“Hay un zurdito que me vuelve loco, tiene 12 años y se llama Marcelo Ríos”
Entrevistamos a Alex Rossi, quien fuera el primer entrenador del chileno. “Marcelo era un chico que no le tenía miedo a nada, tenía un talento diferente”.


Hace unas semanas, mediante un Live en Instagram, el nombre de Marcelo Ríos volvía a ser protagonista. El ex número 1 del mundo le dio un breve repaso a su carrera durante una hora de charla recuperando algunos recuerdos y anécdotas que le definieron como jugador. Sin embargo, pocos se detuvieron en la figura que había al otro lado de la pantalla. Alex Rossi (Entre Ríos, 1960) es, hasta el momento, la única persona que pudo contactar con el Chino durante esta cuarentena. Él fue quien le entrenó de los 12 a los 18 años, quien puso las bases del juego en su etapa de formación y quien generó una relación de amistad hace casi treinta años que, después de algunos altibajos, todavía se mantiene. Punto de Break pudo hablar con el técnico argentino para que nos cuente su historia. Esta vez, él es el protagonista.
¿En qué momento llega el tenis a tu vida?
Mi abuelo era fundador de un club en Tucumán, ciudad donde me crie. Desde pequeño empecé a jugar, llegué a estar bien ubicado entre los juniors de Argentina, pero a los 19 años me tocó empezar a trabajar en el club. Comencé trabajando como profesor, aunque todavía era muy joven. Luego me puse a entrenar a una chica, Mercedes Paz, que acabaría siendo muy buena y formando pareja con Gabriela Sabatini. En ese momento veía que cada vez estaba más involucrado en el tenis, hasta que aparece Patricio Apey y termino por dar el salto definitivo.
La primera vez que hiciste las maletas.
Patricio era el entrenador de Sabatini, llegué a él a través de Mercedes Paz e inmediatamente comencé a trabajar en la Academia que tenía en Miami. En esa etapa comienzo a viajar con algunos jugadores por el circuito, fue un período muy bonito donde también vi crecer el torneo de Cayo Vizcaíno desde sus inicios. De repente, un día conocí al hermano de Hans Gildemeister, uno de los tenistas chilenos más célebres. Me decía constantemente que me tenía que ir a vivir a Chile, que su hermano quería montar allí una Academia. Yo no lo tenía claro, estaba bien con Apey, pero esa misma corriente llegó hasta los oídos de Hans, a quien le dijeron que había un entrenador argentino que lo estaba haciendo muy bien y que tenía que llevárselo con él.
Ese entrenador eras tú.
El mismo (risas). Al final acabé hablando con Hans, me dijo que tenía muy buenas referencias sobre mi trabajo y me propuso irme con él a dirigir su Academia en Chile. En ese momento le dije que no, la realidad era que yo estaba muy a gusto en Miami pero, después de insistirme y de invitarme a Chile, lo acabé tomando como un desafío. Decidimos irnos a Chile en 1988, ahora llevo ya 32 años viviendo aquí.
¿No pensaste que estabas dando un paso atrás?
Buenísima esa pregunta, me diste donde duele. La verdad era que empezaron a surgir algunos problemas con Apey y eso fue lo que me llevó a apostar por un cambio de aires, pese a que yo sabía que en Miami podría cumplir el sueño de todo entrenador: viajar por el circuito y competir en los Grand Slams. El día que se lo dije, Apey me dijo exactamente esas palabras: ‘Te estás equivocando, irte a Chile es ir para atrás’. Ahí me salió el argentino que llevo dentro: ‘Puede ser que sea ir para atrás, pero tengo confianza en mí, sé que si hago un buen trabajo significará dar un gran paso hacia delante’.
¿Cómo llevaste el cambio?
Al principio fue durísimo, que un argentino venga a Chile no se terminaba de entender, pero a mí me estaba trayendo el mejor jugador chileno de la historia en aquel momento, por lo que estaba obligado a demostrar mi valía desde el principio. No hace falta que te diga la rivalidad que existía entre un país y el otro.
¿Cuál era tu función?
Armamos una gran Academia, enseguida empezaron a llegar chicos, pero yo me encargaba de viajar a los torneos para captar nuevos talentos. Un día, en uno de esos torneos, un chico me llamó la atención. Esa misma tarde se lo comenté a Hans: ‘Hay un zurdito que me vuelve loco, tiene 12 años y se llamaba Marcelo Ríos’. Era una cosa extraordinaria. Al cabo de un tiempo, terminó viniendo a nuestra Academia junto a otros chicos, pero ninguno llegó a alcanzar su nivel.
Cuéntame como empiezas a guiar sus pasos.
El objetivo era empezar siendo el mejor de tu club, luego el mejor de tu zona, luego el mejor de tu región, esa es mi filosofía. Una vez demuestras que eres bueno a nivel nacional, el siguiente paso es salir afuera para empaparte del sistema de competición europeo. Así lo hicimos, en 1991 armamos una gira por Europa con algunos chicos para disputar torneos sub16 y sub18. Jugó también la Qualy en Roland Garros Junior, un Mundial en Barcelona, así hasta que terminó llegando al Nº1 Junior.
Te fuiste a Chile para viajar menos semanas y terminaste viajando más que nunca.
Y fue precisamente eso lo que me llevó a cambiar de etapa. Después de seis años en la Academia de Hans, salió la oportunidad de dirigir un club importante en Chile (Club de Golf Los Leones), donde estuve varios años. Por último en 2009 me ofrecieron agarrar el puesto de Head Coach en la Federación Chilena, donde estuve siete temporadas al frente de la parte de desarrollo, las selecciones menores y ejerciendo también de sub-capitán de Copa Davis. En esa etapa coincidí con Cristian Garín y Nicolás Jarry, por ejemplo.
¿Por qué te fuiste?
Llegó una directiva nueva, así que en 2016 cerré esa etapa y me dediqué a otras cosas. Volví de nuevo a Los Leones, donde ahora estoy al cargo del equipo de entrenamientos con los mejores chicos. Ahora mismo estamos esperando a que se vaya este maldito coronavirus para volver al trabajo.
Siempre has dicho que fue una ‘suerte’ que Marcelo Ríos pasara por tu vida pero, en cierto modo, eres algo responsable de todo lo que vino luego.
Es muy difícil atribuirse este tipo de cosas, yo me quedo con las palabras que dijo su padre una vez: ‘Cada entrenador puso su grano de arena en la etapa que le correspondía’. En mi caso, puse mi grano de arena en su etapa de formación, trabajando bien en cancha, físicamente y haciendo un buen programa para que él pudiera desarrollarse afuera. Obviamente, hay muchas cosas que podríamos haber hecho mejor o distintas, pero ambos pusimos todo de nuestra parte en aquel momento. A mí lo que más feliz me hace es que haya reconocido mi trabajo después de tantos años.
Vuestra charla en Instagram tuvo mucha repercusión.
De hecho, al principio de la charla él tiene que explicar por qué me da a mí la opción de hacer ese Live. Se lo pudo haber dado perfectamente a un periodista o a otro jugador importante, pero me eligió de mí, reconoció mi trabajo y eso es lo más bonito.
Quizá fueras el único que rompió la barrera de la amistad.
Diría que sí. Obvio que también tuvimos nuestras peleas, como tienen todos los equipos, incluso estuvimos incomunicados cuando él llegó a la élite. Años después volvimos a estar unidos, pasaba mucho por casa. Vivimos muchas cosas cuando él era un niño, cosas que seguramente le hayan quedado grabadas. Siendo mayor, cuando le llegaron otro tipo de problemas más personales, también estuve ahí. Fue una relación de amistad, distinta a las demás.
¿Hay alguna explicación para entender su forma de ser?
Hay una parte del Live donde él mismo lo explica un poco. Él no supo gestionar el tema de la fama, no estaba preparado para asimilar tal cantidad de fama en tan poco tiempo. No sé si le gustaba esa situación, por eso creó una coraza, esa defensa continua que le llevó a ser maleducado en ciertos momentos fue por ese rechazo a una fama tan temprana.
Conocemos a Ríos pero, ¿cómo es Marcelo?
En la intimidad es una persona increíble. Puede hablar de cualquier tema, es muy divertido, tremendamente inteligente, está involucrado en todo. Otra cosa es lo que proyecta hacia fuera, pero ya lo dice él: ‘Al que no le guste, que no me siga, que cambie de canal’. No genera medias tintas, genera odio o amor.
Siendo un junior, ¿ya tenía tanta personalidad?
Sí, pero era más controlable. Era igual de divertido, eso sí, siempre te estaba desafiando, te llevaba al límite, pero no tuve nunca mayores problemas. Discutíamos sobre algunos aspectos, diferentes puntos de vista, seguramente por un tema generacional también. El maestro debe marcar la pauta pero el alumno no siempre te sigue, a veces se rebela, aunque es algo que va con la edad.
¿Le gustaba trabajar?
Trabajando era un animal, siempre quería más, le gustaba mucho competir. Si no, hubiera sido imposible que hubiera llegado a lo que llegó. El trabajo que hizo fue increíble, mucho más de lo que podía soportar ese cuerpo, por eso luego tuvo las lesiones que tuvo. De junior siempre fue muy responsable, siempre llegaba a la hora, cumplía a diario con su trabajo. Imagino que más adelante se volvería un poco más complicado, aunque la gente que estuvo con él los siguiente años siempre afirmaron que siguió siendo un profesional.
¿En algún momento pensaste que tenías delante un número uno?
Nunca, te soy sincero. En los dos Mundiales que fuimos a jugar para la Davis Cup Junior pude ver las capacidades que tenía, pero era demasiado bajo. En ese momento había otros juniors como Kafelnikov, Enqvist o Medvedev que a esa edad ya medían 1’80m. Las comparaciones a veces son odiosas, pero yo veía a estos jugadores, luego miraba a los míos y pensaba que todavía nos faltaba muchísimo físicamente. No es que no creyera en él, pero jamás proyecté que podría llegar a ser número uno.
Quizá desde fuera se viera más claro.
Siempre nos juntábamos todos los entrenadores y comentábamos sobre nuestros jugadores. Tony Pena, ahora comentarista de ESPN, propuso una vez hacer una especie de porra diciendo quién pensábamos que terminaría metiéndose en el top10 de todos aquellos chicos. Casi todos coincidíamos en Kafelnikov, Enqvist o Medvedev... ninguno dijo Marcelo. Sin embargo, cada vez que jugaba, Tony Pena venía a verlo. Siempre me decía: ‘Este chico va a jugar bien. No sé si será top10, pero top50 se mete. Si mi hijo jugara a tenis, me encantaría que lo hiciera como él’. Me quedaron por siempre esas frases.
¿Nunca le pesó ser el mejor junior del mundo?
Tenía ya una presión importante de la prensa chilena por el vacío que había, en aquel momento Hans ya se retiraba y Pedro Rebolledo también estaba en su última etapa. Entonces apareció él y la oportunidad de volver a tener un jugador chileno arriba. Ahí es donde empieza un poco la presión, la fama, con 18 años se clasificó para Roland Garros y le hizo partido a Sampras en segunda ronda. Desde ese instante, fue todo para arriba, su transición fue bastante rápida.
¿No hubo momentos de duda?
Yo tuve una reunión con su padre para explicarle que jugar torneos y seguir estudiando era prácticamente incompatible, no podías hacer ambas cosas con la máxima exigencia. Entonces decidimos crear nuestro propio colegio para que los chicos pudieran adaptar los estudios con el tenis, tenían tres horas de colegio al día. Pese a ello, su padre seguía sin estar muy convencido, pero al final le dejaron que se dedicara al profesionalismo al 100%.
¿Cómo le convenciste?
Una vez me confesó que tomó la decisión después de ver la película ‘El club de los poetas muertos’. Salió de la película y dijo: ‘Le voy a dar esa oportunidad’.
Pero el futuro no iba a depender de Robin Williams.
Iba a depender un poco de los resultados, eso es lo que te acaba despejando la duda. Yo también tenía la presión de que los chicos obtuvieran resultados, pero uno aprende que cada caso es un mundo, algunos los tienen pronto y otros más tarde. En esa época teníamos los ejemplos de Chang, Graf, Sabatini, Becker, Wilander… a los 17 años ya estaban entre los mejores. Si a los 20 años no habías llegado significaba que no servías para el tenis, ya no ibas a llegar. Era ridículo, aquel grupo de jugadores eran excepciones.
Esa sensación de prisa todavía se mantiene.
Fíjate en Aliassime, tiene 19 años y ya está top20, es buenísimo… ¡pero es que Marcelo a los 22 años era Nº1 del mundo! Dudas siempre hay, cuando tienes derrotas es cuando aparecen, incluso el entrenador también las tiene. Pero él siempre lo tuvo claro.
¿Cómo se podría definir el talento?
Marcelo era muy talentoso en todo, en cualquier disciplina que le pusieras. Recuerdo verle girando dos cuadernos con dos dedos sin que se le cayeran, también era el mejor en el billar, al ping-pong no había manera de ganarle y en el tenis no te digo nada. En la pista hacía lo que quería. En aquella época se empezaba a hablar ya de los grandes sacadores, así que nosotros comenzamos a trabajar mucho en el resto, sin saber que luego sería un golpe clave. Es difícil definir qué es el talento pero, si tú tienes un hijo de 6 años, le pones un piano y te toca la 5ª Sinfonía de Beethoven, pues hombre… algo de talento tiene para la música. Si a un jugador le enseñas algo y a los dos minutos lo aprende, eso podríamos definirlo como talento.
Pero cada jugador proyecta el talento de una forma.
Aquí siempre se pone el ejemplo de Nicolás Massú. En una entrevista dijo que él nunca tuvo el talento de Federer o Ríos, lo que tuvo fue muchas horas de trabajo, dedicación y fe en sí mismo. Yo creo que se equivoca, porque eso también es talento, la capacidad de trabajar mucho más de lo que uno puede. Tener una frustración y pese a ello seguir, seguir y seguir también es un talento. Con eso consiguió hacer una grandísima carrera. Hay muchas clases de talento.
Ser tan bueno, tan pronto, ¿puede llegar a ser una trampa?
Si eres demasiado bueno a cierta edad, lo que has de hacer es saltar a un nivel superior, pero primero hay que demostrar que eres demasiado bueno a esa edad. Fue lo que le pasó a Nadal, con 12 años no le ganaba nadie, por eso pasó a jugar con los de 14, necesitaba buscar algo de nivel para competir. Pero esto les pasa solo a algunos elegidos, los que tienen un talento distinto.
Ese salto conlleva también mucha responsabilidad.
Pero Marcelo era un chico que no le tenía miedo a nada. En el primer torneo que jugamos, creo que fue en Italia, le tocó contra el número uno italiano en la cancha central. Cuando le vimos jugar me dijo: ‘Este chico es malo’ (risas). ¡Pero cómo va a ser malo si es el Nº1 de Italia! Daba igual, él se sentía capaz de jugar de igual a igual con cualquiera.
¿Crees en el talento innato? ¿Gente que nace marcada?
Yo creo que sí, el tenía una pista de tenis en la cabeza. Si te fijas en sus partidos, siempre anticipaba lo que iba a pasar. Si él jugaba una pelota de una manera era porque sabía cómo iba a regresar, así que siempre le veías bien colocado. Una vez, durante un curso en Bolletieri, nos preguntaron quién era el jugador más rápido del circuito. Para mí era Michael Chang, pero la mayoría dijeron Marcelo Ríos. Se equivocaban, Marcelo lo que tenía era un radar que anticipaba la jugada, por eso parecía más rápido de lo que era, estaba siempre en la posición correcta. Tenía un talento distinto para el tenis.
Bebió mucho del estilo de Agassi.
Era la tendencia de esa época, los jugadores te atosigaban en cuando a tiempo y espacio. El tenis de hoy en día consiste en generar espacios y no dar tiempo al rival. De esa manera, los tipos empezaron a jugar más cerca de la línea, te presionaban tanto que no te daba tiempo a reaccionar. Así era Agassi. En la final de Lipton 1998, donde el Chino sale número uno, Andre comentó que él debía haber sido el jugador que tuviera atosigado al otro, pero aquel día el conejito fue él, Marcelo lo tuvo de un lado a otro. Son tipos adelantados a su tiempo.
¿Cómo eran vuestros entrenamientos? ¿Te preocupaba algo en concreto?
Nosotros siempre tuvimos esa pequeña desventaja con el saque porque Marcelo era chiquito, tardó en pegar el estirón. Nosotros trabajamos mucho en ese golpe, él tenía un saque demasiado amplio, el timing no era bueno, así que apostamos por un movimiento más corto que buscara precisión y efectos. Intentábamos aprovechar que el jugador zurdo siempre te puede sacar abierto, además él manejaba muy bien el tema de los ángulos. Como él jugaba metido, los ángulos cortos le permitían abrir la pista y dominar. Pero te soy sincero, nunca trabajé aquello pensando en el futuro, era porque había que hacerlo, estábamos obligados a mejorar esos aspectos por el tipo de rivales que nos tocaban.
Diego Schwartzman confesó hace años que hubo un técnicos que le dijeron que jamás viviría del tenis por su altura. ¿Alguno metió la pata con Ríos?
Creo que lo dijo Bolletieri, esa fue una de las pocas veces que se equivocó. Cuando lo vio jugar admitió que era muy talentoso, pero subrayó que con esa estatura no podría llegar. Las comparaciones son odiosas, el tema de los biotipos, yo ahora ya no digo nada porque también me equivoqué muchas veces. En su día pensé que Massú no iba a llegar nada, pero el error estaba en compararlo con Ríos. Luego me tapó la boca.
Vuestra posición tampoco es fácil.
Nosotros, como entrenadores, debemos ser sinceros, muchas veces nos vemos en la obligación de ir al papá y decirle: ‘Mire, lo siento pero su hijo no va a llegar a nada’. A veces nos equivocamos pero debemos ser cautos, no le podemos quitar el sueño a alguien. Sí que lo podemos asesorar con buenas palabras, pero hay veces que el padre tampoco lo quiere entender. Al mismo tiempo, también hay que tener cuidado cuando afirmas que alguien no llegará a ningún lado, en ese momento estás destruyendo un sueño.
¿En qué momento separáis vuestros caminos?
El último año de junior ya comienza a viajar con otro entrenador y una vez que entra en el profesionalismo se desvincula de nosotros. Cuando tú estás con una persona 24/7 siempre hay un desgaste, por ambas partes. Llega la desconfianza, él pensaba que ya no podía sacar más de nosotros y yo no tenía la suficiente paciencia como para aguantar más semanas viajando con juniors. Trabajar con chicos en la etapa adolescente te genera mucho desgaste, es duro, muchos no saben ni lo que quieren. La sensación es que habíamos cumplido nuestra función, por eso se dio esa ruptura.
Por suerte, el sueño de Ríos terminó cumpliéndose. ¿Cómo viviste todo aquello a distancia?
Ahí perdí todo el contacto con él, no hablábamos. Ni él me llamaba, ni yo le llamaba a él, hubo un distanciamiento importante pero me acostumbré a verle de lejos. Yo seguía observando sus partidos por televisión, sufría, me hubiera gustado estar más metido en su círculo. Duele, por supuesto, ¿cómo no va a doler? Cuando a uno le gusta la competencia, la adrenalina… además veía cómo trituraba a sus rivales en la pista. Por supuesto que me hubiera encantado estar ahí, era impresionante verle jugar.
Te dejó huella.
Obvio, él es parte de mi historia. Luego empecé a dedicarme más al tenis social, pero siempre me sacaban el tema de Marcelo, el mejor jugador en aquel momento. En ese sentido, uno siente mucho orgullo también.
La pregunta del millón: ¿por qué no ganó nunca un Grand Slam?
Debería haber sido más riguroso en ciertas situaciones, momentos que él los tomó muy light. No te digo que no entrenara bien o no fuera responsable, pero quizá si se confió demasiado en partidos como los que perdió en Roland Garros con Arazi o Pioline, jugadores ganables para él. También la final del Open de Australia con Korda. Quizá en algún minuto de esa historia, alguien tendría que haberle ajustado las clavijas y decirle: ‘Esto es así, así y así’. Él mismo lo reconoce, que no hizo lo suficiente para ganar un Grand Slam en ese minuto clave. Al no estar dentro en aquel momento, yo tampoco te puedo decir qué fue lo que falló, pero es evidente que la final con Korda era un partido que tenía que ganar.
Se retiró a los 28 años, época en la que os reencontráis.
Esa parte sí que la viví porque estuvo muchas veces en mi casa. Él venía de la lesión y la verdad es que no tenía muchas ganas. Todos los que tuvieron mucho éxito de jóvenes luego fueron menos longevos, además el arrastraba varias lesiones mal tratadas que cada vez se le hacían más pesadas. La determinación vino un poco por ese lado.
A punto estuvo de retirarse con 22 años, tal y como te comentó en vuestro directo de Instagram.
Yo no tenía ni idea, cuando me contó eso casi me vuelvo loco. Al final, también tiene mucho que ver las ambiciones personales de cada uno. Posiblemente, la ambición deportiva que él tenía era esa, no era la de ganar Grand Slams. Para lograr este tipo de resultados hace falta medir cada paso al detalle, porque todos estos triunfos se preparan a conciencia, hay que ponerlo todo. ¿Marcelo hizo todo lo posible para conseguirlo? Él mismo es el primero en admitir que no.
¿Por qué el sudamericano lo tiene más difícil para triunfar en este deporte?
En esa época se hablaba mucho de la madurez de los de acá. Una vez más, volvemos a las comparaciones odiosas. El europeo de 16 años, ya fuera ruso, sueco o español, tenía una diferencia de madurez tremenda respecto al argentino, brasileño o chileno. No sé si por la estructura o por lo que fuera, pero era así, luego con el tiempo se fue cambiando. Lo que sí marca mucho es el tema de la competencia, no hay el mismo nivel aquí que allí. Cuando cruzas el charco y ves el nivel de Europa te das cuenta que es mucho mayor debido a que están todos cerca y compiten continuamente entre ellos.
Tú fuiste el primero en llevar a Marcelo a Europa.
Cuando le llevé por primera vez lo vi claro: ‘Aquí hay que venir antes’. No puedes llevar a alguien a jugar la Qualy de Roland Garros con 18 años si no vino antes, eso me quedó en la cabeza. Había que ir a Europa mucho antes, a jugar el circuito de 12 o 14 años, había que planificar una gira y así es como luego se empezó a hacer, la Confederación sudamericana comenzó a mandar chicos de 14 años a jugar el circuito europeo. El cambio es muy grande, respiras el ambiente de los profesionales, si no luego el choque era muy brusco.
Pero la brecha en el top100 es cada vez mayor.
Se acrecienta muchísimo, sí. Yo lo que haría es crear bases de trabajo en Europa, que los chicos puedan ir protegidos y con una estructura bien armada. Por ejemplo, que vayan a la Academia de Nadal y de ahí empiecen a viajar y a trabajar como lo hacen en España. Que no vuelvan a Sudamérica hasta seis meses después. Pero bueno, no hay que olvidar que tú puedes tener el mejor programa del mundo que, si no tienes materia prima y una buena base, no saldrán jugadores. Si fuera por dinero, Estados Unidos e Inglaterra tendrían que tener todos sus jugadores en el top100, pero no es así. El mejor ejemplo es Francia, siempre están ahí.
En Chile montaste rápido esa estructura, ahora recogen los frutos.
Teníamos una cierta de cantidad de recursos que fuimos consiguiendo a pulmón con el Comité Olímpico. Ellos lo único que querían eran que los chicos ganara medallas, y nosotros las ganamos, así que creció nuestro estatus. A partir de ahí fui reuniéndome con cada jugador y su respectivo entrenador, siendo Garín y Jarry los referentes. Ellos cumplieron una etapa pese a no tener todo el apoyo de cada gira, pero sí recibieron ese apoyo en las grandes giras para que pudieran viajar con sus entrenadores y fueran ganando orden. En esa etapa hubo otros jugadores que se quedaron en el tintero, pero Nico y Cristian sí cumplieron con esa parte del proceso. Vuelvo a lo de antes: no hay ningún proyecto que alcance el éxito si no tienes materia prima que exprimir.
Después de tantos años en Santiago, ¿te volviste un poco chileno?
Me lo preguntan mucho: ‘Si juegan Chile y Argentina en Copa Davis, ¿tú con quién vas?’. Uno no puede negar de dónde viene, pero si estoy trabajando con Chile, pues iré con los chilenos, no voy a ir con Argentina. Si juegan las selecciones de fútbol entonces ya es otra historia. La camiseta de mi país es Argentina.
¿Cuánto volverá Sudamérica a tener un referente mundial en los rankings?
Les tengo mucha fe a estos dos chicos, Garín y Jarry. Cuando salgamos de esta situación, creo que ambos tienen una gran oportunidad de meterse en el top10. Al top20 llegarán seguro, luego para dar el siguiente salto ya se necesita de ese factor mental, de aguantar la presión, de trabajo, determinación, es un combinado de todo. Tienen las condiciones para llegar.
¿Y para ver un talento como el Chino?
Te contesto con otra pregunta. ¿Volveremos a ver a un Mozart o un Beethoven? Es muy difícil, pero debería haber alguno. Quizá su hijo, Marcelito.