
La derecha en carrera de Chanda Rubin se marcha fuera y el juez de silla canta aquello de 'Game, Set & Match'. Estamos en la final del Open de España Villa de Madrid, uno de los torneos ilustres de la gira de tierra batida en la temporada 2002, donde Monica Seles acaba de proclamarse campeona en las instalaciones del Club de Campo. Tiene 28 años, es la Nº6 del mundo, pero su cara apenas refleja alegría. Con solo un set entregado y ninguna victoria ante jugadoras del top20, podemos decir que ha sido una semana tranquila y sin complicaciones. Mientras la oriunda de Novi Sad recoge el 53º trofeo individual de su carrera, el redactor de EFE sella su crónica con un pronóstico que parece imparable:
- "La tenista de origen serbio, que cazaba todas las bolas que lanzaba una desesperada Rubin, terminaba su recital por la vía rápida, con un 6-2 que la coloca a sólo dos títulos de convertirse en la séptima jugadora mundial con mayor número de trofeos”
Lamentablemente para Monica –y para el periodista que juntó esas letras–, aquel terminaría siendo el último trofeo de su soberbia trayectoria.
UN ÚLTIMO INTENTO
Profesional desde el año 1989, huelga decir que la carrera de Seles ya había dado todos los giros posibles dentro de su particular montaña rusa. Ya conocía lo mejor y lo peor de este deporte: el peaje del éxito, los peligros de la fama, la sensación de imbatibilidad, la soledad e incluso la depresión, pero nunca llegó a perder su amor por la raqueta. El accidente de Hamburgo había prescrito en la teoría, pero en su cabeza dejó grabadas cicatrices incurables. Con los 30 acechando en el horizonte, Monica afronta un periodo de desgaste, siente que el cuerpo ya no recupera igual, que las jóvenes ahora son otras y que la derrota cada vez escuece más. Sigue siendo una de las 10 mejores del planeta, pero el desafío de aspirar a lo más grande ha pasado de ‘obligatorio’ a ‘improbable’.
Peso a ello, el curso 2002 arranca con unas notas excelentes: semifinales en el Open de Australia (Hingis), final en Tokyo (Hingis), semifinales en Gad (Dokic), título en Doha, semifinales en Dubái (Mauresmo), semifinales en Indian Wells (Hingis) y semifinales en Miami (Capriati). Ya no es invencible, ese traje quedó en un armario del pasado, pero las siete semifinales consecutivas invitan a emocionarse como en los viejos tiempos. Seles, con su carácter ganador, no contempla otra estación que no sea ser la mejor, por eso actualiza su equipo con las incorporaciones de Mike Sell (coach) y Lisa Reed (fitness coach). De esta nueva convivencia aprenderá algunas lecciones que le acompañarán toda la vida.
“Lisa era tan dura como el resto de entrenadores, pero yo esperaba obtener los mismos resultados de siempre sin cambiar nada en mis actos”, explica la serbia en sus memorias. “Me impresionaba sobre todo su disciplina con la alimentación, creía que si copiaba exactamente lo que hacía podría adoptar sus mismos hábitos, pero no funcionó. Cuando estábamos de viaje, me inventaba excusas para no decirle dónde estaba, igual le decía que había quedado con los de Yonex, pero en realidad estaba en cualquier tienda comprando patatas fritas y galletas. Cuando estábamos en casa, en Florida, esperaba a que se fuera a la cama para escaparme al sitio más cercano de comida rápida. Siempre que podía me daba un atracón de todos los alimentos prohibidos, de esa manera controlaba toda la ira y frustración que llevaba dentro de mí”, recuerda sobre aquellos años de descontrol.
De todos los estigmas que generó la agresión de Hamburgo, el desorden alimenticio fue de los más demoledores. Una mezcla de ansiedad y melancolía que Seles enfrentó a través de la comida. Pero ahí estaba, con 12kg de más y pisando siete semifinales seguidas. Eso sí, ninguna victoria compensaba la tristeza que le suponía entrar en una tienda y ver que la talla ’S’ ya no era para ella. De este modo llegó el mes de mayo, donde la balcánica decidió apostar por el Open de España de Madrid, un cuadro amable donde ganar confianza de cara a Roland Garros. Aunque más que el torneo, lo que le encantaba era el lugar.
DE MADRID AL CIELO
“Amo España, lo amaba al mismo nivel que amaba Italia. Me gustaba su gente cálida y relajada, la comida, la historia, los parques, etc. Solo había una cosa que no soportaba: las horas tan obscenas a las que cenaban. Cada día buscaba un lugar para cenar antes de las 22:00, pero parecía que aún estaban por la segunda siesta. Sonaba sexy decir: ‘Nos vamos a una cena de medianoche’. Pero claro, no era fácil de encajarla en mis planes cuando al día siguiente tenía un partido a las 10:00”, subraya con humor en su autobiografía. La cuestión es que aquella visita le salió redonda, con su primer título en arcilla desde Roma 2000. Tan satisfecha quedó de su trabajo que se permitió hacer algo de turismo por la ciudad.
“Tuve tiempo para ir al Prado, uno de los museos más impresionantes que hay en el mundo. Estoy lejos de ser una persona artística, pero reconozco que me quedé completamente paralizada frente a la obra del maestro Velázquez. Estar tan cerca de toda esa belleza pintada hace casi 400 años me hizo ver todo lo que me estaba perdiendo. Durante trece temporadas tuve la suerte de viajar a los cinco continentes, de visitar algunas de las ciudades con mayor riqueza cultural e histórica del mundo, pero no podía recordar nada que no estuviera relacionado con el tenis. Pasear por las grandes salas del Prado y saborear aquella soledad me ayudó a descubrir otro tipo de vida”, reconoce Seles acerca de aquellos días por nuestra tierra.
Horas después de ganar el título, cuenta Monica que dos chicas la llevaron a conocer la noche madrileña, a tomar unas copas en Las Cuevas y a degustar unas jarras de sangría en las terrazas más famosas del centro. En un restaurante le dieron a probar un menú de 21 platos diminutos donde cada uno era mejor que el anterior, así fue como la de Novi Sad fue asimilando el estilo de vida que se practicaba en España, anexo a un comentario que se le quedó grabado para siempre. “Es bastante simple: nosotros trabajamos para vivir, mientras que los estadounidenses viven para trabajar”, le explicó su compañera de velada. De regreso al hotel, las tres volvieron caminando bajo la luz de las farolas, cruzaron la Plaza Mayor, donde todo era idílico, con la gente comiendo y riendo en las terrazas. “Todos parecían estar felices por estar donde estaban en ese momento, todo lo contrario a mí”.
FIN DEL TRAYECTO
Aunque en ruedas de prensa evitara una y otra vez la cuestión sobre su retirada, lo cierto es que Seles llevaba mucho tiempo dándole vueltas a esta idea. Nada era como antes: ni el placer de las victorias, ni el coste de oportunidad, ni siquiera su mirada contenía el mismo incendio. Total, que con el título en Madrid puso rumbo a Roland Garros, donde una chica de 21 años llamada Venus Williams le cortaría las alas en los cuartos de final. El fantasma del retiro volvía a su ventana. En aquella rueda de prensa, una periodista astuta en matemáticas le señaló que, a sus 28 años y medio, Monica ya tenía el doble edad que cuando se convirtió en profesional. La jubilación empezó a rebotar fuerte en su cabeza, aunque una cosa tenía clara: “No era el tipo de persona que necesitaba una gira de despedida. Sabía que un día, cuando estuviera segura, me detendría, sin necesidad de avisar a todo el mundo con antelación”. No mentía, confirmando una vez más el poder de decisión que manejaba.
Seles disputaría seis torneos más en 2002, siendo unas semifinales en Brasil lo más destacado. En Wimbledon, la Catedral donde jamás pudo ganar, quedó eliminada en cuartos de final frente a Justine Henin. Temporada 2003, la treintena está a la vuelta de la esquina, lo cual acelera el proceso de divorcio entre la serbia y el circuito. Solamente siete torneos, con un balance de 10-7 y un par de finales –las últimas de su carrera– en Tokyo (Davenport) y Dubái (Henin). En Roland Garros, donde jamás había caído antes de los cuartos de final, se despide por primera vez en su carrera en primera ronda de un Grand Slam. Aquella sería la última página de un relato extraordinario que no nos cansamos de repasar.