El sueño de Richard Williams

Hoy abordamos la historia de cómo el padre de Venus y Serena moldeó a sus hijas en Compton, donde cada día al salir de casa podía ser el último.

Fernando Murciego | 18 Nov 2021 | 12.18
facebook twitter whatsapp Comentarios
Richard Williams, el hombre que cambió el curso del tenis femenino. Fuente: Getty
Richard Williams, el hombre que cambió el curso del tenis femenino. Fuente: Getty

Mañana, 19 de noviembre de 2021, se estrenará en Estados Unidos el biopic sobre las hermanas Williams, pero sin ser ellas las protagonistas. ‘King Richard’, así se llama la película dirigida por Reinaldo Marcus Green donde toda la historia gira en torno a Richard Williams, el hombre que se 'inventó' a sus dos hijas con el objetivo de convertirlas en las futuras dominadoras del tenis mundial. ¿Y cómo lo hizo? En España habrá que esperar hasta el próximo 21 de enero para que el metraje llegue a nuestros cines, así que he creído conveniente hacerles un 'pequeño' spoiler de 3.000 palabras sobre lo que nos encontraremos en el filme. Quedan avisados, el contenido de este artículo es altamente rico en detalles, curiosidades y cierta crudeza, pero merece la pena detenerse en sus actos.

Todo empezó un domingo cualquiera a finales de los años 70. Richard Williams descansaba en el sofá de su casa mientras una de sus hijastras zapeaba con el mando del televisor. De repente, un canal le llama la atención. “Dale para atrás”, le señala a la pequeña. En pantalla, un partido de tenis acaba de terminar y Virginia Ruzici, la mejor tenista rumana de la historia en aquel momento, posa ante las cámaras con un cheque de $40.000. ‘No está mal para cuatro días de trabajo’, exclama Bud Collins, siempre agudo en sus comentarios. Es entonces cuando a Richard se le iluminan los ojos y su cabeza construye una escalera hacia la libertad. “Voy a tener dos hijas y van a jugar a tenis”. Sin él saberlo, acababa de nacer una obsesión.

Esa obsesión nació incluso antes que sus propias hijas, que además tenían que ser dos. No podía ser una, claro, así las ganancias serían dobles. Pero la posible llegada de dos nuevos vástagos no era lo más fabuloso, había un obstáculo mucho mayor. “No tengo ni idea sobre tenis. ¿Cómo voy a enseñar un juego que nunca he practicado? ¿Y qué pasa si mi mujer no quiere tener más hijos? ¿Por qué se me ocurren siempre estas ideas tan locas?”. Williams era un soñador, aunque ninguno de sus múltiples trabajos e ideas le habían dado el reconicimiento deseado. De repente llegaron las dudas, aunque el desafío era tan seductor que se lanzó a la aventura. “Tengo claro que, por muy buenas que sean mis niñas, terminarán apartadas del resto de tenistas por ser afroamericanas; eso sí, no serán unas afroamericanas cualquiera, se distinguirán por su dominio total del juego”.

La locura había echado andar y Richard, nacido en Shreveport en febrero de 1942, elaboró un documento de 78 páginas donde fue anotando todos los aspectos relacionados con el tenis que sus facultades podían controlar. Él, que jamás prestó interés a los deportes de raqueta al pensar que eran para mujeres, tampoco creía que el tenis fuera una disciplina para negros, pese a que Althea Gibson y Arthur Ashe hubieran demostrado que se equivocaba. ¿Y si era el momento de cambiar la historia? Esa misma noche, le explicó a Oracene –la mujer con la que contraería matrimonio en 1980– todo el entramado que había creado en su cabeza, preguntándole si estaba dispuesta a colaborar con su parte del trato. Dos años y medio después, Venus y Serena ya eran una realidad.

DESCUBRIENDO EL TENIS

Pero no vayamos tan rápido, ya nacerán dentro de unos párrafos. Antes de ampliar la familia, Richard se propuso abarcar la mayor cantidad de información y experiencia sobre tenis para luego traspasársela a sus futuras hijas. Parece una ecuación maquiavélica pero en su mente era un multiplicación básica. Se fue a California y compró algo de material, al mismo tiempo que iba contando su proyecto en voz alta a quien quisiera escuchar. Todo lo que recibió a cambio fueron risas y comentarios sarcásticos, pero nadie iba a quitarle la ilusión. Se hizo con un saco de pelotas usadas que le vendían a 10 centavos la unidad, no necesitaba más. “Vas a enseñar tenis partiendo de un libro, usando una raqueta de segunda mano y con pelotas viejas. Ahora sí que lo he visto todo”, le lanzó un comerciante de manera burlona. A Williams le entró por un oído y le salió por el otro.

En su tiempo libre –cuando no estaba al frente de la empresa de seguridad para la que trabajaba– el estadounidense se paseaba por las pistas de tenis más cercanas para observar a otros negros practicando. Al final, de tanto verle tomar apuntes, terminaron invitándole a entrar a pista. ¡Menudo desastre! En una de aquellas tardes, un hombre se le acercó y se interesó por su caso. De manera totalmente espontánea, se le presentó y le dejó en el aire una propuesta. “Menos los domingos, doy clases el día que tú quieras a cambio de una pinta de whisky cada vez que aprendas algo nuevo. Estoy disponible desde las 08:00 hasta la hora de comer, donde paro brevemente para luego volver hasta más o menos las 18:30, depende del whisky que haya tomado. Cuanto más tomo, más aguanto”. Se llamaba Oliver, aunque todo el mundo le conocía por ‘Old Whisky’.

Richard no se lo pensó, al menos aquel hombre no cobraba los $100 dólares habituales de cualquier otro entrenador, además el paisano se terminó destapando como un ser humano excepcional. Con el tiempo, le acabó confesando que hace años había entrenado y enseñado a dos chavales jóvenes que años después terminaron siendo profesionales, uno negro y otro blanco. Se llamaban Arthur y Jimmy; se apellidaban Ashe y Connors. Pero la historia de Oliver no terminaba bien, ya que siempre le pesó la decepción de ver cómo solamente uno de los dos volvió siendo ya una celebridad para agradecerle su trabajo cuando todavía no era nadie. Y no, no fue el negro. “Richard, vuelve a verme dentro de unos años, cuando tus hijas sean ya profesionales, pero nunca hagas promesas que no puedas cumplir”. Williams, que compartiría con este hombre varios meses de entrenamiento, juró que cumpliría su promesa, pero fue imposible. El mítico ‘Old Whisky’ perdería la vida un par de años después debido al alcohol.

No quedaba otra que ser autodidacta, aunque ya con algunas nociones básicas adquiridas. Richard se propuso meter cada día 300 golpes de derecha, pero no en cualquier lugar de la pista: tenían que ir a la línea. Cuando terminaba, se ponía con otros 300 de revés. Eso de lunes a miércoles, el saque y la volea eran materias que trabajaba de jueves a domingo. Sus metas principales eran mejorar el equilibrio y el balance corporal, moldear la técnica, así que añadió un nuevo ejercicio a su programa: clases de danza. La profesora no dio crédito al verle entrar por primera vez a la sala, pero fue todavía más impactante cuando Richard le enseñó vídeos de tenistas fluyendo sobre la pista. “Ayúdeme a moverme así”. Mucho le tenían que gustar los retos a esa mujer, ya que terminó aceptando. A través de ejercicios que potenciaban los músculos y la flexibilidad, Williams fue puliendo su locomotricidad durante un año completo de clases. Ya solo faltaba el último paso, el más importante.

NACEN LAS NIÑAS

Venus Ebony Starr Williams llegó al mundo en junio de 1980. Catorce meses después, en septiembre de 1981, le acampañó su hermana, Serena Jameka Williams. Ahora sí, por fin Richard había completado la receta, contaba con el plan y las ejecutoras del mismo, era momento de combinar ambas realidades. Lo que nunca imaginó era lo lejos que llegaría con tal de ver cumplir su sueño, hasta el punto de poner en peligro la vida de sus niñas y poner en riesgo la armonía familiar. El tenis dejó de ser un juego, o simplemente un medio, para convertirse en un fin, una meta por la que aceptar casi cualquier peaje, incluso el dolor de los suyos. En mayo de 1983, en un acto que a día de hoy quizá todavía le cause remordimientos, el líder de la familia Williams decide seguir el impulso más perturbado de todos, dejando su hogar de Long Beach y llevándose a su familia a Compton, uno de los barrios más marginales y forajidos de Los Ángeles. Cuando os cuente el motivo, querréis tiraros de los pelos.

A día de hoy, el 1117 de East Stockton Street sigue siendo una dirección que muchos turistas se acercan a visitar. ‘Mira, aquí se criaron las hermanas Williams’, se escucha de vez en cuando por allí. Un barrio donde la amenaza era la constante vital a diario, con una ola de asesinatos que había dejado más de 1.300 muertes en los últimos 20 años. Pandillas, drogas y crimen eran conceptos que flotaban en el aire de sus calles, una especia de ‘salvaje oeste’ donde tenías que aprender, literalmente, a sortear las balas. “Lo que me llevó a Compton fue mi creencia de que los grandes campeones siempre salen del gueto. Había estudiado los ejemplos de leyendas del deporte como Muhammad Alí o grandes pensadores como Malcolm X. Vi de dónde venían, así que decidí que las niñas debían crecer en un ambiente hostil, eso las haría duras, les daría una mentalidad luchadora, acostumbradas al combate. Sería mucho más fácil jugar ante miles de blancos si antes has aprendido a jugar delante de decenas de pandilleros armados”. El discurso no se sostiene en ninguna mente sana, pero sucedió. Dejaron de vivir en un bloque en la playa para instalarse en el el vértice de una ruleta rusa.

LA DECISIÓN QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

Cuenta que Oracene, cuando llegó y vio el paisaje, se negó rotundamente a trasladarse, pensamiento que sus hijas mayores –nacidas de su anterior matrimonio– también compartieron. Pero ‘King Richard’, además de mucha fe, contaba con una labia fuera de lo normal a sus 42 años de edad, así que terminó convenciéndola del cambio, aunque su decisión partiera el núcleo familiar. Ella se quedaría con sus hijas en Long Beach y él se marcharía a Compton con las más pequeñas. De repente, el tenis dejó de ser el concepto más difícil de asimilar, tocaba aprender a convivir con los disparos, las guerras entre bandas y las muertes constantes a plena luz del día.

Salía de casa cada día sin saber si volvería”, explica el de Louisiana en su biografía, Black & White. Su lucha empezó en la búsqueda de algunos aliados dentro de aquella jungla, pero nadie le tendió la mano. Al revés, muchos intentaron arrancársela. Contaba con el material mínimo para la práctica del tenis gracias a raquetas viejas que conseguía en las tiendas, modelos descatalogados o desperfectos que le conseguían, además de un inmenso saco de bolas usadas que utilizaba a conciencia. “Quiero que jueguen con bolas viejas, así aprenderán desde niñas a generar un extra de potencia innata, luego en el circuito no se quejarán cuando las condiciones no sean perfectas”. Una vez reunido cada componente, el problema real llegó a la hora de pelear por las pistas de entrenamiento. Y cuando digo pelear, créanme que es la palabra correcta.

Las pocas pistas que había en aquel suburbio lucían impracticables ante los ojos de Williams. Sucias, llenas de basura, agujas, condones y demás porquerías. Se utilizaban para el tráfico de drogas, para reuniones de bandas y otras variantes delictivas. Richard, inocente como ninguno, apostó por el diálogo desde el primer día, pero la respuesta fue tajante: “No nos vamos a ir de aquí, viejo, puedes llamar a quien tú quieras”. La insistencia, por mucha que bondad que tuviera, no pareció convencer a aquella gente, que cada día castigaban a nuestro protagonistas con auténticas palizas. “¿Por qué siempre llegas a casa lleno de sangre? ¿Qué son esas vendas de la cabeza?”, le preguntaban Venus y Serena cada noche al llegar a casa. Cuando no eran los dientes, era la nariz, o la barbilla o varios dedos dislocados, un episodio diario que mermó a este padre de familia hasta casi dejarle sin aliento.

Un día sin pandillas en la costa, el norteamericano se atrevió a llevar a Venus a la pista, cuando apenas tenía 5 años de edad. Llegaron, entraron en la cancha y empezaron a pelotear, con la mala suerte de presenciar una pelea entre dos hombres a escasos metros de distancia. Uno de ellos acabó acuchillando al otro, sin compasión, lo que provocó que Williams acudiera al rescate del damnificado. No sabemos cuánto tendrá de leyenda este episodio pero, según Richard, consiguió alejas al agresor. “Papá, eres muy valiente. Las otras personas de la calle estaban muy asustadas, pero tú no. De mayor voy a ser como tú, voy a ser una campeona del tenis, la reina de la pista. Nadie podrá vencerme, igual que nadie puede vencerte a ti”, le diría Venus de vuelta a casa. Con frases así, lo insólito sería no hacer una película sobre su vida.

Pero no todas las semanas corrió la misma suerte. Semanas después, en otro intento de salvar a una persona que estaba siendo maltratada en plena vía pública, Richard casi acaba en el hospital. En este caso eran varios los agresores, quienes abusaron y humillaron al papá de Venus, que lo presenció todo impertérrita. “Papá, peleas realmente bien. Quiero tener un corazón como el tuyo, quiero ser exactamente como tú”, le confesó más tarde, sin llegar a entender el peligro por el que estaban pasando. Williams, que había sufrido cientos de episodios racistas y pérdidas en su infancia, sentía esa necesidad de colocarse la capa y ayudar siempre a quien lo necesitara. No podía con las injusticias, aunque pusiera en riesgo su propia salud.

“Me acostumbré a llegar a casa cada día con menos dientes con los que salía”, cuenta con cierto humor en el libro, aunque de broma no tiene nada. Cuando no sufría una paliza, veía cómo le robaban todo el material, o le destrozaban la furgoneta, o volvía repleto de heridas a casa. Tan cruda se volvió su realidad que empezó a salir de casa acompañado de una escopeta, inmerso en su propia locura, dispuesto a jugar mejores cartas que aquellos criminales. Afortunadamente nunca la usó, jamás se hubiera perdonado ser como ellos, hasta que llegó un día que ocurrió algo distinto. En su habitual intento de diálogo con las bandas que ocupaban las canchas, no sabemos si por su aspecto desaliñado, por su edad avanzada o quizá por simple insistencia, pero lo logró. A esas alturas ya todo le daba igual, no le importaba desafiar a la muerte otro día más, su mirada ya estaba vacía, rota, entregada. Así fue como los pandilleros terminaron cediendo, casi por pena, las pistas de aquel barrio. Solamente le costó dos años y medio de torturas.

NO HAY RECOMPENSA SIN SACRIFICIO

Cuando por fin tuvo libertad para entrenarlas sin ningún condicionante criminal, el plan echó a rodar. Pasaron los años y, tanto Venus como Serena, fueron aprendiendo a manejar aquella daga con la que repartían pelotazos a diestro y siniestro. Muchos vecinos se escandalizaban al ver la cantidad de horas que pasaban dentro aquel rectángulo de 23m de largo por 8m de ancho, hasta el punto de denunciar a Richard a la policía por explotación. Pero él estaba muy tranquilo de sus actos. “Lo que nunca dejé fue que mis niñas se vieran arrastradas por la cultura de las drogas y la gente mala, en aquel momento lo único que veías eran chicas negras jóvenes embarazadas, parecía que solo valían para eso. Yo nunca les dejé jugar con muñecas, no por tener nada en contra de las muñecas, sino porque la maternidad no era el objetivo de mis hijas, no quería que fuera el fin último en sus vidas, antes había otras muchas metas que alcanzar”.

Richard, buscando impresionarlas, intentaba que vieran la inclemencia del mundo en cada una de las atrocidades producidas en Compton.“¿Queréis esta vida?”, les preguntaba cada vez que observaban algún crimen o delito. "No, no la queremos”. Al día siguiente las llevaba a Berverly Hills y les había la misma pregunta: “¿Y ésta?”. Sin ellas saberlo, estaban eligiendo entre el bien y el mal, aunque fuera a una edad donde ningún niño debería presenciar de cerca la parte más oscura del ser humano.

“La vida es una experiencia directa de primera mano, así que traté de darles la oportunidad de vivir esa educación para la vida desde pequeñas. Primero tuvieron que aprender a jugar a tenis, pero tomándolo siempre como un juego, ya que siempre les dejé claro que la familia es lo primero. Cuando la gente me pregunta por qué me llevo tan bien con Venus y Serena, siempre les digo lo mismo: honestidad. Siempre fui sincero con ellas, me encantaba ser su padre, disfrutaba de esa responsabilidad, de los lazos que nos unían. Mi madre me dijo que nunca podría crear a mis hijos como lo hicieron ellos en los años 50 y 60, pero se equivocaba. Hoy en día somos demasiado blandos con nuestros hijos, pero Venus y Serena se criaron en un ambiente donde no tuvieron más opción que ser fuertes y aprender a protegerse. Siempre tuve claro que criar hijos con carácter era un éxito asegurado, pero esto no sucede por accidente, hay que forzarlo.”

EL PAPEL DE RICHARD

Un discurso chocante, para muchos trastornado, pero efectivo con el paso de los años. Richard presumía de su manual de 78 páginas para jugar a tenis y disfrutaba de ver a sus hijas evolucionar como personas al mismo tiempo que lo hacían como jugadoras. Solo quedaba definir cuál sería su función en este show, una pieza que bien podría desestabilizar todos los pasos anteriores. ¿Se iba a convertir en su entrenador o mejor seguir siendo su padre?

“Esta pregunta estuvo en mi mente durante mucho tiempo. ¿Podría ser una cosa y excluir la otra? ¿Podría ser ambas? ¿Qué clase de persona sería si tratara de ser padre y entrenador al mismo tiempo? ¿Cómo influirían las críticas y correcciones continuas en nuestra relación? De entre todas estas preguntas, decidí que, en primer lugar, siempre sería su padre. Nunca me arrepentí de esta decisión. El tenis era parte de sus vidas, pero era solo una parte. Desde ese día, cada vez que alguien venía a decirme que mis hijas eran grandes tenistas, sentía que había fallado. El éxito llegaba cuando me decían lo buenas personas que eran”. Por suerte, ‘King Richard’ tuvo la satisfacción de escuchar ambos alegatos, feliz por haber sido dueño de su destino a base de esfuerzo, sacrificio y un carácter excéntrico que le hizo cambiar la historia.