
En Punto de Break hemos cogido el hábito de viajar con la máquina del tiempo en los días importantes de Grand Slam. Clases de historia, como si fuera la universidad. Si ayer rescatábamos la derrota más dolorosa en la carrera de Venus Williams, hoy toca hablar de Pete Sampras y uno de los más momentos más sorprendentes de su trayectoria profesional. Hablamos de un hombre que en la década de los 90 era extraño verle perder un encuentro fuera de la tierra batida, sobre todo ante rivales que no pertenecieran a la élite más contrastada. Sin embargo, la vida siempre te regala algunas excepciones para darte el lujo de escribir artículos como este.
Nos trasladamos al torneo de Wimbledon 1994, hace justo tres décadas. Sampras acaba de conquistar su segundo título consecutivo en el All England Club tras una final soporífera ante Goran Ivanisevic, aquella donde recibió críticas feroces por su estilo tan monótono y una ausencia de carisma que desesperaba a más de uno. Podía gustar más o menos, pero aquel suponía ya su quinto Grand Slam con solo 23 años, confirmando que su reinado en el circuito masculino no había hecho más que empezar. Sin embargo, no todo fueron buenas noticias a su salida de Londres. Una lesión en el pie no le privó de salir campeón, aunque la sensación al marcharse es que podría terminar dándole problemas futuros.
¿Dónde nace esta lesión? Según cuenta Pete en su autobiografía, el origen está apenas unas semanas antes de Wimbledon, cuando decide rescindir su vínculo de patrocinio con Sergio Tacchini para firmar un nuevo contrato de ropa y calzado con Nike. En la hierba británica arranca su nueva aventura, entusiasmado por haber unido su imagen al de una empresa colosal, que además era americana. Todo encajaba en la teoría, aunque el dinero nunca fue un problema, ya que le hubieran enterrado en billetes tanto en Italia como en Oregon, pero a nivel de de representación siempre conviene pactar con los tuyos. Digamos que era el camino más lógico para que ambas partes pudieran exprimir la gallina de los huevos de oro.
EL PELIGRO DE LOS CAMBIOS
En ese momento, Nike ya venía desarrollando una zapatilla que formara parte de una línea exclusiva para Sampras, un modelo muy tradicional que estuviera incorporado a la campaña masiva ‘AIR’, la cual sigue produciendo millones de dólares a día de hoy. Todos dieron por hecho que sería un éxito, hasta que llegó el momento de la verdad y el norteamericano arqueó una ceja: ‘Estas zapatillas no encajan bien en mis pies’. Mala suerte, ya era tarde, el contrato obligaba a Pete a disputar Wimbledon con ese calzado, pero era tan bueno que aún así salió por la puerta grande revalidando su título de campeón. Eso sí, tras la final acabó con los pies doloridos e hinchados, empujado a hacerse una resonancia magnética al día siguiente. Aquellas molestias por fin tenían nombre y apellidos: tendinitis tibial posterior.

Tras unos días de descanso moderado, los planes eran empezar la gira de pista dura en Washington, torneo celebrado en su ciudad natal. Se imaginarán la ilusión que le hacía competir allí, pero el pie no se lo permitió. Pete optó por darse un poco más de tiempo, hasta que su físico respondiera al 100%. Y así fueron pasando las semanas, viendo desde el sofá de casa los torneos de Montreal y Cincinnati, aterrizando en el US Open de manera atropellada y sin ningún tipo de preparación. Mientras tanto, Nike trabajaba a contrarreloj para reinventar otro modelo que se ajustara a los pies del campeón, un modelo perfecto para estrenar en el Grand Slam estadounidense. Pregunta para los más veteranos: ¿recuerdan lo que sucedió en aquel torneo?
Sampras se las arregló para superar tres rondas, tres victorias antes rivales ajenos al top50 donde solamente se dejó un set. Así llegó a los octavos de final, donde le esperaba el peruano Jaime Yzaga, número 23 del ranking por aquel entonces. Era un tipo menudo, con buen toque y pies ágiles, clásico perro de presa que se aferra a la mínima esperanza, de los que te cogen el brazo si les enseñas el dedo. Fue una tarde muy calurosa y húmeda, condiciones que se hicieron tortuosas al llegar al quinto set. Se notó que Pete no estaba bien, los breaks se sucedían por ambos lados, aunque lo más preocupante era ver al norteamericano con tan poca gasolina en el tanque. Por su cabeza pasó el tirar la toalla varias veces, pero entonces recordó el pacto que se había hecho a sí mismo años atrás, el de no volver a abandonar una pista de tenis sin haber peleado hasta la última bola.
Como era de esperar, el público respondió a su favor, le llevó en volandas hasta la meta, apreciando el esfuerzo que estaba mostrando con tal de permanecer en el encuentro. Lamentablemente para la multitud, tanta entrega no fue suficiente. Además de la derrota (3-6, 6-3, 4-6, 7-6, 7-5), el de Washington sufrió severos mareos en el último tramo del partido, subrayando el déficit físico con el que llegó al torneo. Su carácter intrépido no tuvo premio, aunque sirvió para cautivar al público y protagonizar el duelo más fascinante de aquella edición, dejando algunos momentos para el recuerdo de los allí presentes. Para los amantes de los datos, aquel sería el único US Open entre 1990 y 1996 donde Sampras caería antes de los cuartos de final, algo que aprovechó Andre Agassi para ocupar por primera vez el trono en Flushing Meadows.

Un cambio de patrocinador, un nuevo modelo de zapatillas, la obligación de jugar con ellas en Wimbledon, la decisión de saltarse toda la gira norteamericana y el peaje recogido en el US Open. Hasta aquí llegaría la anécdota de hoy, pero merece la pena prolongarla un par de párrafos más.
LA ESCENA FINAL
Tan pronto acabó aquel partido ante Yzaga, los oficiales del torneo se llevaron a Pete a la oficina del árbitro, ubicada al otro lado del túnel que conecta con el estadio Louis Armstrong. Lo que parecía simple agotamiento se había convertido en algo mucho más grave. Los asistentes le desnudaron y le colocaron bolsas intravenosas, una experiencia bastante angustiosa si nunca has pasado por ella. Esa bolsa contiene aguas minerales para evitar la deshidratación. Al ser intravenosa, el efecto es instantáneo, por lo que en tan solo unos segundos vieron cómo la cara de Sampras dejaba de ser la de un zombie hasta recuperar el brillo en los ojos. Tras ‘resucitar’ de aquel viaje, el estadounidense recuerda que lo primero que vio fue a Vitas Gerulaitis en aquella sala. ¿Pero qué hacía allí su compatriota?
Retirado desde 1986, el ex Nº3 mundial y campeón del Open de Australia 1977 había bajado corriendo desde la cabina de comentaristas para ver cómo estaba Pete y asistirle si fuera necesario. Se ofreció como voluntario para llevarle al vestuario y cuidar sus objetos personales. Allí le esperó hasta que se recuperó, le ayudó a salir del recinto, hasta le llevó las raquetas. Cuando salieron del complejo, cientos de periodistas y fotógrafos esperaban ansiosos en busca de la exclusiva, pero Sampras no quiso hablar con nadie, alegando que necesitaba descansar. Fue Vitas quien se encargó de ‘torear’ con la prensa, dándoles un poco del relato que anhelaban. Al día siguiente, todos construyeron su crónica alrededor de una misma idea: aquel duelo había sido una epopeya del que ‘Pistol’ salía con honores y admiración.

“No lo sabía en aquel momento, pero esa fue la última vez que vería a mi amigo Vitas”, escribe en sus memorias el ganador de 14 grandes. Gerulaitis moriría semanas después con tan solo 40 años en un trágico accidente por una intoxicación de monóxido de carbono mientras dormía en la casa de un amigo en los Hamptons de Nueva York. Una noticia terriblemente triste, el adiós de una persona adorada por todo el mundo, la pérdida de una gran persona y un gran amigo. En algún momento tendremos tiempo de contar su historia.