Rogerio Dutra Silva se queda sin ideas demasiado pronto. Los focos de la colosal Arthur Ashe encienden sus dudas bajo la noche neoyorquina mientras se apaga la luz que alumbra su mapa hacia el triunfo. Lo ha intentado. Espoleado por la victoria de primera ronda ante Pospisil, en la que remontó dos mangas para terminar imponiéndose en el desempate del quinto set por 12-10 tras superar siete bolas de partido, el brasileño se lanza a explorar la zona de la derecha, el flanco más poderoso de Nadal, su granítico rival. Es un plan hilvanado a medias, lleno de más sombras que luces, que termina fracasando minutos después de nacer. El mallorquín, práctico y certero, como requiere el encuentro, supera 6-2, 6-1 y 6-0 al 128 mundial en segunda ronda, se cita con el croata Ivan Dodig por un puesto en los octavos de final y aumenta su número de victorias sobre cemento en 2013 a 17, por lo que sigue invicto en la superficie que históricamente más trabajo le ha costado domar. Los números, sin embargo, hablan mucho de la importancia que tiene la pista rápida en el calendario actual y de los esfuerzos del mallorquín por adaptarse a ella.
Nadal, que llegó a Nueva York con el mismo número de triunfos sobre tierra batida y cemento (292), ya suma dos más (294) en la superficie sobre la que se construye más del 70% de la temporada; la misma en la que se discuten dos de los cuatros torneos del Grand Slam, seis de los nueve Masters 1000 y la Copa de Maestros entre otros tantos eventos. Eso, para un tenista que ha levantado gran parte de su carrera sobre la arcilla, el mejor jugador de la historia según las estadísticas, ocho veces campeón en Roland Garros, es una señal inequívoca: pese a llevar diez años compitiendo, Nadal sigue siendo un jugador en evolución. Un consagrado campeón abierto a escuchar como el primer día para crecer. El camaleón que ha evolucionado desde la superficie más lenta a la más rápida. Ese es Nadal, una leyenda de la tierra que acumula más victorias sobre cemento.
Ante Silva, un tenista sin galones que no había ganado un partido en el circuito durante 2013 hasta la victoria de primera ronda, el número dos mundial vive plácidamente. Nunca se siente realmente amenazado, pese a que el tanteo final no refleja las gotas de sudor derramadas para hacer suyo el encuentro (“¡vamos!”, por ejemplo, le escucha la grada gritar tras superar un 0-30 con 2-1 en la segunda manga). Nadal, que planta sus zapatillas sobre la línea de fondo con mucha más frecuencia que en el partido anterior, desarbola al brasileño con una intensidad reservada para los elegidos. En el paralelo, que alterna constantemente entre derecha y revés, encuentra el síntoma que confirma su estado actual: bencedido para usar la perfección como arma. Convertido en un ciclón, Nadal viaja hacia la victoria cediendo tan sólo tres juegos, selañando este marcador como el más abultado de siempre en Australia, Wimbledon y US Open, los tres torneos del Grand Slam que se batallan fuera de París.
“En 2010 gané el US Open y jugué bastante mal en Toronto y Cincinnati”, dijo el español tras superar el partido inaugural ante el local Harrison. “En 2011, lo mismo, jugué muy mal antes y llegué aquí y perdí en la final”, comentó en referencia al partido por el título que cedió frente a Djokovic, la segunda final de Grand Slam consecutiva tras Wimbledon. “Si pierdo no va a ser porque esté saturado mentalmente, como quizás pudo ser en 2008, que llegué muy cansado”, señaló en referencia al año que le vio coronarse por primera vez como número uno del mundo. “Y en 2009, llegué con el abdominal roto”, siguió el balear. “Sinceramente, lo que menos me siento ahora mismo es cansado mentalmente. Eso no va ser un motivo de derrota. Lo que prefiero, la realidad, es llegar como este año. Pase lo que pase aquí me iré habiendo hecho una gira estadounidense”.
Este Nadal, que ha reformado la columna vertebral de su juego para ser más agresivo buscando economizar esfuerzos, no sabe nada de colapsos mentales. El tenista que renunció a los Juegos Olímpicos de Londres y pasó meses encerrado entre máquinas de gimnasio para recuperarse de una de las lesiones más importantes de su vida deportiva está ávido de gloria. La conquista de Montreal y Cincinnati, inédita preparación para el último grande del curso, ha obligado al número dos del mundo a pasar más tiempo en pista que el resto de candidatos al título en Nueva York. Así, mientras Djokovic (7), Murray (5) y Federer (4) cuidaban sus piernas, protegidas por las prematuras derrotas en los Masters 1000 previos, Nadal (10) cocinaba sus articulaciones mientras alimentaba de sensaciones positivas su cabeza.
Ese arma de doble filo provoca una clara pregunta que resuena por el vestuario del último Grand Slam de la temporada: ¿resistirá la armadura de Nadal la exigencia de dos semanas al mejor de cinco mangas? ¿Quedará aire suficiente en sus pulmones cuando cruce la barrera de la segunda semana donde, si la lógica del ránking se impone, esperaría Federer? ¿Llegará liberada la mente a las rondas finales, en las que están los mejores, en las que todo se decide, en las que se siempre se vio al mejor Nadal? De momento, además de sumar más victorias sobre cemento que en cualquier otra superficie, incluida la tierra batida, Nadal acelera en Nueva York con el horizonte despejado.