar en pistas de hierba, pero el tiempo pasa más rápido de lo que jamás podría haber imaginado, así que ahora quería intentarlo de nuevo. No quería vivir con el pesar de no haberlo intentado”, se dijo a sí misma en el verano de 2002, diez años después de aquella derrota con Graf.

Esa temporada tuvo la fortuna de encontrar un cuadro cómodo hasta los cuartos de final, donde la cosa se complicó de manera importante. Monica cumpliría 29 años en diciembre, todavía no era una veterana, pero aquel día le tocó ante una de las jugadoras de moda, nueve años más joven que ella: Justine Henin. Le había ganado en sus últimos cuatro enfrentamientos, todos en el presente siglo, pero esta vez el premio se fue con la belga (7-5, 7-6). Una derrota cruel, pero no más cruel que los pensamientos con los que Seles tuvo que lidiar durante el trayecto.

Te estás haciendo demasiado vieja. Ella es más rápida que tú. Vamos, ¿de verdad crees que todavía puedes ganar un Grand Slam?”, se repetía una y otra vez, reflejando todos los traumas y falta de autoestima con los que tuvo que convivir en su segunda etapa como profesional. Después de perder el primer set, Monica tiró de esa energía innata para liderar 4-1 la segunda manga, pero ni siquiera ese volantazo le sirvió para creer en sus posibilidades. “La última oportunidad en mi carrera de ganar Wimbledon había terminado, recuerdo que la multitud nos regaló una ovación tremenda. Recogí mis cosas y salí corriendo de la cancha, furiosa por haberme saboteado a mí misma otra vez”.