El número uno que odiaba Wimbledon

¿Es posible llegar a la cima del ranking sin haber ganado nunca un partido en la Catedral del tenis? Hay un hombre que lo consiguió: Thomas Muster.

Thomas Muster nunca ganó un partido en Wimbledon. Fuente: Getty
Thomas Muster nunca ganó un partido en Wimbledon. Fuente: Getty

Antes de que todas las pistas siguiesen un patrón relativamente similar entre ellas, hubo eras en el tenis donde los especialistas poblaban el circuito en masa. La hierba era dominada por un selecto club con pocos intrusos (entre ellos probablemente destaque Andre Agassi con su título en Wimbledon 1992), mientras que sudamericanos y españoles formaban una nutrida legión que arrasaba con casi toda la gira de tierra. Uno de esos especialistas sobre la arcilla en la época de los 90, tras dejar atrás un desafortunado accidente de coche, era Thomas Muster.

Hasta aquí todo normal. En la jerarquía del circuito de aquella época, donde la variedad y la heterogeneidad de los perfiles estaban a la orden del día, Muster construyó un imperio amparado en el manto rojizo de la tierra. Tres veces conquistó Monte Carlo, otras tres hizo lo propio en Roma, mientras que en Roland Garros alzó el único Major de su carrera, en una final en 1995 en la que no dio ninguna opción a Michael Chang. Sumado a una pléyade de conquistas en torneos menores y una regularidad encomiable, Thomas llegó al número uno en 1996. Justamente el año de su desencuentro final con Wimbledon.

Muster era incapaz de rendir a un nivel decente en hierba, ni mucho menos al nivel que se le exige al mejor del mundo. Sus primeros pinitos en la superficie ya hacían indicar su aversión a ella. En 1987 llegaba su debut en el All England Tennis Club ante Guy Forget. Por aquel entonces, al austriaco todavía le faltaba kilometraje en el circuito, y en su peor superficie, una derrota por un triple 6-4 ante el francés no era ninguna vergüenza. Pero las tornas no cambiaron en ningún momento.

Pasaron los años, Muster fue escalando en el ranking, pero Wimbledon seguía siendo su espina particular. Otras tres derrotas en primera ronda empeorarían su bagaje hasta un 0-4 difícil de digerir. Todas ellas, además, llegaron ante rivales fuera del top-100: ante Grant Stafford (#162) en 1992, ante Oliver Delaitre (#103) en 1993, y la más dolorosa de todas, la guinda del pastel, ante Alexander Mronz (#124) en 1994 por un durísimo 8-6 en el set decisivo. El austriaco llegaba a la madurez de su carrera sin haber saboreado nunca las mieles de la victoria en el pasto londinense.

Llegados a 1995, el año de su confirmación en la constelación tenística mundial tras la conquista de Roland Garros, Muster decidió que tenía suficiente. Podía saltarse Wimbledon, y vaya si lo hizo. Se saltó la gira de hierba entera, de hecho. "Ahora tendré unos días de descanso y luego jugaré un torneo en Austria. Luego tendré otras dos semanas de descanso y me prepararé para la segunda parte de la temporada". Hecha la ley, hecha la trampa. Con la posibilidad de seleccionar a dedo su calendario sin obligaciones impuestas por la ATP, Thomas no pisó Londres. En 1996 tendría lugar el colofón definitivo de esta historia.

El de Leibnitz era el número dos del mundo y hacía su aparición en torneos previos a Wimbledon por primera vez en su carrera. En Queen's, de hecho, las cosas le fueron relativamente bien, alcanzando las semifinales (perdió ante Edberg) y experimentando la sensación de ser competitivo en la superficie que siempre se le había atragantado. En Halle, unas pequeñas molestias físicas empezaron a ponerlo en problemas, pero eran las noticias que llegaban desde el All England Tennis Club las que terminaron de inquietar a Muster.

Wimbledon había hecho sus cálculos para confeccionar su sistema de cabezas de serie. Normalmente suele haber ciertas licencias basadas en el rendimiento en hierba en los últimos años, pero no cambios demasiado drásticos. Sin embargo, Muster no había ganado ni un solo partido en la Catedral del Tenis, y eso era algo a tener en cuenta. Muy a tener en cuenta. Los organizadores relegaron a Thomas al séptimo lugar. Estaba rozando el número uno en el ranking, ya lo había sido, pero si quería ganar Wimbledon debía partir como séptimo en esa 'parrilla de salida'. Y eso no sentó nada bien.

"Nunca en la historia de Wimbledon un número dos del mundo, antiguo número uno, ha estado tan abajo en la lista de los cabezas de serie. Es una forma sutil de expresar que no nos quieren allí. Es una prueba más de que la gente británica no valora a Thomas Muster. Cuando nos llamen el lunes, ya veremos si viaja hacia allí o no", expresó su entrenador, Roland Leitgeb. El propio Muster reconoció que "merecía, al menos, estar entre los cuatro primeros cabezas de serie".

Tras perder contra Brett Steven en la segunda ronda de Halle, saltaba la noticia esperada por muchos. Thomas Muster renunciaba a disputar Wimbledon 1996 alegando una lesión en el muslo que necesitaba descanso. La realidad es que nunca sabremos cuál fue el motivo real de la renuncia de Muster, pero la decisión tomada por Wimbledon probablemente tuviese cierto peso. Para más inri, su abandono en el torneo londinense permitió la entrada de un nuevo cabeza de serie. Esa persona sería, casi en una especie de burla del destino, el campeón de Wimbledon en aquella loca edición: Richard Krajicek.

A medida que la luz de Muster se iba desvaneciendo en el circuito, también lo hicieron sus resultados. En 1997 aún era top-4, pero tras llegar a los cuartos de final en Halle y perder en primera ronda en Rosmalen, Thomas volvía a renunciar a jugar en el All England Tennis Club por dolores en la cadera. Y eso que aquel año había construido una pista de hierba en su retiro vacacional en Australia. Una pista que, eso sí... apenas utilizó.

Nunca más se volvió a ver a Muster por Wimbledon. De hecho, nunca más volvió a ganar un partido en hierba. Su balance de 8 a 10 en la superficie lo dice todo y nos transporta a una realidad totalmente distinta a la que vivimos en la actualidad, con jugadores polivalentes que rinden bien en todas las canchas. Antes, podías ser mediocre en una superficie si perfeccionabas alguna otra. La historia de Thomas Muster es la de alguien que nunca ganó en el, para muchos, torneo más importante del deporte que dominó durante unas semanas. Es una historia que merece la pena revivir. Difícilmente se repita algo igual.

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