
Parecía un lunes tranquilo, hasta que un tweet del periodista Jon Wertheim lo estropeó: “Descanse en paz Robert Lansdorp, una de las figuras más subestimadas del mundo del tenis, además de un arquitecto del golpe de fondo que contribuyó a construir el juego de tantísimos jugadores de primer nivel”. Apenas unas horas después, las redes sociales se llenaban de condolencias y pena, pero también de recuerdos y agradecimientos hacia uno de los técnicos más importantes de finales de los 90 y principios del nuevo siglo. Una de las pocas personas que pueden presumir de haber formado desde la base a cuatro números 1 del mundo, aunque Robert Lansdorp (Semarang, 1938; Los Ángeles, 2024) fue mucho más que eso.
RIP Robert Lansdorp, such an underrated tennis figure and stroke architect, who contributed so much to so many top players' games...
— Jon Wertheim (@jon_wertheim) September 16, 2024
Empezaremos por lo básico, la ficha, aunque pronto verán que estamos ante un personaje que bien merece un libro entero. Robert era un hombre de pelo blanco, voz grave, temperamental, duro y un poco mezquino, pero también sentimental, generoso y amable. Un entrenador de tenis brillante. No creía en las adulaciones: si te elogiaba, era porque te lo merecías. Si te decía lo bueno que eras, es que lo eras. Creció en el Lejano Oriente, en una colonia holandesa que fue conquistada por los japoneses en la II Guerra Mundial. Su padre, un hombre de negocios holandés, fue arrestado y encarcelado en un campo de concentración. Tras regresar a Holanda con su familia, Robert aprendió a jugar a tenis. Una vez liberaron a su padre, la familia viajó de un lado a otro, hasta dirigirse al destino final en 1960: Estados Unidos.
A los 22 años pasó por la universidad, empezó a dar clases, viajó por muchísimos lugares, hasta encontrar su sitio en Los Ángeles. Por la mañana daba clases y por las tardes compartía botella con personajes de la alta sociedad, mostrando siempre esa doble cara entre currante y bohemio. Lo cierto es que en poco tiempo se convirtió en un profesional bastante solicitado, porque además de ser un gran profesor, tenía su propia filosofía, una forma de pensar muy concreta acerca del juego. Desconfiaba bastante de esa dependencia moderna de los trucos y los efectos, apostando principalmente por los golpes bajos, duros y planos, que pasaran a escasos centímetros de la red. Un estilo de juego que requería de mucho coraje, ya que si fallas por media pulgada estás muerto. Con esta premisa, ya podrán imaginar el tipo de alumnos que fueron pasando por sus manos.
LA PRIMERA DE LA LISTA
En plena década de los 70, cuando Chris Evert y Martina Navratilova alimentaban la mayor rivalidad que ha visto este deporte, una niña de 16 años decidió irrumpir en la escena para ponerlo todo patas arriba. Su nombre era Tracy Austin y su entrenador, Robert Lansdorp. Su título en el US Open siendo menor de edad la catapultó hasta lo más alto del ranking, siendo la más joven de la Era Open en conquistar el Nº1 hasta ese momento. ¿Y cómo alcanzó aquellas metas pese a su inexperiencia? Aquí es donde Lansdorp entra en juego, insuflándole una confianza derivó en cierta arrogancia de cara a la competición. Le regaló el arma más poderosa: verse capaz de tumbar a cualquiera. Ya saben, el cromosoma que tienen todos los grandes campeones.

“Diva, diva… no conozco la palabra diva, pero sí conozco la palabra bitch”, comentó Robert en su día cuando le preguntaron por la personalidad de Austin en sus inicios. “Os puedo asegurar que cuando más perras son estas jugadoras, mejor juegan. El objetivo es crear esa mentalidad de jugadora egocéntrica, que piense que es la mejor del vestuario, ahí es donde queremos llegar todos. Lo malo es que después, una vez lo consiguen, uno piensa: ¿por qué no pueden ser un poco más amables? Todos los que llegan tan arriba es porque han sido un poco cabrones, absolutamente todos”, remató el holandés con su habitual transparencia.
De todos los pupilos que pasaron por vida, Lansdorp siempre puso a Austin como el ejemplo extremo de auto exigencia. Cuenta que en los entrenamientos corría hasta las bolas que eran inalcanzables, porque ya se encargaba Robert de que lo fueran. Con 10 años sufrió un accidente patinando, lo que hizo que le enyesaran la pierna como remedio. Al día siguiente, el técnico se encontró a la estadounidense en el club de tenis, entrenando su golpe de derecha sentada en una silla dentro de la cancha. “Era más dura que ninguna, la idea de fracasar no entraba en su mente, nunca le importó quién estaba al otro lado de la red”, declara el hombre que la guió hasta la cumbre. Lástima que después de tumbar cinco veces seguidas a Evert –una de ellas en la final del US Open 1979–, incluso cortarle la racha de 125 victorias consecutivas en tierra batida, Austin terminara totalmente vacía a los 21 años, edad donde decidió retirase por no aguantar tanta presión.
TURNO PARA ‘PISTOL’
A la edad de 7 años, edad más que suficiente para saber que acabaría siendo profesional, Pete Sampras empezó a entrenar en Palos Verdes, California. Concretamente en el Kramer Club, lugar donde se habían formado múltiples estrellas del tenis, entre ellas Tracy Austin. Fue allí donde conoció a Robert Lansdorp, aunque los inicios fueron bastante discretos, sin hinchar demasiado el globo. El paso de las semanas fue revelando el talento de aquel chaval tan callado, cambiando por completo el entorno del estadounidense. Todo el mundo empezó a decirle que tenía madera de campeón, que ganaría Wimbledon y el US Open, algunos lo comparaban con el Eliot Teltscher, otro perfil cargado de muchísimos destellos. ¿Saben quién había sido el mentor de Eliot? Exacto, no podía ser otro que Lansdorp. Todo apuntaba a que Sampras iba para estrella, pero en aquel momento necesitaba un empujón en el aspecto mental.
“Robert construyó los cimientos de mi juego, era todo un icono en California, legendario por su enfoque de sargento sin rodeos”, explica Pete en sus memorias, dándole todo el crédito de aquel trabajo para luego alcanzar la gloria durante dos décadas. "Sus huellas estaban y siguen estando en algunos de los mejores golpeadores de fondo del circuito, ya que casi todos los protegidos por Lansdorp desarrollaron una gran derecha que salía plana, limpia y fluida. Era especialmente bueno con las chicas: Tracy Austin, Lindsay Davenport, Melissa Gurney o Stephanie Rehe, todas excelentes juniors y luego exitosas profesionales”, analiza el de Washington. En hombres, hasta aquel día, su mayor obra la había realizado con el citado Eliot Teltscher, que llegó a ser #6 del mundo y campeón de 10 títulos individuales.

Pese a ser rabiosamente joven, Sampras ya contaba por la que entonces con cuatro entrenadores: Robert Lansdorp (juego de fondo y derecha), Pete Fischer (saque), Del Little (juego de pies y equilibrio) y Larry Easley (volea). Su carácter solitario hizo que Lansdorp chocara más de una vez con un equipo tan diversificado. Pete reconoce que le intimidaba su figura, tanto por su tamaño como por su carácter rudo. Las primeras semanas acudía con miedo a sus clases, deseando que terminaran cuanto antes. Sampras, que empezó a jugar cuando todavía se usaban raquetas de madera, tuvo el privilegio de que Robert le enseñara a golpear correctamente. Con Robert todo se basaba en pegar a la pelota en el punto justo, no había ninguna técnica secreta. Su gran especialidad era la repetición, lo cual te llevaba a una disciplina extrema de golpeo. Cualquier ejercicio duraba una hora, no importa si era largo de fondo o cruzado a media pista.
“Tenía un don para lanzar pelotas, algo que quizá no parezca tan difícil. Robert colocaba la pelota exactamente en el lugar correcto, una y otra vez, estamos hablando de cientos de pelotas cada hora, día tras día”, recuerda Sampras en su libro. De golpear esa misma pelota un millón de veces surgió la importancia de incorporar tanta memoria muscular, hasta convertirlo en un gesto natural.
“Me enseñó a mantenerme en pie y enfrentarme a intercambios duros, aquellas series agotados me hicieron más fuerte. Mi derecha en carrera es toda de Robert, también mi golpe de aproximación de derecha desde el medio de la cancha, algo a lo que fui sumando un poco de efecto para ampliar el margen de error. Lo tengo claro, si uno de mis hijos quisiera dedicarse al tenis y Robert todavía sigue en la cancha, él sería el hombre al que le pediría que le enseñara”, llegó a decir Sampras al terminar su carrera.
“Hace unos años recuerdo que me pidió el favor de pelotear con una niña de 12 años que estaba en desarrollo. Le ayudé sin pensarlo, hasta que años después reconocí a esa misma niña en televisión. Su nombre era Maria Sharapova. Siempre tuvo ese ojo clínico para intuir quién tenía talento y potencial, pero sobre todo sabía interpretar quién poseía la determinación para ser grande. Psicológicamente era durísimo trabajar con él, pero solo así podías madurar tu personalidad para la exigencia del circuito”.
DE DAVENPORT A SHARAPOVA
Él mismo asegura que no era la que más talento tenía, se hubiera llamado las manos a la cabeza si le dicen que acabaría ganando tres Grand Slams, pero estas excepciones son las que confirman la regla. Aunque también pasó por sus clases, Robert Lansdorp necesitó de un tiempo para ver a Lindsay Davenport como la gran campeona que lleva dentro, de hecho, ella fue de las protagonistas principales en un cambio generacional radical dentro del circuito femenino donde la potencia pasó a ser el factor determinante en la balanza. Esa manera de golpear tan salvaje de la estadounidense marcó un antes y un después, llamando la atención de muchísimos padres que veían en ella un modelo a seguir para sus hijas. Uno de ellos fue Yuri Sharapov, quien no se arrugó a la hora de ponerse en contacto con aquel técnico que convertía en oro todo lo que tocaba.

El capítulo de Maria Sharapova es, posiblemente, el más bonito de todos, aunque también por ser el mejor relatado de todos. La rusa fue quien se encargó de exponerlo en su autobiografía, aceptando a todos aquellos que la ven como la reina de la repetición, prácticamente una jugadora diseñada al detalle por Robert Lansdorp. Eso sí, nada hubiera sido posible si Yuri no hubiera descolgado su teléfono para llamar al holandés. ¡Y eso que o se lo puso fácil! Hasta 15 llamadas tuvo que hacer hasta que escucharle, una voz que le avisa del alto coste de sus servicios. “Lo siento, no creo que ustedes puedan pagarme”, le tiró Robert con tono socarrón. Afortunadamente, Yuri y su familia hacía tiempo que no pasaban por problemas económicos, instalados en ese momento en la Academia de Nick Bollettieri.
Se presentaron en el domicilio de Lansdorp, donde el entrenador le hizo golpear 500 pelotas de un cesto. Tras ver en directo a la niña, Robert le dijo a su padre que tenía cualidades, pero que su derecha era una calamidad. Aquel discurso descarado y altivo era solo una fachada, era una prueba para ver si estabas realmente preparado para tratar con él, o si en cambio eras de esos que se ofendía rápidamente y no soportaba las críticas. En ese caso, lo mejor era descubrirlo de inmediato, pero si superabas la primera fase todo cambiaba. Ahí es donde se encendía la luz verde para dar el siguiente paso.
“Lo mejor de Robert es que no se andaba con tonterías. Si eras un inútil, te lo decía. Si no estabas en forma, te lo decía. Tampoco le importaba si estabas cansado o no podías más, él te hacía seguir y seguir”, subraya Sharapova, quien siempre se acordó de él a la hora de dar crédito a la gente que le ayudó a llegar a la cima.
Aunque seguía trabajando a diario con Bollettieri, Maria y su padre empezaron a trasladarse los fines de semana hasta el domicilio de Lansdorp, donde terminarían pasando las noches cuando la confianza llegó a su punto máximo. ¿Que cómo trabajaban? Ningún secreto, todas las fichas en la misma casilla: la repetición. Sharapova se centraba en hacer lo mismo una y otra vez, así hasta que cada gesto se convirtiera en algo natural. No importaba lo que sucediera, Lansdorp seguía pasando pelotas sin parar, a la derecha y al revés, sin piedad. Pero no era un sádico, todo este plan tenía un sentido acorde a su filosofía. Una vez, cuestionado por su método, el holandés enseñó sus vísceras:
“Odio el efecto de una pelota de tenis, esto es lo que usan la mayoría de jugadores modernos. Ellos golpean la pelota con mucha fuerza, le dan mucho efecto para mantenerla en la cancha y que caiga con muchísimo peso. Lo odio, lo que yo busco es un golpe bueno, duro y plano, lo que fue popular en los años 70, 80 y principios de los 90, antes de que llegara este nuevo estilo terrible. Las nuevas raquetas y los nuevos grips lo cambiaron todo, ahora es más fácil darle efecto a la pelota, demasiado fácil, hasta cuando no lo deseas. Hay que aprender a golpear plano cuando eres joven porque necesitas ser valiente para hacerlo; luego, cuanto más mayor te haces, más se apodera el miedo de tu juego”.

Podrá gustar más o menos, pero el argumento es sobresaliente. ¿Y qué pensaba Sharapova de todo esto? Viendo la trayectoria que tuvo, ustedes dirán.
“Todos esos ejercicios le dieron un nuevo ritmo y consistencia a mi juego. Llegué a un punto donde podía golpear la pelota duro y plano sin parar, una y otra vez. Esto ejercía una presión tremenda en mis rivales, ya que el ataque nunca se detenía. Sabía que no tenía mucha velocidad en la pista, pero lo compensaba con estos golpes. Trabajar con Lansdorp me dio una nueva actitud, una confianza tremenda, ver a Robert tan seguro de lo que estaba haciendo me hacía sentir igual de segura, era como un gurú. Él me ayudó a recuperar mi juego, o tal vez recuperarlo no sea la palabra correcta, tal vez simplemente me ayudó a encontrar lo que siempre había estado ahí. Tras dos años trabajando con él noté de nuevo esa confianza, una nueva mentalidad. Así fue como hice mi transición de niña a adulta, con 14 años ya tenía el juego que utilicé durante el resto de mi carrera”.
Lástima que un encontronazo con su padre lo sacara del equipo en 2008, pero es ya es otra historia.
UN LEGADO EN FORMA DE NÚMEROS Y CARIÑO
Después de mostrar un cachito de su historia, normal que anoche se asomara tanta gente a redes sociales a despedirse de nuestro protagonista. Un hombre apoyado en dos claros principios: la disciplina y la repetición. Una vez desarrollados los cimientos era hora de empezar a cambiar ritmos, distancias y posiciones, tirando de ‘cubos’ al estilo que ‘Pato’ Álvarez implantaría también en España. Claro que era duro trabajar con Lansdorp, pero todo lo compensaba el paso del tiempo, cuando conocías de verdad al hombre cariñoso y cercano que se escondía tras la máscara.
Es fácil que en los próximos días veamos homenajes recordando su figura, levantando una especie de veto que arrastraba en los últimos tiempos por haber criticado a la USTA por su forma de trabajar con los tenistas más jóvenes. Algo de razón tendría un hombre que entrenó a cuatro números 1, los cuales llegaron a levantar 24 Grand Slams. Aparte de este cuarteto de lujo, no podemos olvidar a todos aquellos que ayudó a romper su techo, ya fuera ser top20 o top50. Hablamos de raquetas como Brian Teacher, Michael Joyce, Jeff Tarango, Justin Gimelstob, Eliot Teltscher, Anastasia Myskina, Kimberly Po, Alexandra Stevensson o Eugenie Bouchard entre muchísimos nombres. Tan grande era su huella que en aquella época bastaba con ver a un jugador para saber que había trabajado con Robert: ‘Mira, ¡esa es una derecha Lansdorp!’

Así fue como trazó su camino un jugador de tenis corriente que entendió rápidamente que su futuro estaba en la docencia. Y siempre desde la sombra, sin buscar el reconocimiento, una posición que le convierte en una figura todavía más exclusiva.
“Estoy acostumbrado a esta pregunta, pero vivo tranquilo, nadie ha hecho lo que yo he hecho, mucho menos de la forma en que lo hice. Un día me llamó un periodista y me dijo: ‘¿Por qué alquilas pistas de tenis? ¿Por qué no estás en las canchas lujosas de cualquier academia?’ Sin embargo, ¿qué más necesito? Todo lo que me hace falta es una cesto de pelotas y una pista, no necesito ningún lujo. Reconozco que siempre he sido el peor tipo para las relaciones públicas, nunca me gustó hablar, por eso muchas veces la gente me pregunta: ‘¿Cómo es que nunca he oído hablar de ti si has entrenado a todos esos campeones?’. Lo asumo con tranquilidad, me siento bien, así tengo la sensación de que pronto tendré a un nuevo campeón en mi vida”.
Así era Robert Lansdorp, el rey de la repetición. Un mentor irrepetible.