Toc, toc. Suena la puerta de una de las casas alquiladas cerca de SW19. Detrás de ella aparece Marat Safin, eliminado por Martin Damm en segunda ronda, que dejará Londres en poco tiempo. El hombre que llama viene con un motivo muy claro. - Marat, me estoy quedando sin ropa. ¿Podrías dejarme algo para lo que queda de campeonato? Te lo devolveré cuando vuelva. Safin, extrañado, accede a la petición y le entrega a nuestro protagonista un par de pantalones lavados. Dentro de poco, sin que él lo sepa, los utilizará en la Catedral del tenis.
Para comenzar esta historia nos debemos trasladar a un país peculiar. Bielorrusia. La antigua República Soviética "más soviética" que hay en Europa. Es considerado el país más cercano al antiguo comunismo reinante hace décadas, el que más similitudes en sus estructuras de poder guarda con tiempos pasados. En su capital, Minsk, trabaja Nikolai, en una planta de automóviles que forma parte del entramado empresarial que mueve a este país, un entramado que perdura más que en ninguna otra exrepública socialista.
Al lado de esta fábrica se erige una pequeña pista de tenis bajo techo de hierba artificial. No resulta el entorno más idílico para desarrollar el amor por el tenis, pero el pequeño Vladimir, hijo de Nikolai, aprovecha la cercanía para dar sus primeros raquetazos. En el mundo que se venía por delante, con Bielorrusia como un país independiente, alguien tenía que enarbolar esa bandera por todas las canchas del mundo.
Vladimir siguió practicando. Tenía un don para jugar a este deporte, le corría la bola como a nadie y eso se tradujo en buenos resultados en el circuito júnior. El tenis del Este se empezaba a despertar, con Yevgeny Kafelnikov y Marat Safin escalando a las mayores posiciones del ranking, y en 1996 Wimbledon vio lo que podía ser el nacimiento de una nueva estrella. El protagonista de nuestra historia ganaba Wimbledon júnior. Su nombre es Vladimir Voltchkov.
Pero pasaron los años y este joven e introvertido bielorruso no conseguía trasladar su éxito al profesionalismo. Cuatro años después de aquel triunfo, Vladimir volvía al lugar de los hechos, al All England Tennis Club. Volvía, sin embargo, fuera del top-200 y con una tarea monumental por delante si quiere sacar algo positivo de su estancia en Londres. Debía pasar las tres rondas clasificatorias para competir contra los mejores.
Le acompaña su padre, Nikolai. Ambos alquilan una casa junto a su compatriota Max Mirnyi. La lógica, claro, decía que Vladimir sería el primero en salir de allí. No obstante, le costaba hasta llegar a final de mes, aunque conquistar el título en el Challenger de Fergana la semana previa le daba cierto margen para hospedarse en Londres. Sin embargo, Voltchkov superó sin dificultad la fase previa. También ganó la primera ronda. La segunda, ante Cédric Pioline, cabeza de serie número seis, tampoco le supuso dificultad.
Aquello empezaba a carburar, como los coches que su padre ponía a punto en la fábrica. Cayó El Aynaoui, y luego Wayne Ferreira. Vladimir Voltchkov se colaba en la segunda semana de Wimbledon 2000. Estaba en cuartos de final, y nadie tenía ni la más remota idea de quién era ese tipo con cara de soviético que estaba ahí, como invitado, sin hacer ruido. En cuartos de final, ante Byron Black, Voltchkov no cedió ni un solo set. 7-6, 7-6, 6-4. Vladimir iba a jugar en la Pista Central del All England Tennis Club. ¿Su rival? Un tal Pete Sampras.
Patrick Rafter, Andre Agassi, Pete Sampras... y Vladimir Voltchkov. La prensa británica que preguntaba quién narices era aquel tipo. Era una especie de Pequeño Nicolás, un invitado de honor a una fiesta de números uno, de leyendas del tenis. El bielorruso iba a echar mano de los pantalones que Marat Safin le había dejado, ya que ni en sus mejores sueños podía haber previsto llegar tan lejos en Wimbledon, quedarse tantos días junto a su padre en aquella casa alquilada.
Había partes de la rutina bastante claras, como las tortitas que Nikolai hacía cada mañana para desayunar, pero con el paso de los días, Voltchkov se iba quedando sin saber qué hacer. "La mayoría del tiempo nos quedamos en la casa, o bien salimos a dar una vuelta", le decía a The Guardian. Entre tanto, recibió la llamada del Presidente de Bielorrusia, todo un orgullo para él, deseándole suerte para la semifinal. A Vladimir había que pellizcarlo. "Estamos hablando del, probablemente, mejor jugador de todos los tiempos. Es difícil pensar en alguna debilidad. Pete es el tipo de jugador que puede hacer un tenis increíble. Simplemente espero ser competitivo y poder jugar un buen partido".
Voltchkov, eso sí, tenía un as en la manga. Un secreto que le había hecho llegar a las semifinales, una fuente de motivación que le preparaba para esa especie de duelo final contra Sampras: la película Gladiator. Ver a Russell Crowe, según él, le daba un subidón de moral increíble. A lo largo de todo el campeonato, Vladimir confesó haber visto Gladiator hasta cuatro veces, incluyendo algún que otro viaje al cine. "Cuando me enfrente a Sampras, Gladiator me dará la inspiración que necesito. Me diré a mí mismo que estoy en mitad de un gran Coliseo y eso me inspirará contra Pete, aunque a decir verdad, tengo un poco de miedo".
La prensa británica apenas tardó en ponerle un nuevo nombre. 'The Vladiator'. Voltchkov saldría a la Pista Central con un estatus totalmente distinto, con las hazañas de Máximo Décimo Meridio en mente y siendo el primer jugador en alcanzar las semifinales de Wimbledon proveniente de la fase previa... desde John McEnroe en 1977. No está nada mal para un tipo que creció en una pista al lado de una fábrica de automóviles.
Vladimir mantuvo el tipo a lo largo del primer set. Le jugó de tú a tú a un Sampras igual de sorprendido que el resto, sin pretensiones ante un desconocido. Llegó al tie-break del primer set, momento en el que Pete sube siempre sus prestaciones, y Voltchkov recuperó un mini-break. Con 4-5 y saque, ambos jugaron un gran punto. The Vladiator, en posición franca para finalizarlo con una volea, mandó la pelota a la red. El 'Ohhh' de la gente se hizo notar, e hizo mella en la moral del bielorruso. Otro error desde la derecha rubricó el set para Pistol Pete. Ahí, prácticamente, acabó el partido. 7-6, 6-2, 6-4.
El tímido Voltchkov alcanzó las semifinales de Wimbledon y se convirtió en una leyenda para su país. Ganó hasta 30 partidos de Copa Davis, formando una de las parejas más reconocibles de la competición junto a Max Mirnyi. Llegó a ser #25 del mundo, aunque no ganó ningún título. Si por algo se recuerda su nombre, a pesar de todo, es por esas dos grandes semanas en Londres, en las que un desconocido que le pidió prestado pantalones a Marat Safin llegó a semifinales de Wimbledon motivado por las actuaciones de Russell Crowe en la gran pantalla.
Y es que ser Gladiator por un día es algo que nadie, nunca, le podrá quitar a Vladimir.