
Dicen que el final es para todos igual, pero qué diferente es el camino. El de Monica Seles estuvo repleto de obstáculos desde el inicio, aunque el amor de su familia y un talento inabordable lograron imponerse a cualquier barrera. Excepto a una, la de Günter Parche en abril de 1993. Años después de la agresión, de su vuelta al circuito y de su posterior evaporación, la estadounidense tomó la decisión más valiente de su carrera cuando su reloj biológico marcaba ya los 34. Justo un día como hoy, 14 de febrero de 2008, la perla de Novi Sad puso el punto y final a una trayectoria prodigiosa que, de no ser por aquel suceso en Hamburgo, hubiera sido legendaria.
Seles, que cogió una raqueta por primera con seis años, llevaba toda una vida siendo conocida por su profesión, por ser una de las mejores deportistas del mundo, casi un emblema del tenis de los 90. Una sello del que no es fácil desprenderse, ya que supone cerrar el capítulo más importante de tu historia, cambiar de libro y, prácticamente, de identidad. Pensar en la retirada es recurrente cuando llegas a cierta edad, pero dar el paso es lo complicado, lo definitivo, un día que ningún campeón está preparado para afrontar. Ni siquiera los más grandes.
“Durante 28 años fui conocida por ser jugadora de tenis, sin embargo, en aquel momento hacía mucho tiempo que no disputaba un partido profesional. Renunciar a esa etiqueta me horrorizaba. Era una descripción breve, sencilla, todo el mundo se familiarizaba con ella: Monica Seles, tenista. Es lo que yo representaba en el mundo exterior, lo que siempre me llamaron desde que tengo memoria. Pero era hora de seguir adelante, de enterrar el pasado”, escribió la balcánica en sus memorias, una persona que se hizo a sí misma hasta el punto de elegir de qué manera golpear su drive.
La retirada oficial no llegó hasta 2008, aunque su último partido lo disputó en la primavera de 2003. Esa gira siempre fue la favorita de Seles, aunque su físico por aquel entonces ya llegaba con ciertas cicatrices del pasado. En el torneo de Roma sufrió una lesión en el pie que le obligó a retirarse en el segundo set ante Nadia Petrova (6-3, 4-1) y que le hizo llegar convaleciente a Roland Garros. Cosas del destino, de nuevo Nadia Petrova se le apareció en el debut, derrotándola cómodamente por 6-4 y 6-0. Se trataba del Grand Slam número 40 que disputaba la serbia en su carrera, categoría en la que nunca antes había sido derrotada en primera ronda. De hecho, de las diez ediciones que había competido en París, nunca se bajó de los cuartos de final. Aquella derrota desmontó todo el castillo, hasta el punto de significar el último encuentro de su carrera.
¿Y qué pasó después? De todo un poco, pero siempre con dudas. Tras un largo período de inactividad, la yugoslava regresó a las pistas para disputar una serie de exhibiciones aquí y allá. En 2005, por ejemplo, jugó dos partidos ante Martina Navratilova, 17 años mayor que ella. Perdió los dos y luego desapareció. Anunció su regreso en 2006, cosa que no cumplió. Al año siguiente, en 2007, de nuevo tres partidos de exhibición, otra vez ante Martina. Uno en Houston (tierra batida), uno en Nueva Orleans (indoor) y otro en Bucarest (tierra batida). Seles se tomaría su venganza ganando los tres, incluso reflejó cierta esperanza de cara al futuro, asegurando haber recuperado la inspiración para volver al circuito WTA. Un comeback que jamás llegó a producirse.
En la mañana del 14 de febrero de 2008, su manager, Tony Godsick, comunicó al público las intenciones de Seles, lo cual provocó que la jugadora tuviera que corroborarlo a través de un comunicado: “Una vez alguien me dijo que el tenis era mi esposo, mi novio, mi prometido y mi mejor amigo. Todo en uno. El tenis ha ocupado toda mi energía, cada pensamiento en mi cabeza, ha sido parte de mi adolescencia, de mi educación, de mi conversión a una persona adulta, mi billete de entrada para conocer el mundo. Ha sido toda mi vida y me ha puesto a prueba en todos los niveles”.
Un adiós que fue un alivio
Seles había arrastrado sus miedos, su soledad, su desorden alimenticio y sus lesiones durante años, todo a la vez. Estaba cansada de preguntarse qué nuevo dolor aparecería en su cuerpo a la mañana siguiente, de cuestionarse su estado físico o de soñar con un posible regreso a la cima. La pregunta no era si podía volver a ser Nº1; la pregunta era si realmente lo quería. Ese ambiente autodestructivo le mantuvo un tiempo alejada de todo, reflexionando en la sombra, buscando una respuesta que le diera la satisfacción de estar haciendo lo correcto. Quería estar segura antes de dar el paso y ese momento no llegó hasta febrero de 2008, con 34 años, justo en San Valentín. El día en el que nos rompió el corazón.
Aquel anuncio –esperado por todos– terminó con una de las trayectorias más espectaculares que se recuerdan, con 8 de sus 9 títulos de Grand Slam antes de cumplir los 20. Un total de 53 trofeos WTA, 178 semanas como número uno y un récord de precocidad en Roland Garros que todavía sigue vigente: campeona con 16 años y 6 meses. En enero de 2009, sin cumplirse aún un año de su retirada, Monica Seles fue seleccionada para ingresar en el Hall of Fame, reafirmando lo que todo el mundo sabía. Sí, es verdad que a su carrera siempre le acompañará el interrogante de lo que pudo haber sido, pero con la magnitud de su leyenda nunca hubo dudas.