La temporada de arcilla de Andy Murray. El talento escocés se encamina hacia el terreno más adverso de su trayectoria profesional, una superficie con más sombras que luces donde espera poder reflejar la madurez experimentada durante los últimos meses. Montecarlo, Madrid, Roma y Roland Garros servirán para contemplar si el de Dunblane doma el recoveco superficial menos propicio de su caminar deportivo.
El panorama personal del británico ha virado de manera notable desde su última incursión sobre la resbaladiza arcilla, allá por la última edición de Roland Garros diez meses atrás. Su vínculo deportivo con el checo Ivan Lendl ha tomado cuerpo, dando lugar a varios de los objetivos trazados al comienzo de la unión.
Murray es un deportista de espíritu más calmado, clave sobre una superficie cuya baja cadencia hace hervir las piernas al tiempo que erosiona voluntades. Murray es un competidor físicamente endurecido, relevante sobre un firme donde las esferas regresan una y otra vez, obligando a madurar el intercambio antes de hacérselo deglutir al oponente. Murray es hoy día campeón de Grand Slam, confiado en portar galones para pelear en los mejores escenarios con los mejores oponentes. Murray es número 2 del mundo, tal vez favorecido por la prolongada baja de Rafael Nadal, pero fiel reflejo de su mejorada regularidad entre torneos. Murray es muchas cosas que tiempo atrás no era, y llega decidido a tocar muchas metas que antes no tocaba.
Al disertar sobre la tesitura del escocés respecto a la arcilla suele emerger su listas de sueños frustrados: nunca disputó una final en polvo de ladrillo, jamás batió a un top8 debiendo mancharse previamente los tobillos, durante 2012 hasta una docena de tenista lograron sumar más puntos que el británico en tal suelo o un historial de triunfos que queda una veintena de puntos porcentuales por debajo de otros firmes (si en hierba o pista dura su volumen de éxito ronda el 80%, sobre tierra batida apenas supera el 60%). El panorama es evidente: 30 derrotas en 77 partidos representan una estria profunda en su estructura.
Sin embargo, y no está de más recordarlo, tenemos delante a un antiguo semifinalista de Roland Garros. Un competidor al que un solo punto le separó de competir en la final del Masters 1000 de Roma, seguramente el evento de arcilla con circunstancia más equiparable a las presentadas en el Grand Slam parisino. Dicho de otra forma: tenemos delante a un individuo que, en fase de duda, fue capaz de rozar el techo en los enclaves más brillantes de barro en el Viejo Continente. Con una autoestima fortalecida, alzado por el reciente cetro sellado en Miami como última pincelada en el lienzo, ¿cuál será el límite del escocés sobre tierra batida?
No hay cerco en su patrón tenístico que invite a señalar una incompatibilidad sobre la superficie. Argumenta Lendl que, al igual que le sucedía en sus tiempos con la hierba, la arcilla es el firme menos natural para Andy, el tipo de pista donde requiere de un período de adaptación más dilatado. Pero dificultad de adaptación no significa necesariamente incapacidad de acción. En este sentido, declinó competir con Gran Bretaña en Copa Davis para ampliar el trabajo específico sobre polvo de ladrillo tras coronar Crandon Park. Un competidor amamantado en las ubres de la contrarréplica debiera encontrar acomodo al abrigo de la arcilla.
“Crecí en ella. Empleé dos-tres años cuando era un quinceañero practicando en arcilla” advierte el segundo tenista del momento al ser cuestionado con ciertas dudas por la inminente gira. “Es una superficie que me gusta. Simplemente no he sido capaz hasta ahora de mostrar mi mejor versión en ella”. ¿Rememorará lo aprendido entonces para comenzar a despegar?
"Me siento bien. He entrenado correctamente en Miami y aquéllas condiciones son algo distintas de las que encuentro aquí (en Montecarlo). Se nota algo más de rapidez aquí y las pistas son de mejor calidad. La movilidad es algo que necesito mejorar en arcilla y siento que lo estoy haciendo este año" indicó el escocés. "Siempre me ha costado algo más adaptarme a la tierra batida. Espero dar el 110%, trabajar duro en entrenamientos. Si lo hago, ojalá los resultados aparezcan al término de la semana o que para Roland Garros pueda estar jugando suficientemente bien como para ganar partidos".
"Cuando he estado entrenando en pistas duras, muchas cosas de las que he hecho han sido pensadas para poder ayudarme en Roland Garros. Ahora tengo tres grandes torneos por delante (Montecarlo, Madrid, Roma). Uno quiere llegar a los Grand Slam con impulso. Es algo que ayuda, incluso más en esta superficie que en otras. Necesito concentrarme en cada una de las semanas y el tiempo empleado en práctica es clave también sobre arcilla".
Dar un paso adelante sobre tierra batida es una horquilla de crecimiento a explorar por el de Dunblane. Un terreno de madurez a pisar de manera inmediata. No significa necesariamente abrazar una gran corona, sino ser capaz de luchar con el alma cada partido en la superficie, sin desistir en ningún pulso por falta de convencimiento en fases clave –como ha ocurrido en el pasado-. Puede presumir de un fondo físico a la altura de los mejores, de una cobertura digna de los elegidos, de una voluntad por el planteamiento ofensivo más depurada que antaño –importante para rebasar rivales en un piso tan lento-. Un competidor convencido, bañados por tales virtudes, debe de ser una amenaza seria sobre arcilla.
A eso aspira Murray a partir del próximo miércoles. A virar el dicho popular y retorcer el sentido figurado. Eso es lo que quiere el escocés: ser un gigante con pies de barro.