
Antes de disfrutar de una nueva final de Carlos Alcaraz, la sensación de que el tenis español es una tormenta que nunca deja de arreciar vuelve a instalarse en el ambiente. Sin embargo, antes de los Alcaraz, Nadal, Ferrero, Moyá o Bruguera tuvo que haber un origen, un revolucionario que pusiera la primera piedra en la escalera para facilitar el ascenso a los siguientes. Ese pionero, en nuestro país, se llama Manolo Santana. No importa si nunca le viste jugar, todo el mundo sabe lo que representa Santana, el prólogo de un libro que no ha parado de escribir páginas de oro. Luego apareció Manuel Orantes, desde Granada, otro tremendo campeón que, por diferentes razones, nunca ha tenido el reconocimiento que merece. Pese a contemplar una brecha de once años de diferencia, sus caminos se juntaron casi desde el inicio, aunque no terminaron siendo mejores amigos. ¿Qué fue lo que pasó entre ellos?
Para explicar el vínculo entre Manolo y Manuel partiremos de una fecha: mayo de 1969. La XVII final del Trofeo Conde de Godó fue especial, diferente a las demás: por primera vez dos españoles ocupaban el cartel del domingo. Por un lado estaba Santana, a sus 31 años, que llegaba sin ceder un solo set y como claro favorito al título. Al otro lado de la red, un Orantes de apenas 20 primaveras que amenazaba con dar la sorpresa, poniendo la guinda a una semana sensacional. Sé que los más jóvenes están deseando llegar a la línea donde cuente quién ganó el trofeo, así que solo os voy a pedir un poco de paciencia.
Por aquel entonces, Santana ya ocupaba un hueco en el corazón de la afición. Con cuatro Grand Slams en el bolsillo, su papel era el de referente absoluto, una leyenda que trascendió más allá de su propia disciplina y que pasaría a la historia como el hombre que puso las bases de la pirámide del tenis español. Entonces el destino le puso en el camino un compañero de viaje, un compatriota que venía pisando fuerte y que apuntaba a ser su relevo en el imaginario popular. Tras conquistar la Orange Bowl con 17 años, la vida de Orantes da un vuelco al verse jugando la final de la Copa Davis de 1967, contra Australia. En tiempo récord cogió los galones, disputando allí los dos puntos individuales y el dobles junto a Santana. No pudieron conquistar la Ensaladera, pero la buena noticia era que España ya contaba con un segundo espada de categoría.
Su talento era innegable, así que fue inevitable que empezaran a verse las caras desde diferentes lados de la pista, de este modo arrancó su rivalidad en 1968, cuando Orantes le ganó a Santana en la final de Madrid (6-2, 6-8, 5-7, 6-3, 8-6), para que luego el madrileño se tomara la venganza en la final de los Juegos Olímpicos de México (2-6, 6-3, 3-6, 6-3, 6-4). El desempate llegaría un año después, en la primera final del Conde de Godó íntegramente española. Un partido que arrancó un 18 de mayo y terminó… ¡un 18 de septiembre! Primero la lluvia y luego la incompatibilidad de agendas provocó que no pudiera retomarse la acción hasta cuatro meses después, momento donde el granadino logró imponerse en sets corridos (6-4, 7-5, 6-4) para levantar el primer título profesional de su carrera. Algo nació ese día y, al mismo tiempo, se rompió.

“Él llegaba como uno de los mejores del mundo, y yo estaba muy por debajo, aunque le había ganado alguna vez”, explica Orantes en su biografía ‘De la barraca al podio’, escrita por Félix Sentmenat en 2022. “Claramente él era el mejor, el favorito. En la primera parte de la final, lo que se vio es que yo era capaz de plantarle cara. Cuatro meses después, cuando se reanudó, todo me salió bien. Como ya le había ganado una vez en tierra, lo que hice fue procurar que el partido le resultara duro, sacarle de su forma de jugar. Como en aquella época él era a quien más veíamos, intentaba imitarle haciendo muchas dejadas y moviéndole continuamente, pasándole de globo. Esa es la manera de jugar que yo tenía en la cabeza”, recuerda el ex Nº2 mundial.
“Ganar a Santana, que era mi ídolo, el referente de todos, además jugando en casa, fue algo inesperado. Para mí ganar el Godó era como ganar Wimbledon, de verdad lo sentí así, suponía ganar delante de tus amigos, tu familia y toda tu gente. Había soñado con ganar el Godó desde los ocho años, cuando entré en el Salut de recogepelotas, pero hacerlo derrotando a Santana en la final fue muy especial. Para mí esa fue una victoria clave, una de esas que te dan fuerza para ir subiendo y creyendo cada más en tus posibilidades”, asegura Manuel, quien prolongaría su carrera profesional hasta 1984.
DOS MANERAS DE ENTENDER LA VIDA
Cualquiera que haya tratado con nuestros dos protagonistas sabrá de sus contrastes a la hora de comunicarse, de socializar, incluso de vivir el circuito. Mientras que Santana era extrovertido, abierto, popular y amigo de los focos, su tocayo siempre se mostró más reservado, íntimo, modesto, ajeno a los medios de comunicación. Esta dicotomía solo hacía que subrayar más la antítesis de ambos campeones, dos ídolos a los que el aficionado español se agarró soñando con un equipo que pudiera darnos esa primera Copa Davis. Lo que no sabía la gente es que, de puertas para adentro, ya habían surgido las primeras fricciones.
“En los primeros momentos la relación con Santana fue muy buena, solo surgieron algunos problemas más adelante. Todo su entorno tendía a respetarle un poco en exceso… y a mí tener que bajar la cabeza ante la gente no me ha gustado nunca. Creo que no hay que faltar a nadie, pero tampoco tienes por qué inclinarte ante nadie”, revela Orantes en la citada biografía, donde repasa cada etapa de su trayectoria.
“Recuerdo que en Australia entrenamos muchísimo antes de disputar la final de 1967, pero también teníamos obligación, por protocolo, de ir a cócteles. Un día, después de entrenar mucho rato, bajamos al cóctel, todos vestidos y uniformados, pero Santana no aparecía. Entonces nos dijeron que no quería venir porque aquello no era oficial. Y yo dije: ‘Pues yo tampoco voy porque estoy muy cansado’. Después vino Santana y me pegó una bronca, a lo que yo le repliqué que, si era un acto no oficial, por qué tenía que ir yo si él no iba. En ese momento todavía pensaba que las cosas eran para todos igual”, añade el campeón del US Open 1975.
Cuentan los que vivieron aquella época que Santana, quizá el deportista español más internacional de los años sesenta, estuvo siempre muy protegido por todas las instituciones, incluido el gobierno, lo cual ayudaba a que su situación económica no se viera alterada. ¿Por qué tantos privilegios? Muy sencillo: por negarse a dar el salto al tenis profesional. Continuando como jugador amateur, Santana no solo se aseguraba disputar los Grand Slams, sino también la Copa Davis, un gesto que para Antonio Samaranch supuso un favor eterno. Andrés Gimeno, por ejemplo, optó por el otro camino, así que sería Santana el que despertaría la fiebre por el tenis en nuestro país.

Mientras tanto, su relación volvió a resquebrajarse en un nuevo encontronazo en el torneo de Madrid, donde Santana, ejerciendo ya de director, movía cada pieza a su antojo. “Los cuadros de los torneos se formaban por invitación, todo se hacía por amiguismo, si tu tenías buena relación con el director del torneo ya estaba todo arreglado”, cuenta Orantes. “Tú podías ser muy bueno que si no te invitaban no tenías nada que hacer. Todo era muy falso, había gente buena que cobraba bajo mano cuando otros del mismo nivel no lo hacían, porque tampoco había un ranking. Yo había ganado dos años en Madrid y le dije a Santana: ‘He ganado el torneo dos años seguidos y vengo aquí y me cuesta dinero. No es lógico que si me quedo aquí hasta el domingo, pagándome el hotel y la comida, cobre igual que otros jugadores que pierden el lunes o el martes’. Se cabreó tanto conmigo que el tercer año ni me invitó”.
Leyendo entre líneas, sus palabras muestran que el gran referente del tenis español empezaba a mirar con recelo a su sucesor, un muchacho que se abría paso y que amenazaba con apartarle de la cima. “Creo que al principio no me veía como una amenaza, teníamos una relación muy buena. El cambio llegó cuando le gané por primera vez... y luego una segunda, ahí empezó a molestarse. Se dieron algunas situaciones un poco desagradables, como la de su negativa a invitarme al torneo de Madrid después de que lo ganara en 1968 y 1969. Yo siempre he respetado cuando un joven intentaba ganar, que después de mí haya habido tan buenos jugadores es algo que me ha encantado, e incluso les he ayudado”, contempla el campeón de 34 títulos individuales.
BARCELONA, PUNTO DE INFLEXIÓN
Orantes interpreta que aquella final en Barcelona de 1969 fue el detonante de todo lo que vendría después, que fue mucho. Por ejemplo, cuando se volvieron a enfrentar ese mismo verano en la final de Kitzbühel, donde ganó Santana (6-4, 6-2, 6-3). Estos dos encuentros son los únicos registrados de manera oficial en la base de datos de ATP, aunque llegaron a cruzarse en siete finales en total. La brecha de más de una década que existía entre ellos impidió que fueran más, de hecho, apenas compartieron vestuario durante cuatro temporadas.
Por cierto, al año siguiente volvieron a pasar cosas en el Godó, aunque por senderos diferentes. Rod Laver tumbaría al vigente campeón en cuartos de final, aunque el australiano no lograría colocarse la corona. Después de vencer a Orantes, un tal Santana le esperaba en la final. Allí recuperaría su trono (6-4, 6-3, 6-4), avivando la llama de una rivalidad que ya no tendría más episodios. Tras anunciar su retirada del tenis a finales de aquel año, de nuevo sería Orantes quien reinara en el Conde de Godó de 1971, un evento que estuvo siempre orbitando alrededor de ambos españoles.
“El de 1971 fue mi título más completo, teniendo en cuenta que no era ni cabeza de serie y que, además, estaban los mejores. Nadie lo esperaba, pero volví a ganar el torneo y el Tenis Barcelona se ahorró todo el dinero porque yo no lo pude cobrar. Entonces solo podían cobrar el premio económico los profesionales, los amateurs no”, apunta Manuel, quien tuvo que deshacerse en aquella edición de rivales como Rosewall, Riessen o Lutz. En su horizonte ya jamás se volvería a cruzar Santana, su gran ídolo de juventud, aunque luego la vida no se lo pudo fácil para entablar una relación de amistad.

“Era la rivalidad lógica entre dos tenistas que aspirábamos a ganar los mismos torneos. Es cierto que amistad nunca llegamos a tener, y eso que empezamos bien, a raíz de ser compañeros de equipo de Copa Davis durante dos años. Pero luego surgieron otras cuestiones, detalles sin importancia que provocaron que cada uno fuera por su lado. Nos respetábamos, simplemente. Lo que no es cierto es que yo fuera decisivo para adelantar su retirada, como decía la prensa. Cada uno se retira cuando quiere”, contesta Orantes en su libro, alejándose de esa corriente que lo pagó con él cuando su tocayo colgó la raqueta.
Quizá le llevó un tiempo asimilarlo, pero el granadino acabó entendiendo el juego que la prensa fue fabricando alrededor de Manolo y Manuel. Claro que es difícil tener amistad con un rival, claro que Santana quería proteger su estatus a toda costa, pero también es cierto que los medios de comunicación, incluso parte de la afición, no ayudó a la hora de tender puentes entre ellos.
“Lo que a mí me duele es que en otros países no comparan a un jugador con otro, sino que los respetan a todos. No hablan de que uno es mejor que el otro, como sucede aquí. Para la prensa española parece que el único jugador que hemos tenido es Santana y eso no lo entiendo. En mi caso, mucha gente que se había identificado emocionalmente con Santana no llegó a valorarme a mí porque se quedó con la idea de que yo le había retirado”, concluye el primer español en conquistar el torneo de maestros. Una herida con que la todavía vive a día de hoy.