Paul Annacone, el compañero ideal

El estadounidense, que hoy cumple 60 años, tuvo un papel fundamental en la carrera de varios jugadores. A ninguno le marcó tanto como a Pete Sampras.

Fernando Murciego | 20 Mar 2023 | 23.00
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Pete Sampras y Paul Annacone en la gira de hierba. Fuente: Getty
Pete Sampras y Paul Annacone en la gira de hierba. Fuente: Getty

Estamos de celebración, hoy cumple 60 años Paul Annacone. ¿Y quién es ese?, se preguntará alguno. Si usted es aficionado de nivel medio, sabrá que fue entrenador de Pete Sampras, Tim Henman, Roger Federer o Sloane Stephens, entre otros. Actualmente, forma parte del equipo de trabajo de Taylor Fritz. Si estás en un nivel más alto, sabrás también que como jugador llegó a ser #12 en singles y #3 en dobles, siendo su mayor conquista el Open de Australia que ganó en 1985 junto a Christo van Rensburg. Pero más allá de su currículum, su palmarés y su fecha de nacimiento, ¿qué más conocen del estadounidense? ¿Cuál es su historia? ¿A qué se debe su éxito en los banquillos con tantos campeones? De todo eso hablaremos hoy, así que permítanme este viaje.

Siendo honestos con Annacone –y quizá un poco crueles–, de no haber sido por su faceta de técnico, muy pocas personas se acordarían de él. Como jugador no fue ningún virtuoso, pese a tocar el top15 individual y el top5 en dobles. Su trayectoria profesional duró desde 1984 hasta 1993, una época que nada tiene que ver con la actual. Su estilo de saque y volea era innegociable, un kamikaze capaz de darte un susto si te despistas, una especie de Maxime Cressy ochentero. Siempre fiel a este sistema, el de Southampton sufría horrores desde el fondo de la pista, incluso luego como entrenador se tenía que buscar gente que entrenara con sus pupilos desde esta zona. Cuando llegaba la gira de hierba y tocaba pulir el juego en la red, ahí se servía él solo.

Retirado a una edad común para la época (30), Annacone no tardaría en cultivar la pasión por ver los aces desde la barrera, en parte porque se le presentó una oportunidad imposible de rechazar. Después de luchar casi dos años contra un cáncer de cerebro incurable, Tim Gullikson supuso una de las pérdidas más trágicas que se recuerdan dentro del mundo del tenis. Por encima de su función de entrenador, Tim era amigo íntimo de su jugador, Pete Sampras, por eso un año antes de morir le propuso sumar una nueva voz dentro del equipo, alguien que viajara las semanas en las que él tuviera tratamiento, que fueron la mayoría. La persona escogida sería Paul, que apenas llevaba un par de temporadas retirado.

SUSTITUTO DE URGENCIA

Se pueden imaginar la espinosa situación en la que quedó encuadrado Annacone, viajando con un tenista que no era el suyo, con el rechazo a tocar ninguna pieza del binomio Gullikson-Sampras, aunque lo más duro era pensar que la fatídica noticia podía llegar en cualquier momento desde la distancia. Ese día llegaría en mayo de 1996, momento donde el relevo en el banquillo de Pete pasó de ser oficioso a oficial. Juntos recorrerían prácticamente todo el camino hasta la meta, hasta el día que el campeón de 14 Grand Slams decidió colgar la raqueta, aunque es cierto que la prensa nunca valoró demasiado el trabajo de Paul. Quizá por cómo pasó todo, o por su carácter tranquilo y reservado, muchos le veían como un simple ‘interino’, alguien que se encargaba de acompañar a la estrella y mantenerle en forma. Obviamente, se equivocaban.

Desde el momento en que cogió las riendas de la carrera de Sampras, nuestro protagonista quiso tener voz y voto en todos los frentes. Como jugador ya mostraba esa personalidad, señalado por ese estilo tan incómodo como admirable, un sistema con el que volvía locos a sus rivales. Annacone era un jugador que asumía riesgos desde la primera bola, jamás se le vio cruzar los brazos y aceptar una derrota por un doble 6-2, él siempre iba a por todo. Por supuesto, también era consciente de sus limitaciones, sobre todo en tierra batida, pero fue toda esa experiencia y capacidad analítica la que hizo que Pete pasara de niño a hombre durante las siete temporadas que pasaron juntos.

En aquel momento de duelo, Sampras quería a su lado a un compañero, un consejero, alguien que le ayudara a potenciar sus habilidades y descubrir las debilidades del rival. Con Annacone daría en la diana, alguien que destacaba por su virtud estratégica, aunque personalmente nada tuviera que ver con su predecesor. Paul no era de socializar demasiado, tenía una voz suave, era reservado por naturaleza, con un discurso filosófico amplio y orientado a intimar únicamente con los suyos. Lo dicho, nada que ver con Gullikson, pero todo que ver con Pete. Aquel conexión de caracteres fue una ventaja desde el inicio, desarrollando unas raíces compartidas entre los dos que se harían todavía más sólidas con el tiempo. ¿Lo malo? Que el de Nueva York nunca recibió el crédito que merecía desde fuera. ¿Por qué? Porque en 1996, Pete Sampras ya era número uno del mundo y contaba con siete títulos de Grand Slam.

MÁS CAMPEÓN TODAVÍA

‘Pistol’ nunca dejó de ganar y eso hizo que la responsabilidad fuera totalmente suya. ¿Entonces qué papel tenía Annacone? Para muchos, era simplemente el que le llevaba las raquetas y reservaba las pistas de entrenamiento. Pero Paul nunca pecó de egocéntrico, jamás sacó pecho por nada, no encontrarán ningún titular envenenado por su parte. En ese sentido era un maestro, alguien que siempre se mantuvo humilde y alejado de los focos, por eso dentro del vestuario le respetaba todo el mundo. Puede que no fuera el tipo más divertido del salón, pero lo que sí tenía era un instinto camaleónico a la hora de convivir con los jugadores.

Paul sabía que cada persona necesita ser tratada de manera diferente”, explica Sampras en su autobiografía, ‘A Champion’s mind’. "Él podría haberme entrenado a mí como podría haber entrenado a Agassi, era un gran lector del carácter y el temperamento, además sabía escuchar y cómo decir las cosas. Esto es una gran habilidad a la hora de ser entrenador de élite, tienes que entender a tu chico y trabajar duro desde su zona de confort, evitando la tentación de cambiarlo o ajustarlo a tus formas. Incluso sabiendo que ese cambio puede ser beneficioso”, añade el ex Nº1 del mundo.

Aquí Pete abre el melón más amargo de todos, el hecho de empezar a entrenar a alguien full time tras el fallecimiento del anterior técnico, que además era su amigo. Al principio fue complicado, con una Annacone entregado a una versión continuista y fiel a las ideas de Gullikson. La cosa funcionaba, así que no quería tocar nada, este sería el mayor homenaje a Tim, aunque él sabía que el éxito permanente solo llega para el que nunca se mantiene quieto. El paso del tiempo le hizo ver lo importante que era seguir mejorando, incluso para el mejor del circuito, así que empezó a tocar algunas teclas. Se enfocó sobre todo en el tenis de ataque de Sampras, su mayor baza, llegando incluso a generar algunas dudas en la mente de Pete, que se veía como un tenista completo. Donde de verdad era un genio era analizando la táctica de los rivales, teniendo que escuchar más de una vez esta frase en la boca de Sampras: “¿Por qué no había pensado esto antes?

Por ejemplo, para sus enfrentamientos con Andre Agassi, esta era la pauta: “Paul me sugirió que debía jugarle a la derecha, buscarle siempre la derecha para luego abrirle pista por la zona de revés. De hecho, esa fue siempre mi clave para vencerle, iniciando siempre la jugada por su derecha. Con el servicio, sin embargo, quería que comenzase tirándole al revés con un saque abierto, eso haría que Andre quisiera proteger rápidamente el otro lado de la pista. La idea era evitar que Andre empleara su estrategia favorita: devolver un golpe directo que le permitiera colocarse en el centro de la cancha, con la intención de dictar con su derecha”.

A más de uno se le habrá mojado el ojo, otros estarán buscando resúmenes de los años 90, pero las directrices de Annacone estaban por encima de cualquier rival. Porque Sampras, si jugaba bien, se quedaba solo. “Demuéstrales que eres Pete Sampras y que puedes atacar a tu voluntad”, le repetía siempre el campeón de tres títulos individuales y catorce en dobles. A veces esta orden no se cumplía, incluso le llevó a perder partidos donde luego el mensaje en vestuario se suavizaba: ‘Yo te he visto muy bien’. Pero Pete no quería golpecitos en la espalda, estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de evitar una derrota. Por otro lado, Paul lo que buscaba era que su pupilo no fuera predecible en ningún momento, ni en los días donde luciera su estilo más puro.

Ese estilo aparecía sobre todo en césped, la superficie donde menos problemas tuvieron para entenderse. ¿Cuál era la clave para ganar sobre hierba? El segundo saque, independientemente de la persona que apareciera a otro lado de la red. “Si restas bien sus segundos saques, les vencerás, sin importar cuántos aces conecten, porque los desgastarás. Si Goran mete tres aces seguidos, que así sea, olvídalo, no te desanimes y sigue buscando su segundo saque, que llegará la oportunidad”, insistía el de Nueva York.

SAMPRAS, UN CARÁCTER GENUINO

Cuenta Sampras en su autobiografía que uno de los conceptos que mayor mutación tuvo en su mente fue el de no relajarse en los juegos que iban 40-0. Con Gullikson esto representaba una oportunidad de improvisar o asumir cierto de riesgo, pero con Paul era todo lo contrario. El coach le metió en la cabeza lo importante que era anotarse un juego en blanco. “Cuanto mejor sirves, más presión ejerces sobre el rival. Cuando Goran, Krajicek o Stich pierden un juego en blanco, lo que piensan internamente es: ‘Qué duro es este tio’. Tenía más razón que un santo y por eso fue actualizando paulatinamente la mente del campeón, aunque jamás pudo multiplicar su ego.

¿Alguno recuerda algún gesto de Pete que generara controversia? ¿Alguna actitud o discurso que polemizara con sus rivales? Ese sentimiento iba siempre por dentro, por mucho que insistiera Annacone. "Tienes que ser un poco más arrogante, que el mundo entienda que tú eres Pete Sampras y el resto no. Estos tipos te tienen miedo y eso tienes que explorarlo", le llegó a decir en aquella época. Lo que Paul le pedía era que mantuviera la cabeza alta en cada cruce con sus rivales, sin mostrar debilidades, básicamente le estaba pidiendo que no fuera tan amable y modesto de cara al público. ¿Y por qué no le hizo caso? La respuesta es muy sencilla: nunca le hizo falta.

Podría haber manejado este tema de cualquier manera, pero no era propio de mí ser más asertivo, me sentía mal cultivando una imagen que no era la mía. Nunca quise tergiversarme a mí mismo, ser percibido como un engreído. El hecho de ser han discreto suponía una ventaja, esto ponía nerviosos a mis rivales, les veía preguntándose qué pasaba por mi cabeza. Por ejemplo, la manera que tenía Boris Becker de caminar por la pista provocó que todo el mundo quisiera vencerle. Yo no quería intimidarlos de esa forma, lo que quería era ponerles nerviosos. Además, si no actuaba como si fuera el mejor del mundo, era más fácil que no sintiera que lo era. En mi etapa con Paul, lo más peligroso fue que todos aquellos recortes de prensa no me subieran a la cabeza, por eso nunca di nada por sentado”.

Esta es la historia de hermandad entre Pete Sampras y Paul Annacone, el hombre que acompañó al campeón durante las últimas siete temporadas de su carrera, ayudándole a mantener su estatus en la élite hasta el día final. “Él conocía mi mente, aunque la mente de un campeón no siempre es fácil de descifrar. Para mí, nunca obtuvo el crédito que merecía, pero yo sé muy bien todo lo que hizo por mí. Gané 10 de mis 14 Grand Slams junto a él, Paul fue quien me guió con mano firme a través de algunos de los momentos más desagradables y desafiantes de mi carrera, por eso le estaré toda mi vida agradecido”, redacta el de Washington en sus páginas. Qué menos que hoy, en el día de su 60 cumpleaños, acordarnos de uno de esos entrenadores que dejaron su huella en la historia de nuestro deporte.