El peinado del millón de dólares

James Blake cuenta cómo se gestó la decisión de afeitarse la cabeza a finales de la temporada 2003. Días después, descubrió la cantidad de dinero que había perdido.

Fernando Murciego | 4 Apr 2020 | 19.58
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James Blake en sus primeros años como profesional. Fuente: Getty
James Blake en sus primeros años como profesional. Fuente: Getty

Esta semana debería estas disputándose el Miami Open, uno de tantos torneos que han sido cancelados por el coronavirus. Puesto que no podemos hablar sobre lo que ocurre dentro de la pista, es de justicia rememorar alguna historia fuera de ella, por ejemplo, la que le ocurrió al actual director del evento hace ya unos cuantos años. Hablamos de James Blake, al frente del torneo desde enero de 2018, además de una los hombres más carismáticos del tour en su etapa como jugador. Volviendo a esa etapa, hoy rescatamos uno de los puntos de inflexión que tuvo durante su carrera, el momento en el que decidió darle un giro a todo en busca de una mejor versión como jugador.

La historia de Blake nace casi de la noche a la mañana. En un suspiro pasó de estar estudiando en Harvard a estar ganándose la vida en el circuito profesional. Un prodigio, como se suele decir. Sin embargo, sus primeros años en la rueda de la ATP fueron convulsos debido a la presión por las expectativas, el vaivén de resultados y el infortunio personal con el que tuvo que lidiar en el hogar. Su padre Tom, una figura crucial en su evolución como deportista y ser humano, fue diagnosticado con cáncer de estómago en el verano de 2003. Aquello lo cambió todo. Blake, a sus 23 años, todavía no había explotado en el circuito, pero desde aquel día su cabeza comenzó a plantearse otras preguntas. Suponiendo que algún día llegara a la élite, ¿estaría su padre vivo para verlo? La temporada terminó siendo bastante floja, lo cual hizo que James frenara en seco, dando lugar a la reflexión. “Echando la vista atrás, empecé a juguetear con la idea de hacer algo simbólico para marcar el final de todo lo anterior, enviar una señal al mundo del tenis, a mis oponentes y a mí mismo de que empezaba una nueva fase en mi carrera. Pensé en raparme la cabeza”.

Estas palabras las escribe el propio jugador en su biografía, Breacking Back, la cual recomendamos encarecidamente. Tras esta breve reseña, volvemos a la historia, a por qué el Nº37 del mundo en aquel momento llegó a la conclusión de que debía romper con todo. “Esta idea que podría resultar muy acertada en cualquier hombre de 33 años, en mi caso resultaba algo tremendamente chocante, ya que muchos fans me conocían por mi peinado. Tenía una presencia muy marcada dentro del vestuario y no solo por ser uno de los pocos afroamericanos del tour, sino por las rastas que llevaba al estilo Medusa. Las llevaba desde mi época de estudiante, por lo que resultaba bastante fácil encontrarme desde las gradas, incuso a larga distancia”, refuerza el oriundo de Nueva York.

Y aquí muchos se preguntarán: ¿Blake? ¿Rastas? ¿Seguro que estamos hablando del mismo James Blake? La mayoría de los aficionados, incluyendo por supuesto a los más jóvenes, recordarán al norteamericano con su habitual rapado, compitiendo aquí y allá sin un solo pelo en la cabeza. Pero no siempre fue así, ya lo habrán podido ver en la fotografía de cabecera en el artículo. En aquel momento era tal el furor con el peinado de este hombre que un corte del mismo supondría un shock colectivo. Como si Federer, la semana después de ganar Wimbledon en 2003, aparece de repente con la calva de Davydenko. “Con el tiempo empecé a pensar que mi estilo capilar estaba causando una sombra a mi estilo de juego. Eso me preocupaba, quería ser conocido por cómo jugaba, no por mi apariencia. Una vez le escuché decir a Michael Jordan, mi gran ídolo, que él siempre jugaba para aquella persona en la grada que nunca antes le había visto jugar, con el objetivo de que viera algo que nunca jamás fuera a olvidar. Siendo sincero conmigo mismo, estoy seguro de que la mayoría de personas que me hubieran visto, me recordarían como ‘el tipo del peinado loco’. No quería continuar con esto, quería afeitarme la cabeza para empezar a ser reconocido por mi tenis”, pensó el joven Blake.

Lo que no esperaba el jugador de Yonkers era que su dilema no solamente alcanzara términos de moda, también afectaba a su economía. Carlos Fleming, su agente de IMG, así se lo hizo saber. “Yo sabía que mi apariencia era, muy por encima de mi tenis, lo que le interesaba en primer lugar a la agencia. Mi pelo ocupaba una parte muy importante de la ecuación. Cuando se lo dije a Carlos, rápidamente pensó que era una mala idea. En estos momentos, él estaba renegociando mi contrato con Nike, además de buscando otros sponsors interesados, pero todo el mundo coincidía en una cosa: mi pelo generaba dinero con sus propios intereses”.

La duda en la cabeza del estadounidense empezó a crecer casi a la misma velocidad con la que había crecido su pelo “Compartí mi plan con otras personas de mi círculo, amigos íntimos que pudieran darme consejo. Mi hermano Thomas, que había llevado un pelo parecido durante algunos años, se posicionó en contra de la idea, básicamente porque sabía del tiempo y el trabajo que tardaba en volver a crecer. Por otra parte, mi amiga Laura pensaba que tenía que ser valiente y cumplir con mi palabra. El tiempo pasaba y tenía que tomar una decisión, ya que la temporada 2004 estaba ya a la vuelta de la esquina”.

Finalmente, la inspiración terminó de consolidarse en la mente de James a través de la vía menos esperada, una vecina. “Molly Henry y su marido Justin buscaban recursos para ayudar a un equipo local de baloncesto femenino. Investigué de qué manera podría ayudarles, hasta que llegué a la conclusión de que lo mejor sería cortarme el pelo y luego subastarlo junto con algunos recuerdos. Incluso podría promocionar todo este asunto durante mis entrevistas en Australia, donde estaba seguro que todo el mundo me preguntaría por mi nuevo look. En ese momento se concentraron muchas buenas razones para hacerlo y ninguna buena razón para no hacerlo. Al menos, ninguna que se me ocurriera en aquel momento”, recuerda el protagonista 16 años después.

La teoría ya estaba clara, faltaba lo más difícil. “Llegué a casa y lo hice: me rapé la cabeza. Podía sentir cada rasta desprendiéndose alrededor de mi cara, cayendo al suelo. Luego recogí cada una de ellas y las metí todas en una bolsa de plástico vacía. “¡Ahora pareces mucho más joven!”, me dijeron mis amigos al verme. Ellos fueron los que estuvieron ahí, quienes me ayudaron a raparme la zona trasera de la cabeza y así evitar que me quedara alguna calva. Tenía una sensación de emoción, de adrenalina, de estar haciendo algo espontáneo, sin pensar demasiado si aquello sería mejor o peor”.

Una vez terminado el encargo, solo faltaba comunicarlo. Conocía bien la postura de su agente, pero ya no había vuelta atrás.

  • Lo hice
  • ¿Que has hecho qué?
  • ‘Me he afeitado la cabeza

“Después de un largo silencio, Carlos me dijo que me llamaría más tarde… y colgó el teléfono. No volví a saber nada de él hasta el día siguiente, pero sí tuvo tiempo para hablar con un reportero y dejarle un jugoso titular: ‘Justo en el momento en el que James se estaba rapando, yo estaba perdiendo un millón de dólares’. Aquello representaba muchísimo dinero, más del que yo pensaba ganar a lo largo de toda mi carrera sin contar los contratos de publicidad. Pero ya era tarde, en aquel momento las prioridades habían cambiado”. Con el tiempo, ya sin pelo, los resultados también cambiaron. A mejor, por supuesto.