La evolución del tenis está cargada de momentos y protagonistas, pero es en la combinación de ambos elementos donde reside la verdadera trascendencia. Hablamos de leyendas que personifican la grandeza del deporte, decisiones que cambian la historia para siempre, episodios como el que interpretó Rod Laver el 30 de diciembre de 1962, hace justo 60 años. El australiano, después de levantar los cuatro Grand Slam aquella temporada, entendió que era la hora de cambiar de barco, de iniciar una nueva aventura. Seguiría haciendo lo que más le gustaba, solo que ahora recibiendo dinero a cambio. Era el momento de convertirse en tenista profesional.
Puede que ahora mismo haya algún millenial desorientado en la sala, así que este segundo párrafo va para vosotros. Antiguamente, solo los tenistas amateurs podían competir en los eventos insignes como Grand Slams o la Copa Davis; eso sí, sin ninguna retribución económica. Así fue hasta finales de los años 30, donde hubo un cambio de perspectiva con la llegada de algunos magnates que pusieron dinero sobre la mesa para llevarse a los mejores jugadores. ¿Llevárselos a dónde? A disputar por todo el mundo un circuito paralelo con sus propios torneos y reglas. La diferencia era evidente: unos se llenaban de gloria y otros se llenaban los bolsillos. La paz no se firmaría hasta el nacimiento de la Era Open en 1968, dejando atrás un período de cruzadas y críticas feroces al enemigo, un conflicto repleto de sonadas ‘traiciones’ por parte de algunas estrellas. Entre ellas, la de Rod Laver.
Me gustaría pensar que el nombre de ROD LAVER no necesita párrafo de introducción, por si acaso añadiré una respuesta de Roger Federer hace unos años cuando le preguntaron por el debate del GOAT: “Para mí es el mejor de la historia, el mayor campeón que nuestro deporte ha conocido”. Quienes le vieron debutar en 1956 con 18 años –y perdiendo en primera ronda de los cuatro Grand Slam– seguro que no pensaron lo mismo. Siempre son duros los inicios, pero no tanto cuando tienes de tutores al gran Harry Hopman y al mítico Charlie Hollis. ‘Rocket’ era una enamorado de la competición y los valores del deporte, sus raíces puras le empujaban a soñar en grande: ¿ganar Wimbledon? ¿disputar la Copa Davis? ¿quién no soñaría con eso? Solo una temporada después, en 1957, veríamos a los primeros hombres abrazando el dinero y convertirse en profesionales. Quedaba confirmado que no todos soñaban con lo mismo.
Antes de llegar al momento crítico del artículo, merece la pena repasar de manera muy breve algunos acontecimientos en la primera parte de la carrera de Laver. Disputó su primera final de Grand Slam en Wimbledon 1959, aunque no levantó su primer título hasta el Australian Open del año siguiente. Es curioso el dato, pero Rod solamente ganó una de las cinco primeras finales que disputó en torneos de esta categoría, dos de las siete primeras si queremos ser malvados. La sensación al verle jugar era unánime: ese tipo era el mejor de todos. El problema es que no era el más regular, por eso le llevó un tiempo demostrarlo con números. Fue a finales de 1960, justo después de conquistar su segunda Copa Davis, cuando tuvo el primer acercamiento con ‘el enemigo’. Tenía 22 años, su nombre cada vez generaba más ruido, así que la oportunidad de hacerse profesional se presentó tras su puerta. “En aquella ocasión la rechacé, todavía tenía muchas cosas que demostrar”, decidió mientras veía como otros compañeros no dudaban en moverse al bando contrario.
Desde aquel momento, la tentación de convertirse profesional le persiguió detrás de cada esquina, cada torneo y cada éxito. En 1961, tras conquistar su primer título en Wimbledon, volvió a rechazar la ‘invitación’ con mucha cortesía. “No podía hacerme la idea de no volver a jugar la Copa Davis, amaba aquella competición”, confesó el de Rockhampton, quien cerraría el curso capturando su tercera Ensaladera en un equipo donde ya ejercía de auténtico líder.
UN PÓKER HISTÓRICO
Todo el potencial que escondía la muñeca de Laver tomaría su forma definitiva en 1962, temporada donde el australiano subió el nivel hasta la última frontera. Tras ganar su segundo Open de Australia, su primer Roland Garros y revalidar corona en Wimbledon, la idea de completar el ‘Calendar Grand Slam’ se instaló en su cabeza de manera obsesiva. También desde fuera, atrayendo por tercera vez una oferta de la competencia. Le ofrecieron una gira por todo el mundo con Pancho González, con un sueldo variable entre los $50.000 y los $100.000, pero Rod lo tenía claro: quería jugar aquella mano hasta el final.
“Pensaba que salir ahí fuera y decir que todavía no estaba interesado en ser profesional me daría un poco de paz, pero no hubo tal suerte. Los acercamientos de los profesionales siguieron llegando, al igual que las preguntas persistentes de los reporteros, presionando para descubrir mis planes de futuro. Llegaron a llamar a mi padre para sonsacarle información, con el que había discutido muchas veces las ventajas y desventajas de hacernos profesionales”, se defendía el oceánico por aquel entonces. Y su padre Roy, ¿qué decía?: ‘A la familia no nos preocupa este tema, dejaremos que él tome su propia decisión. Después del excelente año que ha tenido, no me sorprendería que le hicieran una gran oferta de dinero, sería una buena noticia para un joven acostumbrado a rechazar grandes ofertas profesionales’. Sin revelar nada, ambos empezaban a definir el próximo movimiento.
Aunque el ‘bautizo’ de Laver como profesional acabaría siendo el más escandaloso de todos, ni mucho menos fue el primero. Pero sí el más chocante, célebre e indigesto para el aficionado. Para hallar los orígenes del tenis profesional nos iremos hasta octubre de 1926, en Estados Unidos, donde Charles Cash y Carry Pile consiguieron organizar el primer evento bajo estos términos. Estos dos hombres fueron los promotores que prendieron la mecha y, para ello, convocaron una primera lista de estrellas (Richards, Lenglen, Browne, Feret) que aceptaron con gusto modificar sus fundamentos. “Los profesionales juegan por dinero; los amateurs, por la gloria”, rezaban las escrituras sagradas. En 1950, con la revolución de Jack Kramer como empresario, leyendas de la talla de González, Sedgman, Rosewall o Hoad seguirían los mismos pasos. Aunque nadie lo creyera, todos lo pensaban: que el nombre de Laver terminara en el catálogo era cuestión de tiempo.
Con 24 años, Laver cierra el círculo en 1962 con la conquista del US Open y, convirtiéndose en el segundo hombre de toda la historia en firmar el Grand Slam anual. El primero había sido el estadounidense Donald Budge en 1938, lo que hizo que su victoria en Forest Hills generara cierto recelo. Los periodistas norteamericanos, buscando engrandecer al héroe local, atacaron la gesta del australiano restándole mérito a sus triunfos, asegurando que no le había ganado a los mejores, ya que los 'buenos' se habían ido al profesionalismo. Aunque el discurso iba cargado de rencores y envidias, tenía algo de razón. Rod dudaba cada vez que le preguntaban si aquellos números le convertían en el mejor tenista del planeta, por eso nunca se atrevió a decir que sí. Fue aquel vacío el que le empujó a dar el paso… sumado a una oferta de ‘traspaso’ que se había multiplicado tras su última victoria en Nueva York.
LA HORA DEL CAMBIO
“Siempre pensé que algún día me convertiría en profesional y así garantizar mi futuro financiero, era una etapa más en mi carrera, aunque también era consciente de lo mucho que me costaría dejar de competir en estos fabulosos torneos como Roland Garros, Wimbledon o Forest Hills, era muy duro despedirse de todo eso”, reconoce el campeón en sus memorias, escritas en 2018. “Sin embargo, el dinero era definitivamente un factor que hacía que el profesionalismo fuera tentador. Quería asegurarme mi futuro, poder comprarme una casa y hacer algunas inversiones. Mi familia nunca tuvo ese colchón, lo sé porque desde pequeño vi todos los esfuerzos que hicieron para que yo pudiera jugar a tenis. Era el momento de que yo les devolviera esa seguridad financiera”, manifestó el de Queensland.
Se pueden imaginar lo que pasó el día que saltó la noticia. Tanto la prensa como los aficionados se le echaron al cuello, lo enterraron en críticas, menos mal que el circuito lo aceptó con elegancia y le dispuso un homenaje en señal de agradecimiento a tantos años de servicio. O eso parecía, ya que a última hora intentaron boicotearle y dejarle fuera de la Copa Davis, donde Australia volvía a estar en la ronda final. Afortunadamente, no lo consiguieron, ya que el anuncio –pese a ser un secreto a voces– no sería oficial hasta final de año.
Tras varias semanas de ruido y un extra de relajación sobre la pista, Rod eligió la mejor manera posible de decir adiós a aquella fase de su carrera: levantando su cuarta Ensaladera con un contundente 5-0 sobre México. Esa misma noche hubo una cena de celebración donde Harry Hopman, emocionado por la pérdida inminente de su pupilo, emitió un discurso con el que tocar el corazón de nuestro protagonista, buscando una última bala para convencerle y que no se hiciera profesional. Todos pensaban que Australia jamás sería la misma sin Laver, un miedo que Roy Emerson despejaría en tiempo récord, llevando a su país a la victoria entre 1964 y 1967.
“El 30 de diciembre de 1962 me convertí en profesional, aceptando y firmando un contrato con una garantía de $110.000 durante tres años. Para ello, estaría jugando durante once meses cada temporada, viajando a cualquier lugar del mundo donde hubiera torneos”, expone el de Rockhampton sobre aquella fecha. “Lo normal sería jugar partidos durante 28 días seguidos, como así hice en mi primera temporada profesional, viajando entre Inglaterra, Francia, Italia y Alemania. Fui un buen fichaje para los profesionales, ya que en ese momento tenían un vestuario repleto de jugadores de avanzada edad. Contar con un campeón del Grand Slam en la tropa era una gran noticia para el negocio”, valoraba sobre su aportación a la compañía.
Aquel 30 de diciembre, en su ciudad natal, ningún medio australiano se quedó fuera de una rueda de prensa que cambiaría el curso de la historia. “Me ha tomado mucho tiempo decidir qué hacer con mi carrera pero, finalmente, he decidido jugar al tenis profesional y estoy convencido de que este es el camino correcto para mí. Por supuesto, me hará una persona más segura económicamente. Considero esta nueva fase como un desafío, es momento de competir contra algunos de los mejores tenistas del mundo, pero estoy convencido de que lo haré bien”, remató en su speech. Para Laver aquello era un ascenso, pero no todos encajaron bien su despedida, sobre todo los que veían en su firma una traición a los principios del deporte, un paso al lado oscuro, cambiar aquello más puro por lo puramente comercial. El propio Harry Hopman, después de una vida creando campeones con la cantera australiana, decidió romper con todo y marcharse a Estados Unidos. Allí, empezaría a trabajar con dos jovencitos que apuntaban maneras: se llamaban John McEnroe y Vitas Gerulaitis.
EL PEAJE DEL PROFESIONALISMO
¿Hizo Laver lo correcto? ¿Ustedes qué hubieran hecho? Está claro que, para esa época, el contrato era tan suculento que era obsceno no aceptarlo, pero traía letra pequeña, un riesgo oculto entre tanto dólar. Resulta que el dinero de aquel acuerdo era todo fideicomiso, no había nada en ningún depósito, ni patrocinadores que garantizaran el pago, ni un promotor para asegurar esas cantidades. Todo dependía de la recaudación que tuvieran con las entradas y el patrocinio, no había tratos cerrados. Las ganancias obedecían a que Rod y sus compañeros agitaran al avispero para que el público fuera a ver sus partidos, tenían que demostrar que merecía la pena pagar por verles, que sus habilidades dentro de la pista merecían la mayor cobertura posible. Sin managers ni representantes, ellos eran los encargados de venderse como el mejor ‘producto’ del mercado.
Más malas noticias. Días después del anuncio, el campeón de seis Grand Slams recibió una carta del All England Club anunciándole que, como todos los amateurs que se convertían en profesionales, la membresía honoraria con privilegios que se le había otorgado automáticamente después de ganar el título (1961, 1962) había sido revocada. En consecuencia, ya no tenía derecho a usar su corbata de ganador de Wimbledon a rayas moradas y verdes. A ojos de Wimbledon, la palabra ‘profesional’ era una palabra muy cercana a la de convertirse en un desertor, alguien indigno de cualquier distinción. ¿Realmente eran los amateurs tan íntegros como decían? Años después, cuando pasó la tempestad y se calmaron las aguas, Laver rompería su silencio en una entrevista con Sport Illustrated.
“Es un secreto voces que el tal amateurismo era falso, ya que también se podía ganar mucho dinero en esa etapa. De hecho, si Roy Emerson no se hizo profesional hasta los 32 años fue porque pensó que podía ganar más dinero como amateur. Muchos jugadores eran pseudo-amateurs, pero todos ellos negociaron y llegaron a acuerdos con los promotores para recibir dinero por la puerta de atrás, exigiendo incluso $1.500 por disputar un torneo. Todo el mundo sabía que esto sucedía, pero nadie lo decía. ¿Por qué? Porque todos tenían algo que callar”, atacó el australiano con la lengua encendida, cansado de tantas falsas apariencias entre los ‘buenos’ y los ‘malos’ de la película. “Fue un arrebato inapropiado por mi parte, pero necesitaba sacar todo aquello que llevaba guardando tanto tiempo”.
¿Y QUÉ PASÓ DESPUÉS?
Rod Laver debutó como profesional en enero de 1963, perdiendo de manera tajante en repetidas ocasiones. El diagnóstico era sencillo: el mejor amateur del mundo no podía con los profesionales, con los 'buenos', corroborando lo que muchos pensaron durante el curso anterior. ¿De verdad era el mejor tenista del mundo? Su balance de entrada como PRO lo dice todo: dos victorias y diecinueve derrotas. Mejor lo pongo con números, que impacta más: ¡¡2-19!! Evidentemente, aquel desastre le hizo replantearse todo, ¿y si se había equivocado? Menos mal que los mejores siempre acaban demostrando por qué son los mejores.
La temporada fue evolucionando y Laver no se quedó atrás, tomando notas y aprendiendo cómo funcionaban ahora las cosas. Cerró el año como el segundo mejor tenista del circuito, solo por detrás de su compatriota Ken Rosewall, al que terminaría enfrentándose en 141 ocasiones a lo largo de toda su trayectoria. Las críticas siguieron ahí, les acusaban de formar parte de un show, una gira de exhibiciones donde todo estaba amañado y ninguno se entregaba al 100%. “Yo siempre lo di todo, en cada uno de mis partidos”, rebate Rod sin titubeos.
En sus cinco años como profesional (1963-1967) disputó cinco veces el US Pro, cinco el French Pro y cinco el Wembley Pro. En total jugó 15 torneos de 'los otros Grand Slam', haciendo final en 14 de ellos y conquistando 8 títulos. El disgusto estaba en que esos títulos no contaban en el palmarés oficial, los que sí contaron fueron los once que capturó Roy Ermeron en aquel lustro; sin lugar a dudas, el gran beneficiado de la marcha de su compatriota. Tras cientos de reuniones, divisiones y propuestas, la Era Open traería por fin la fusión de ambos circuitos y, con ella, una nueva oportunidad para que Laver se reivindicara. ¿Qué fue lo que hizo? Volver a ganar los cuatro majors en 1969, siete años después de su primer póquer. Ni Jean Reno en LEON fue tan profesional.