
Desde hace un tiempo me he permitido el lujo de ir rescatando algunos de los extractos más interesantes de la carrera de Monica Seles, todos ellos autorizados en una autobiografía (Getting a Grip) que solo puedo recomendar encarecidamente. Por aquí se han contado ya los peligros que tiene el éxito a una edad temprana, la importancia que tuvo la decisión de jugar todo a dos manos o las habilidades que la ex Nº1 mundial buscó siempre en sus entrenadores. Hoy vengo a compartir uno de los capítulos más ásperos, la historia de la derrota más dura que sufrió como profesional, sufrida en el Miami Open del 2000 ante una de las rivales que mejor le tomó las medidas.
Damos un salto de 21 años en el tiempo, momento donde la carrera de Monica Seles ya arrastraba sus mejores y peores experiencias. Hace cuatro temporadas que no gana un Grand Slam, su determinación en grandes citas ya no es la misma y el apuñalamiento sufrido en Hamburgo 1993 todavía le genera mucho estrés. Todavía tiene 27 años, una edad ‘trampa’ para alguien que con 15 ya disputaba finales, por eso el agotamiento empieza a instalarse en su mente. Quitando ese desgaste emocional, el toque y el empuje no lo ha perdido, sigue comiendo en la mesa de las mejores, aunque justo en aquel momento salta fuera del top10 al no disputar el Open de Australia. Esta situación no duraría mucho, ya que la de Novi Sad volvería en febrero y levantaría el título en su primer torneo. En los dos próximos eventos no habría tanta suerte, cayendo con Davenport (#1) en Scottsdale y con Hingis (#2) en Indian Wells. Y entonces llegó Miami.
Conocido por aquel entonces como ‘The Ericsson Open’, Seles afronta el cuadro siendo la séptima cabeza de serie y, por tanto, está exenta de la primera ronda. Los dos primeros compromisos los resuelve cómodamente ante Lilia Osterloh (6-2, 6-1) y Lisa Raymond (6-3, 6-2) para plantarse en los octavos de final, donde le espera la nueva joya del circuito femenino: Anna Kournikova. La rusa apenas tiene 18 años, pero ya es la Nº9 mundial. Sin embargo, no era su tenis ni su edad lo que más le ‘molestaba’ a Monica.
“Oficialmente se había inaugurado la era de la ‘Gacela Rusa’, una criatura misteriosa con una potencia inusitada, unas piernas bronceadas y una estatura considerable. La mayoría lucían largas coletas e indumentarias extremadamente sexys durante los calentamientos”, comenta con ironía en sus memorias. “Este tipo de jugadora utilizaba su sex-appeal para incrementar su visibilidad, tanto dentro como fuera de la pista. Comercialmente fue una jugada maestra, aunque no sé muy bien de dónde salió, pero la gente dejó de hablar de nuestros reveses o nuestra velocidad; ahora preferían discutir sobre quién era la más guapa o quién tenía las piernas más largas. A partir de ese momento, jugar bien al tenis ya no era suficiente, los agentes y las empresas querían el pack completo. El tour se dirigía hacia una nueva dirección, pero yo siempre fui fiel a la vieja escuela”, subraya la campeona de nueve grandes.
Kournikova, que estaba en el mejor momento de su carrera, fue la primera en quitarle un set en el torneo, aunque no fue suficiente para tumbarla (6-1, 3-6, 6-0). Monica, que siempre pensó que Anna fue una jugadora ligeramente sobrevalorada, se vengaba así de la derrota sufrida dos años atrás en ese mismo torneo, teniendo la rusa tan solo 16 años. Pero esto solo es una pequeña anécdota en nuestro recorrido hasta la meta. Al día siguiente, en cuartos de final, aparecería Amy Frazier para intentar frenar a la serbia, pero se marchó con una paliza al vestuario (6-0, 6-3). El problema fue que Seles tampoco se marchó con las manos vacías, yéndose de aquel encuentro con un fuerte dolor en el tobillo, aunque esto no se sabría hasta más tarde.
“Esa victoria trajo un peaje muy fuerte a pagar”, asegura la zurda. “Durante el segundo set me abalancé para alcanzar una pelota con la mala fortuna que terminé torciéndome el tobillo. El dolor empezó a instalarse rápidamente en la zona y yo supe exactamente lo que acababa de pasar. Pese a estar fuera de mi zona de confort, hice todo lo que pude para cerrar el partido lo antes posible. Una vez llegué al vestuario, lo que hice fue vendarme el tobillo y mentalizarme de cara al partido que me esperaba al día siguiente, la semifinal contra Martina Hingis”.
Para comprender la dificultad del desafío basta con repasar los anteriores enfrentamientos entre lambas. De sus once duelos previos, nueve habían caído del lado de Martina, quien además se estaba jugando asaltar el Nº1 del mundo esa misa semana. Todos los encuentros, exceptuando los cuartos de final de Indian Wells quince días atrás, habían sido siempre en semifinales o finales. Podemos agarrarnos a que en el deporte cualquier cosa puede pasar, pero aquella tarde nadie se acordó de este refrán.
“Sabía que no sería un partido fácil, de hecho, incluso en mis mejores tardes de tenis ella había sido capaz de vencerme. La última vez, hace un par de semanas en Indian Wells (6-3, 6-1)”, acepta Seles en su libro. “La cuestión es que, en esta ocasión, ya me levanté con muchas molestias y el tobillo completamente hinchado. Hoy lo pienso y sé que no debería haber jugado ese partido, pero forcé. Los sponsors estaban detrás de mí, el público tenía muchas ganas de presenciar ese duelo, aparte de que un partido televisado que se cancela significa pérdidas millonarias para todo el mundo. Esto, sumado a que siempre he sido una cabezona, me empujaron a la pista”, valora sobre aquella decisión.
Solo el hecho de poner un pie en la pista ya fue un error. Pero claro, estando ya en el fango, Monica no tuvo más remedio que aguantar hasta el final. Dentro de los 717 partidos oficiales que disputó como profesional, 122 fueron derrotas. De esas 122 derrotas, solamente una terminó con un marcador tan salvaje, irreal y si me permiten, hasta cruel: 6-0, 6-0. Una bicicleta que duele mucho más al ser ante una rival directa. Monica, una de las grandes luchadoras de todos los tiempos, tuvo que aguantar los silbidos del público al abandonar la cancha. Pese a tener una lesión que claramente le había limitado, jamás pudo quitarse la sensación de haberse fallado a sí misma.
“Desde el inicio fueron todo problemas. Mi desplazamiento lateral no existía, no podía alcanzar las pelotas como de costumbre, todo era difícil, frustrante, comencé a asumir muchos riesgos, a intentar jugadas estúpidas, pero no había solución posible. Incluso la humedad me afectó, algo que nunca me había pasado. En el segundo set intenté ajustar algunas cosas, pero mi pie no estaba, no respondía, no funcionaba. Aquel partido fue un absoluto caos”, analiza sobre el desarrollo del mismo.
Siendo tan malas las sensaciones, lo normal era perder aquel día, aunque no de una manera tan espantosa. “Recuerdo al final del partido un juego en el que nos pusimos 40-40, la gente empezó a animarme como nunca, buscando una reacción que al menos maquillara aquel resultado. Rápidamente, silencié a todo el estadio con una doble falta. En ese momento pensé que era imposible hacerlo peor. Hingis me regaló una humillación histórica, un doble 6-0, una paliza brutal. Esa fue la peor derrota de mi carrera, además de la más rápida: 39 minutos. Fue horrible”, expresa la balcánica, que terminaría su carrera con un H2H negativo de 5-15 ante Hingis.
El precedente con Steffi Graf
Ahora es cuando muchos pensaréis que aquella derrota destrozó la temporada de Seles, pero nada más lejos de la realidad. La serbia terminaría el año 2000 sin caer en ninguno de sus 16 torneos antes de los cuartos de final, aunque volvería a tropezar con Hingis en dos citas fundamentales: el US Open y las WTA Finals. Eso sí, aquel doble 6-0 tardaría mucho tiempo en olvidarse. “Por primera vez en mi carrera salí de una pista de tenis sin ganar un solo juego. ¡Ni uno! La última vez que había perdido de una manera tan contundente fue en Wimbledon 1989. En aquella ocasión tenía 15 años y Steffi Graf me regaló una auténtica clase magistral de cómo se debía jugar en los Grand Slams (6-0, 6-1), pero al menos ese partido duró 55 minutos y pude ganar un juego. Bueno, y jugué delante de la Princesa Diana, así que no fue un día tan malo”, recuerda con humor.
De hecho, su derrota más dura no llegó sobre la pista, sino minutos después en la conferencia de prensa. Monica seguía compitiendo, seguía ganando, pero por dentro se empezaron a juntar la ansiedad, el desorden alimenticio y, lo más grave de todo, el desgaste psicológico. Tras un marcador tan bárbaro, el periodista de turno tuvo que hacerle la pregunta del millón, cuestionando la pasión de la estadounidense por el tenis. Su respuesta, tan frágil como ella, dejó en silencio toda la sala. “Es una buena pregunta, pero prefiero guardarme la respuesta”. Con 27 años era duro reconocer que sus mejores victorias ya formaban parte del pasado, una realidad que terminaría por apagar a una de las mejores tenistas de toda la historia.