Llegar a una final de Roland Garros con 20 años es un logro que no debería pasar nunca desapercibido. Pase lo que pase en ese séptimo partido. El ‘problema’ viene cuando diez años después aparece otro jugador del mismo país y encadena doce finales allí. Y además, las gana todas. Partiendo de este dato insostenible para le mente humana, todo lo demás parece exento de valor. Pero lo tiene y mucho.
Alberto Berasategui (Bilbao, 1973) fue aquel joven al que le llegó una final de Grand Slam cuando nadie la esperaba, ni él mismo. En su tercera participación, sin haber cruzado nunca de segunda ronda, el tenista vasco se quedó en París a un paso del título. El mayor logro de su carrera le vino en el primer capítulo, aunque eso no le impidió firmar una trayectoria notable hasta el día que cambió la pista por los banquillos. Por las cabinas de televisión. Por los despachos. Lo que sea menos estarse quieto, siendo su labor actual con el Mutua Madrid Open sub16 uno de sus proyectos más atractivos. De todo ello hablamos con el ex Nº7 del mundo en plena transición entre la gira de tierra batida y la de hierba.
Han pasado ya unos meses desde el Mutua Madrid Open, nuestro particular ‘Grand Slam’.
Es cierto, este año se ha respirado ambiente de Grand Slam. En los cuartos de final masculinos hubo siete top10 y el que no era top10 era Wawrinka. En las chicas solo nos falló Serena, pero aun así tuvimos una grandísima final. La idea es seguir trabajando por este camino para que los mejores quieran venir año tras año.
¿Qué les dais?
Intentamos dar el mejor trato a todos. Cuando los tenistas van a los torneos, sus mayores deseos son que las pistas estén en las mejores condiciones y que haya muchas pistas para entrenar, aunque a veces la primera semana no podemos acoger a todos y nos toca compaginarnos con algunos clubes de la ciudad. Eso implica tener también un transporte magnífico, cosa que también valoran. La comida también se mira mucho, aunque aquí con eso no tenemos ningún problema (risas). Madrid como ciudad es un lugar que ya de por sí te ofrece mucho.
Este año la gran novedad estaba en la dirección. ¿Qué tal Feliciano?
Uno de los lemas del torneo es: “Innovador, tecnológico y joven”. Se ha dado este paso con Feli y ha hecho una labor impresionante, se ha involucrado muchísimo, a nivel de organización todos estamos sorprendidos. ¡Es que él sigue jugando! Pese a ello ha sido capaz de esforzarse mucho y aportar muchas ideas, al estar dentro del circuito ha traído cosas frescas, lo mejor que ha visto en cada torneo. Cada año vamos mejorando, no es fácil suplir a Manolo Santana, pero con Feliciano hemos logrado tener otro gran director.
Tú que has pisado todos los Masters 1000, ¿podemos decir que Madrid es el mejor?
Junto con Indian Wells, yo diría que sí. Por comodidad e infraestructura, los jugadores votan siempre a Indian Wells como el mejor Masters 1000 del año, pero creo que estamos a ese nivel. Hay cosas que nosotros tenemos mejor y otras que no. Madrid, por todo lo que ofrece, no hay duda que está a la vanguardia. Mejor que aquí no se come en ningún sitio, ni en los Grand Slams. A nivel social, ninguno como éste torneo. A nivel de pistas… te diría que son mejores incluso que las de París.
El tenis ha evolucionado mucho en estos últimos 20 años. ¿Qué factor te llevarías a tu época?
Sobre todo la profesionalidad con la que se vive cada día. Antes no había tantas facilidades, no estaba todo tan medido. Ahora mismo los torneos abastecen a los jugadores de lo que quieran. ¿El mejor gimnasio? Pues el mejor gimnasio. ¿Más grande? Pues más grande. Los tenistas están muy protegidos y eso luego se transmite en profesionalidad, esto se ve ya desde el tenis base. Siendo cadetes, hay jugadores que ya llevan varios entrenadores a su lado.
Tu carrera duró apenas diez años, con 28 colgaste la raqueta.
Me retiré pronto, podía haber apurado más, pero en aquella época las carreras eran más cortas. Por edad, también salías antes al mundo del profesionalismo, hoy en día les cuesta un poquito más, pero se han alargado una barbaridad. La alimentación es mejor, muchos viajan con fisioterapeuta, todo ha evolucionado. Las recuperaciones de lesiones también son más cortas.
Hay que hablar de tu temporada 1994. Nueve finales, siete títulos.
Fue un año muy bueno, aunque la mayoría de los títulos fueron en ATP 250…
Pero hay que ganarlos.
Sí, hay que ganarlos (risas). Como dice Rafa, un título es un título. Fue mi mejor año, sin duda. Mirando hacia atrás, tengo la sensación de que exploté demasiado pronto, me hubiera gustado hacer esa final de Roland Garros con algunos años más, con más experiencia, pero me vino cuando me vino y encantado con que me llegara. Con 20-21 años fue un choque de realidad muy grande, luego en 1995 me costó mucho asimilarlo. Hasta 1998 no maduré a nivel mental. Tuve los pros y los contras, pero me quedo con los pros.
¿Notas el reconocimiento por tu carrera? Te lo pregunto porque muchos españoles quedaron en la sombra ante el fenómeno Nadal.
Rafa ha eclipsado a todos… ¡incluso a David Ferrer! Suerte también de haberlo tenido, la verdad, ha hecho que en este país se respire mucho tenis y se apueste por este deporte. Bueno, la gente olvida pronto y hay que estar preparado. Son etapas, yo quemé la mía, pero sabía que me llegaba otra.
Finalista de Roland Garros, ¿cómo se puede olvidar algo así?
Lo que más me suele ocurrir es que la gente me recuerde por mi manera de golpear, por cómo agarraba la raqueta, eso caló mucho. Los que tienen cierta edad y me vieron jugar todavía se acuerdan.
¿Y los más jóvenes?
Los jóvenes vienen y me dicen: “¿Puedo hacerme una foto contigo, Martín?” Me confunden con el cocinero (risas).
A esa final de Roland Garros llegaste después de un gira con muchos altibajos.
El tenis son rachas, no puedes estar al mejor nivel cada semana. Yo era jugador de tierra batida, mi temporada se basaba en esa gira. Antes de París recuerdo que había ganado Niza, luego jugué bien en Montecarlo pero perdí con Bruguera. Después hice final en Bolonia y al llegar a Roland Garros, me acuerdo de una conversación que tuve con Albert Costa: “Bueno, vamos a ver qué tal se da el torneo, venimos a coger experiencia”. Ni loco hubiera pensado que llegaría hasta el final.
¿Y cómo lo hiciste?
Partido a partido, fui cogiendo confianza, algún rival se me retiró por el camino… la cuestión es que llegué a la final sin perder un set. Ahí pensé: “Estoy en la final de Roland Garros… ¡qué fácil!” (risas). En la final Sergi jugó mejor que yo, era mejor que yo, en tierra batida era el número uno. En dos semanas me cambió la vida, pasé del anonimato a ser alguien en el mundo del tenis. Como ya te he dicho antes, luego me costó asimilarlo. Empecé el año estando en el top40 y lo acabé siendo el 7 del mundo, al año siguiente lo pagué. Parecía que si ya no me metía en las finales de torneos en tierra, lo de antes ya no valía.
¿En qué te hubiera cambiado la vida de haber ganado esa final?
(Piensa) El campeón es el campeón, el que la gente recuerda para siempre. Pero bueno, yo encantado de haber hecho final y haberla perdido con Sergi Bruguera, aquello para mí era inimaginable, por eso digo que ojalá esa final me hubiera llegado más adelante, con más experiencia, la hubiera afrontado de otra forma.
Del anonimato a las portadas, estas historias las hemos perdido.
Se han perdido porque en la última década ha habido tres jugadores que lo han acaparado todo y no han dejado al resto llegar a esas finales. Antes había más sorpresas en Grand Slams, pero ahora con Roger, Rafa, Djokovic y Murray… ha ganado uno Cilic, tres Wawrinka, uno Del Potro y poco más. Se lo han repartido todo entre ellos. El año pasado casi lo hizo Cecchinato, ahora cuesta mucho más.
Hay que hablar del tema estrella, tu empuñadura. Te ayudó mucho en tierra batida y te restó en otras superficies.
Totalmente. Yo no cambiaba de empuñadura, usaba la misma para el revés como para la derecha y eso en tierra batida me ayudaba. Era un golpe para liftar mucho la bola, algo que en otras superficies no ayuda tanto. Luego en 1998 hice cuartos de final en Australia, ganando a Agassi, Rafter o Medvedev… hasta que perdí con Ríos. Demostré que también podía jugar bien en rápida, aunque me costaba más. Sobre todo con el revés, la derecha la tenía más atada. En tierra tenía más tiempo, me preparaba mejor, con la aceleración que tenía y el efecto que le daba se le hacía muy incómodo a los rivales.
¿Y en hierba?
Apenas lo probé (risas). Fui un año y recuerdo que allí la bola botaba muy poco, la tenía que levantar mucho y al tener un efecto tan liftado se me quedaba muerta. Era un empuñadura diferente, pero me ayudó a llegar arriba.
Siempre me llamó la atención esa época en la que muchos españoles os saltabais la gira de hierba. No ibais ni a Wimbledon.
El circuito te lo permitía, el ranking solo se basaba en tus 14 mejores torneos. Ahora todo ha cambiado para bien, te obligan a jugar más y a ser mejor en todas las superficies. En mi época se jugaba mucho saque-red y ahora apenas vemos jugadores hacerlo, todos han aprendido a restar mejor y además la bola es un poquito más pesada en Wimbledon, el juego se ha ralentizado. Por eso han podido ganar jugadores como Djokovic o Nadal.
Sea como fuere, patentaste un golpe: la empuñadura Berasategui.
En tecnicismos se le llama western, pero McEnroe dijo una vez que era más que western, que era hawaiian (risas). Era tan pasada que era hawaiian.
¿No te generaba lesiones?
La verdad es que no. Era un golpe automatizado que hacía desde joven, además yo toda la fuerza la hacía con el antebrazo, no utilizaba la muñeca nada más que para el efecto. Jamás tuve un problema con la muñeca, ninguna lesión.
¿Nunca intentaron cambiarte el golpe?
Sí, cuando tenía 12 años. Recuerdo ir de Bilbao a la Academia de Bruguera para que me la viera el padre de Sergi. Eran edades en las que, si cambias un golpe, tienes que volver a empezar de cero. Luego en Estados Unidos también me la intentaron cambiar porque me salió un dolor de codo, pensaron que era por la empuñadura, pero ya era imposible cambiarla.
¿Alguna vez te encontraste con otro golpe así de curioso?
El que más me recordaba al mío era la derecha de Courier, por la empuñadura y la forma de pegarle. En mi época también me marcó mucho Luke Jensen, un doblista que era capaz de sacar con las dos manos y con la misma fuerza. Santoro voleaba con dos manos, también merece mención. He visto golpes raros con empuñaduras normales, pero como la que yo tenía no vi muchas.
Ahora todos juegan igual.
Los jugadores son un poco maquinitas, cortados por el mismo patrón. Las escuelas han mejorado mucho a nivel técnico y todas tienen a enseñar un poco lo mismo. Hoy en día es raro ver a jugadores como Tsitsipas, que golpea el revés a una mano, aunque por suerte todavía quedan algunos. Lo normal ha pasado a ser un tenista con revés a dos manos, buenos golpes de fondo, mucha potencia y cierta habilidad para abrir ángulos. Luego les sale un Feliciano, que les juega con revés cortado, y muchos sufren porque les rompe los esquemas.
Firmaste 23 finales ATP como profesional, todas en tierra batida. ¿Dónde están ahora los especialistas?
Antiguamente estaba mucho más marcada la figura del especialista, ya fuera en tierra batida, rápida o en hierba. Hoy en día los jugadores son mucho más completos, si quieres ser top10 tienes que jugar bien en todas las superficies. Bueno, quizá siendo muy bueno en rápida ya te sirva para ser top, es la superficie que manda en la mayoría de grandes torneos.
Ganaste a múltiples top10 en tu carrera, ¿alguna victoria más especial?
Una de las que mas ilusión me hizo fue contra Agassi, en octavos del Open de Australia. Para mí era un ídolo desde pequeño, por su forma de jugar y lo que representaba. Recuerdo en 1994, cuando me clasifiqué para jugar el Masters de fin año, yo era un jugador claramente de tierra batida y conseguí aquel billete al ganar todos mis títulos en arcilla, además de hacer final en Roland Garros. Llegué a Frankfurt y perdí fácil, no tuve tiempo de adaptación, pero lo más curioso fue recibir las críticas por parte de Agassi: ’¿Cómo puede ser que un tipo que solo gana en tierra haya clasificado para disputar un Master en rápida?’. Años más tarde le gané en Australia y al finalizar el partido me felicitó: ‘Enhorabuena, has mejorado mucho en rápida’. Me hizo mucha ilusión por ser quien era, además luego lo mencionó en su libro.
A Agassi le clavaste una vez un 6-0…
Sí, en Cincinnati, lo que pasa es que luego él también me lo pegó a mí (risas). Siempre recuerdo aquel partido porque estábamos jugando el tercer set, íbamos 1-1, no existía el ojo de halcón y me pareció que me robaron una bola clarísima. Ahí me cortaron las alas porque llegaba con una racha muy buena. Con el tiempo y la invención del ojo de halcón, siempre lo pensé: qué bien me hubiera venido en aquel partido. En Estados Unidos hay veces que jugando ante jugadores locales, los líneas se equivocan con cierta asiduidad.
¿Había alguno a quien te costara ganar?
Agassi me ganó casi todas las veces, menos aquella de Australia. Todd Martin me ganó en la final del Godó y nunca le conseguí ganar. Luego hubo otros contra los que nunca jugué, como Sampras, pero es que él apenas aparecía en la temporada de tierra batida. A Michael Chang creo que tampoco le gané.
La gente habla del Big3 como esos jugadores a evitar en el circuito. ¿Quiénes eran los que sembraban el terror en tus tiempos?
Sampras y Agassi. Fueron los que marcaron mi época. Alguno como Muster apareció algún año e incluso fue Nº1, pero ellos dos fueron los mejores.
Al Big3 lo evitaste como jugador… pero luego te tocó sufrirlos como entrenador.
Sí, junto con Feliciano. De hecho, el primer partido que yo empiezo a trabajar con Feli fue contra Federer, en Madrid 2011… ¡y casi lo gana! No es que fuera mérito mío, él venía de entrenar bien con Clavet, pero sí tuvimos varios partidos donde nos tocó enfrentar al Big3, sobre todo con Nadal y con Federer. También con Murray, con Djokovic menos. Lo cierto es que no nos fue bien, nunca conseguimos ganarles.
Como comentarista seguro que los has disfrutado más.
Como comentarista y como espectador. Haber vivido esta época, aunque no sea tan privilegiado de haberme enfrentado a ellos, es una auténtica gozada. Más allá de lo que juegan y lo que hacen en la pista, destaca lo que representan y lo que están haciendo por el tenis. Es algo que será difícil de repetir, van a dejar un vacío muy importante. Siempre habrá relevos y otros buenísimos jugadores, pero habrá que verlos. Con Sampras y Agassi pensamos lo mismo, o los alemanes cuando se retiraron Becker y Graf. Esperemos que por el bien del tenis aparezcan auténticos fenómenos como han sido ellos.
¿En España volveremos a ver algo así?
Hay que ser conscientes de todo lo que ha hecho Rafa por el tenis y por el deporte español, hay que agradecérselo. Induráin en el ciclismo hizo lo mismo y luego salió Olano, que era buenísimo, el problema es que siempre vamos a tender a la comparación. Nadal será único, cuando veamos a jugadores que sean muy buenos pero que no ganen Grand Slams o Masters 1000, también deberemos saberlos valorar.
Has sido jugador, entrenador, directivo, asesor, comentarista… ¿qué te queda?
No tengo ningún objetivo marcado. El tenis me lo ha dado todo, me gustaría seguir con lo que estoy haciendo, aportar ese granito de arena y devolverle algo por tanto que me ha dado. He tocado muchas facetas del tenis pero ahora con el Mutua Madrid Open es una etapa que la estoy disfrutando muchísimo, igual que en televisión, donde busco que el espectador entienda de una mejor manera lo que sucede en la pista. Esto es lo que llevo haciendo desde pequeño, estaré encantado de seguir relacionado a este deporte.
En su día se barajó tu nombre para la presidencia de la RFET. ¿Te gustaría?
Se habló, se habló. Ahora mirando hacia atrás, gracias a Dios que no salí elegido (risas). Es un cargo de mucha responsabilidad, hay que prestarle muchísimas horas, viajar muchísimo, no lo tendría fácil con la familia que tengo. En ese momento me lo pidieron por favor y al final accedí, pero no sé si estaría preparado a nivel mental como directivo, es un trabajo que conlleva mucho tiempo. No sé si estaría a la altura para presidir una Federación tan importante como la española.