La transformación de Maria Sharapova

Aunque su relación con la tierra batida empezó siendo fría, la rusa terminó su carrera mostrando mejor números en arcilla que en cualquier otra superficie.

Fernando Murciego | 23 May 2024 | 08.30
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Maria Sharapova, referente sobre tierra batida. Fuente: Getty
Maria Sharapova, referente sobre tierra batida. Fuente: Getty

Desde que ganara Wimbledon (2004) con tan solo 17 años, el futuro de Maria Sharapova apuntaba a ser una película relámpago, repleta de saques directos, intercambios cortos y una movilidad justa para la competición. Verla conquistar el US Open (2006) y el Open de Australia (2008) confirmaba por dónde irían los tiros, hasta que precisamente esa temporada le obligó a pasar por el quirófano después de destrozarse el hombro. Esos nueve meses fuera del circuito cambiaron para siempre su identidad, restándole explosividad en canchas rápidas a cambio de otras virtudes que le hicieran sonreír a cámara lenta.

Es cierto que la rusa nos acostumbró a mostrar un nivel superlativo en todos los Grand Slam, independientemente de las condiciones en las que se jugaran, pero siempre fue Roland Garros la barrera más hostil a la hora de saltar. Alguna temporada se asomó hasta semifinales, pero nunca llegó a tener una candidatura lo suficientemente fuerte para llegar a París como favorita al título. Su orígenes –lejos de las pistas de arcilla– y su patrón de juego –pegar y caminar hacia delante– marcaban una trayectoria con una fuerte alergia por las canchas rojas, pero claro, nadie podía intuir que aquella operación en 2008 le daría la vuelta al cuento.

La transformación, como en el 99% de los casos, comenzó fuera de las pistas. “Cuando empiezas a pasar un poco más de tiempo en el gimnasio de lo habitual, debido a que no estás jugando torneos, aparece la oportunidad de desarrollar la fuerza de tus piernas y la fuerza en general, lo cual fue muy importante para mí”, comentó Sharapova años después sobre su metamorfosis. “A lo largo de los años vas aprendiendo lo que tu cuerpo puede soportar, lo que necesitas y cuál es el camino para recuperarte mejor. Fui poco a poco, sabía que era incapaz de levantar pesas de 50 libras, así que me marcaba pequeños objetivos. En esas fechas desarrollé mucho algunos músculos, sintiéndome cada día más explosiva”.

UN PROCESO DE MUCHOS AÑOS

No es que su arsenal de armas cambiara de manera radical, simplemente aparecieron nuevas herramientas para abordar esos fantasmas que le hacían perder confianza sobre polvo de ladrillo. Su mejor física supuso multiplicar su comodidad a la hora de pisar superficies lentas, una combinación que la llevó directamente a cruzar la puerta de la historia. Maria alcanzaría la final de Roland Garros tres temporadas consecutivas, entre 2012 y 2014. Ganó la primera ante Sara Errani, perdió la segunda ante Serena Williams y reconquistó el trono ante Simona Halep. El mundo entero estaba fascinado ante la reconversión de la jugadora de Niagan, aunque había un municipio de España donde llevaban tiempo esperando ese momento.

Maria Sharapova en la Academia de Juan Carlos Ferrero.

 

Hablamos de la Academia Equelite de Juan Carlos Ferrero, en Villena, lugar habitual donde Sharapova acudió sin falta entre 2003 y 2012 para preparar las giras de tierra batida. “Cuando vine por primera vez a la Academia de Juan Carlos, él era el mejor jugador del mundo en tierra, así que pensé que aquí mejoraría mi juego en esta superficie”, recuerda la ex Nº1 del mundo sobre su experiencia. "Hacía años que Juan Carlos me venía repitiendo su creencia de que, con pequeños ajustes en mi juego, podría ganar Roland Garros. Sinceramente, creo que esto no lo pensaba mucha más gente en esos momentos. Completar el Grand Slam ganando en París y además volver a ser la número uno supuso cumplir un objetivo, además de un gran sueño”.

Nos hizo falta verla con la copa en la mano para darnos cuenta que su rendimiento en la arcilla parisina tampoco había sido un desastre, sino que simplemente no era tan bueno como en los otros majors. De hecho, Sharapova acabaría su carrera participando catorce veces en Roland Garros, pisando la segunda semana de torneo en doce de ellos. Solo en el año de su debut, en la temporada 2003, se marchó a casa en primera ronda. Por eso su título en 2012 no supuso tanta revolución… sobre todo por en aquella cita se plantó después de ganar Stuttgart, hacer cuartos de final en Madrid y salir campeona en Roma. Con 25 años, Sharapova se convertía en la décima mujer de la historia en completar el Grand Slam.

Lo curioso vendría después. La rusa no solamente desbloqueó la casilla de Roland Garros más tarde que el resto, sino que sería en aquel torneo donde iba a dejar su mayor huella profesional. Memorable sigue siendo su camino al título en 2014, repleto de baches, remontadas y un desenlace épico de tres horas ante Simona Halep en la gran final. “Si alguien me hubiera dicho en algún momento de mi carrera que tendría más títulos en París que en cualquier otro Grand Slam, probablemente me había emborrachado […] O les habría dicho que están borrachos, una u otra (risas). Mis inicios con esta superficie fueron muy feos, pasé por un largo proceso de aprendizaje donde tuve que mejorar mucho físicamente. Realmente llegué a pensar que nunca tendría la mínima oportunidad de conseguirlo si no lograba mejorar en ese aspecto”, reconoce la campeona de cinco Grand Slams.

NÚMEROS DE TERRÍCOLA

En una trayectoria que albergó de 2001 a 2020, Maria Sharapova le dio tiempo a levantar 36 títulos individuales, 11 de ellos en tierra batida sobre 13 finales jugadas. Solo se le escaparon las de Madrid y Roland Garros de 2013, ambas ante Serena, pero el dato importante viene a continuación. De sus 18 primeras conquistas, ninguna sucedió sobre polvo de ladrillo. De sus 15 últimos trofeos, diez acontecieron sobre la superficie roja. Dos estadísticas que solamente se entienden si se leen juntas, respondiendo a la variación de una dinámica que prácticamente transmutó su carrera.

Maria Sharapova con su título de Roland Garros.

 

Sharapova, aquella niña que a punto estuvo de ser zurda, aquella que no sabía deslizarse sobre tierra batida, colgó la raqueta con un balance de 56-12 en Roland Garros, obteniendo así un porcentaje de victoria del 82%. La cifra de éxito es mayor a la de cualquier otro Grand Slams, incluso siendo París el major que menos veces disputó. Eso no impidió que fuera el único que conquistara dos veces.