
Son muchos los cambios que hemos tenido en los últimos años dentro del mundo del tenis, intentando favorecer el espectáculo y prevalecer la salud de los tenistas. Desde la introducción del tiebreak hace varias décadas, hace no demasiado se quitó, por ejemplo, las finales a cinco sets en los torneos ATP 500 y Masters 1000 y en este último año, varios Grand Slams han introducido el tiebreak en el quinto set después de lo ocurrido el año pasado entre Isner y Anderson, dejando al sudafricano totalmente destrozado para la final, que quedó deslucida. Se han dado pasos para mejorar el tenis pero todavía queda camino por recorrer. Sobre todo, en lo que a horarios y órdenes de juego se refiere.
Los grandes torneos necesitan establecer jornadas de día y de noche para vender más entradas, algo entendible, pero dentro de este baile de horarios y partidos hay algo que debería ser vital para los organizadores y es que deberían mirar por la igualdad a nivel competitivo para que no se produzcan situaciones como las vividas en los tres últimos grandes torneos, Madrid, Roma y Roland Garros, donde las finales se han visto deslucidas por un orden de juego que podría haberse establecido de otra forma para garantizar la máxima igualdad posible a nivel competitivo.
No es lógico que entre las dos semifinales de un torneo como el de Roma, haya seis horas de diferencia entre una y otra, y que en Madrid la diferencia sea de cinco horas. ¿Qué provocó esto? Que Tsitsipas, el ganador de la segunda semi en Madrid, terminase su partido pasada la madrugada en la capital de España, yéndose a dormir seguramente pasadas las 3 de la mañana y que jugase sin apenas descanso la final ante Djokovic. Precisamente el serbio fue el perjudicado en Roma, acabando casi a las 11 de la noche su semifinal ante Schwartzman, viniendo ya de varios días jugando en último turno y mostrándose muy cansado frente a Nadal en la final del torneo.
En Roland Garros, la decisión de partir los cuartos de final en un complejo sin techo en la Central y con previsiones de lluvia para el segundo día de cuartos, hizo que la parte baja del cuadro, con Federer y Nadal, jugase su partido el martes mientras que los de la parte alta (Djokovic y Thiem) jugaron jueves, viernes e incluso sábado de forma consecutiva ya que la lluvia volvió a aparecer al final de la jornada el viernes. Dominic, que fue el que terminó avanzando a la final, acabó jugando cuatro días seguidos y notó el cansancio físico al inicio del tercer set, cuando se vino abajo físicamente después de dos duros sets ante un Nadal que solo había jugado dos partidos en cinco días antes de la final, estando mucho más descansado.
Como se ha podido comprobar en estas últimas semanas, han sido varios los perjudicados en cada torneo. En uno fue Nadal o Tsitsipas, mientras que en otro fue Djokovic y Thiem. Siempre hay un lado del cuadro que queda directamente tocado por culpa de los órdenes de juego y eso termina afectando al jugador que llega a la última ronda, dejándonos una final deslucida, con uno de los dos tenistas a un nivel físico inferior pero no por el camino que ha tenido hasta esa final sino influenciado por un orden de juego desigual para los jugadores según el lado del cuadro en el que caigan.
El tenis no es un deporte de equipo, que se pueda permitir el rotar y sacar a los menos habituales en un partido, sabiéndose que hay otro dentro de poco. El tenista está solo y se vale de sí mismo para jugar en las mejores condiciones posibles. Esto no va de colores, banderas o nombres. Esto va de mirar por el espectáculo y no alterar el ritmo de competición. Lo más justo sería que existiera una regla entre todos los torneos que impida que exista tanta diferencia entre cuadros y que respetando las jornadas de día y de noche, que el tiempo que pase entre un partido y otro sea el mínimo posible para que así, todos lleguen con las mismas posibilidades a luchar por el título y que nosotros, como espectadores, tengamos la mejor final posible.