
Todos hemos vivido el reinado de Roger Federer en Wimbledon, o actualmente el de Novak Djokovic, pero en los 90 hubo un hombre que llevó su dominio a otro nivel, perdiendo un solo partido en ocho temporadas. Se llamaba Pete Sampras y muchos le criticaron por ser aburrido. ¿O es que era demasiado bueno?
La historia de Pete Sampras es apasionante se mire la etapa que se mire, así que hoy nos detendremos en la de consolidación. Solamente por situarnos, el estadounidense tocó por primera vez el Nº1 del mundo en abril de 1993, momento donde ostentaba un solo Grand Slam (US Open 1990). Teniendo en cuenta que Jim Courier tenía cuatro, eran muchos los que todavía tenían dudas sobre quién sería el gran abanderado de aquella generación, así que Sampras se centró en resolver esta cuestión. Su primer Wimbledon en 1993 supone el inicio de una nueva era, la de un competidor infranqueable, con una sensación de control absoluto, the Real Champion. Se liberó de tal manera de la presión que aprendió a ganar también en los días malos, la pantalla más difícil de desbloquear.
Después de cerrar el curso ganando el US Open, el calendario 1994 arrancó con su primer Open de Australia. Pete sumaba ya cuatro Grand Slams, amarrando los tres últimos disputados, aunque su triunfo en Roma no le ayudaría a mantener la racha en París. El quinto llegaría de nuevo en Londres, defendiendo título por primera vez en esta categoría, fecha en la que superó en la final a Goran Ivanisevic en tres mangas. No fue un partido demasiado largo, entre los dos sumaron 42 aces, el problema fue la vistosidad del choque. Concretamente, la falta de vistosidad. La monotonía llegó a ser tan insoportable que, a día de hoy, los expertos subrayan que aquel día el tenis en hierba cambió para siempre. Si Wimbledon no podía cambiar el estilo de sus campeones, tendría que meter mano a la superficie que pisaban.
Esta idea no tocaría techo hasta diez años después, aunque allí estuvo el germen. Críticas feroces se vertieron sobre aquella final, y eso que el aficionado ya estaba avisado de aquel desenlace. Sampras aterrizaba en el AELTC con un balance de 49-5 en la temporada 1994, con siete títulos en once torneos disputados. Ya en Wimbledon, solamente Todd Martin pudo arañarle un set en semifinales, el mismo que dos semanas atrás le había sorprendido en la final de Queen’s. Pero Pete se transformaba en Grand Slam, así fue como arrasó a tres top10 consecutivos para alcanzar la victoria. Y ojo, que Goran en pasto era de todo menos cómodo, pero el de Washington tenía un plan.
LA FINAL MÁS SUFRIDA... POR EL ESPECTADOR
“Uno de los gran peligros de Goran en hierba es que era zurdo, esa ventaja natural hacía que su primer servicio fuera aún mejor y más efectivo que el mío. Realmente creo que lo fue, cuando el servicio de Goran estaba encendido era prácticamente imparable en césped. Era el único tipo con el que jugué regularmente que me hizo sentir que estaba a su merced, nunca me sentí así contra otro jugador en Wimbledon, ni contra Boris Becker. Sin embargo, mi segundo servicio era mejor que el de Goran, así que la clave para vencerlo siempre fue agarrar y castigar su segundo saque”, cuenta Sampras en sus memorias, ‘A champion’s mind’.
“La final fue de un tenis increíblemente rápido, en un día muy caluroso, con pelotas volando por todos lados a la velocidad de la luz”, recuerda Pete, que ganó un 91% de puntos con primer saque y no tuvo que enfrentar ninguna bola de break. “Fue un tiroteo, los dos esquivamos balas que apenas podíamos ver, con la esperanza de conectar un resto afortunado en algún momento, o de provocar un error en el rival. Ese tipo de tenis requiere de una mano firme y un enfoque intenso, ahí demostré tener un poco más de estabilidad en los desempates, así que después de ganar dos de ellos, Goran se echó a un lado”, resume el campeón, que ganó por 7-6, 7-6 y 6-0.
El cartel reunió a dos grandes candidatos, dos de los mejores sobre hierba, pero tácticamente resultó un desastre para los románticos. Fue un pulso de bombarderos donde nadie perdía el saque, incapaces al mismo tiempo de hacer daño al resto. El chaparrón de comentarios generó bastante controversia alrededor de aquella final, incluso algunos expertos le pusieron más drama que de costumbre. “El tenis en Wimbledon está en peligro de volverse irrelevante”, se pudo leer en cierta columna. La evolución de las raquetas había traído dos consecuencias enfrentadas: mientras los jugadores peleaban por ver quién golpeaba más fuerte, la gente dormía profundamente en los palcos.
LOS MATERIALES, CULPABLES
Sin embargo, Sampras fue de los que nunca aprovechó aquella nueva potencia en las raquetas, ya que se mantuvo fiel a la Wilson Pro Staff 85 hasta los últimos días de su carrera. El norteamericano era un obseso con el tema del encordado, hasta el punto de contratar a una persona que viajaba con él y se encargaba de sus raquetas [Nota para curiosos: Pete encordaba a 32-33k en tierra, a 32k en hierba y a 34k en rápida]. Tan cómodo se encontraba con este modelo que lo mantuvo incluso en los años donde no llegó a un acuerdo con Wilson, jugando sin recibir un euro a cambio.
“Mirando hacia atrás, creo que cambiar a una raqueta de cabeza más grande en los últimos años de mi carrera me habría ayudado. Mi raqueta era excelente para hierba, era muy precisa, pero en tierra batida puede beneficiarte el hecho de tener un mayor margen de error. El punto óptimo de mi raqueta era de solo tres o cuatro pulgadas; con una cabeza más grande y cuerdas diferentes, podría haber generado mucha más potencia y efectos desde el fondo de la pista. Habría jugado más como los chicos de hoy en día”, reconoce el campeón de 14 grandes, aunque no corramos tanto, sigamos en aquel verano de 1994.
“Mi final con Goran fue un fiasco, aunque sigo creyendo que fue más por la convergencia de ambos estilos, ya que contra otros rivales la historia fue muy diferente”, asume el estadounidense. “Eso sí, tampoco estoy seguro de que los puntos largos aumenten el interés en el juego, ni mucho menos. Mucha gente se quejaba del aburrimiento que ocasionaba ver rallies interminables, intercambios sin rumbo sobre arcilla. Nadie se entusiasmaba cuando dos glorias de tierra batida participaran en duelos de cinco horas. Goran y yo no éramos el cruce ideal en Wimbledon, aunque nos vimos las caras muchas veces”. Si vamos al detalle, se cruzaron en dos semifinales (1992, 1995) y en dos finales (1994, 1998).
La cuestión es que, a raíz de aquella final de 1994, el circuito decidió apostar por pelotas más suaves y lentas, además de desarrollar una nueva mezcla de césped con el objetivo de ralentizar un poco las canchas. La intención era hacer una superficie más jugable, más amable para los intercambios largos.
EL ABURRIDO ERA SAMPRAS, NO LA HIERBA
Lo que no esperaba Pete era que la repulsa provocada por aquella final terminaría salpicándole directamente a él. “Sampras es aburrido, es una amenaza para el juego con su dominio”, exclamaban la prensa inglesa. ¿De verdad el Nº1 del mundo podía traer algo negativo a su deporte? “En mi carrera me acusaron de jugar un tenis brillante que ganó a muchas mentes, pero no ganó corazones. Después de aquella final, recuerdo que uno de los tabloides en Reino Unido publicó el siguiente titular: ‘SAMPRAZZZZZZZZ’. A mí me habían educado para ganar partidos, eso es lo que cuenta. No era de formar escándalos, ni de llamar la atención mientras caminaba por la cancha, pero ahora resultaba que ser bueno era aburrido, incluso era una amenaza para el tenis”.
Las provocaciones ya no apuntaban únicamente a su tenis, sino que pasaron directamente a su personalidad, a castigar su manera de comportarse dentro de la pista. No miento cuando digo que Sampras lo pasó mal durante un tiempo, sobre todo en ruedas de prensa, donde se le notaba siempre a la defensiva, justificando su carácter. Su mayor virtud, el autocontrol, se llegó a vender como ausencia de emoción, acusándole de tener sangre de horchata. ¡Pues claro que tenía emociones! La diferencia es que las manejaba como nadie, ¿no consistía en eso? McEnroe, Connors o Becker ganaron menos que él, pero tuvieron legiones de fanáticos a sus pies simplemente por expresar sus emociones con libertad. Lo que no sabían los aficionados es que necesitaban hacerlo para jugar bien, para sacar su mejor tenis. ¿Y qué pensaba Pete? “Nunca lamenté ni envidé eso, pero sí que sentí que los medios podrían haber hecho más por apreciar cómo era yo”.
El americano no se sentía lo suficientemente valorado, pero aquello nunca le hizo replantearse nada. De hecho, fue todo lo contrario. “Si quieres ser grandioso debes eliminar tus propios problemas y jugar con una mente clara, la lucha deber ser únicamente contra tu oponente. Los John McEnroe de este mundo son la excepción, no la regla. En mi carrera, siempre tomé los arrebatos emocionales de mis rivales como una oportunidad a mi favor, si un tipo empezaba a perder el control sabía que era porque mi juego había llegado a su mente”, escribe en su autobiografía. Así era su filosofía, la de un deportista ejemplar, aunque desde fuera no supieran entederlo. Era tan consciente de sus capacidades que desde niño se enfocó en aprovechar aquel don, en trabajar duro para no derramar ni una gota de talento, un plan que se canalizaba siempre a través del autocontrol. Ese fue su modelo para abrazar el éxito… y no le fue mal.
LA ANÉCDOTA CON MCENROE
No tan célebre fue un (des)encuentro que hubo tiempo después entre Pete Sampras y John McEnroe en unos vestuarios. ¿Pero no eran amigos? Y tanto que lo eran, pero el más veterano, retirado ya por aquel entonces, se pasó de la raya en una columna en Time, donde atizó a su compatriota por su falta de carisma. Le criticó por ser aburrido, incluso se atrevió a dejarle algunos consejos por escrito, para que mostrara ‘más personalidad’. Os podéis imaginar cuál fue la reacción de ‘Pistol’.
“¿Quién dice que el tenista está obligado a mostrar su personalidad? Yo no estaba en el tenis para ganar concursos de popularidad, ni para mostrar lo interesante que era como persona, o para ser un artista. Estaba en el tenis para alcanzar mi máximo nivel y ganar títulos. El tenis fue mi primer amor y también mi trabajo profesional, nunca lo confundí con el mundo del espectáculo. Si no iba a ser recordado por mi juego, entonces quería ser recordado por la forma en la que me comportaba. Si tampoco iba a ser recordado por eso, entonces no quería ser recordado”, señala el de Washington en su libro.
Con esto se llegó a frivolizar bastante, incluso dentro del vestuario. Míticas fueron algunas declaraciones de Andre Agassi –su némesis en todos los sentidos– acerca de la diferencia abismal que existía entre ambos. "Nadie debería estar en el puesto Nº1 si parece que acaba de colgarse de un árbol”, se burlaba el de Las Vegas sobre el aspecto de su íntimo rival. Aquella fue la mayor rivalidad de los años 90, aunque fue Andre el que la supo extrapolar también a nivel mediático. "Creo que nuestras peores pesadillas serían despertarnos a la mañana siguiente y ser el otro”, llegó a tirarle Agassi, siempre con ese toque canallesco en sus palabras.
Andre hablaba demasiado, quizá por eso Pete nunca quiso seguirle el rollo. Pero con McEnroe era diferente, las palabras de John sí le molestaron, hasta que el vestuario de Wimbledon los reunió tiempo después para sellar la paz. “Pete, sin ánimo de ofender, simplemente quiero que hagas esto, que muestres un poco más de esto, que hagas un poco más de aquello…”. Básicamente, le estaba pidiendo que fuera más como él y no tan aburrido. Sampras no revela cuál fue su respuesta pero, sabiendo que eran buenos amigos y que habían jugado juntos, podemos garantizar que Pete volvió a tirar de su famoso autocontrol para no enfadarse más y recuperar la cordialidad en ese mismo instante.
Ese era Pete Sampras, no solo un grandísimo campeón, el mejor de su generación, también era una persona discreta, introvertida y excesivamente tímida. Aunque por dentro habitara un caníbal. “Luego, con el paso de los años, empecé a emocionarme más en la cancha, lo demostré de diferentes maneras, incluidas algunas de las cuales estoy seguro que John aprobó. Pero en general seguí siendo bastante reservado. Mi mayor versión de un impulso o un grito primitivo fue simplemente levantar el puño por encima de la cabeza. Ese era todo el mensaje que necesitaba enviar”.