No hay nada más duro en esta vida que decir adiós a algo o alguien cuando no quieres hacerlo. Esa es la sensación que tuvo anoche Andy Murray cuando le tocó despedirse de su público en el homenaje que le hicieron el día que jugó junto a su hermano en el torneo donde siempre soñó jugar y ganar. Nos deja un jugador de leyenda que, aunque no tuvo ni los éxitos ni los focos del Big 3, nos dejó tardes de gloria y nos sirvió de inspiración en nuestras vidas.
Porque Murray es todo un ejemplo de que nunca hay que bajar los brazos y perseguir tus sueños todo lo que se pueda, aunque parezca difícil de conseguir. Imaginen lo que debe ser coincidir en la misma época de los tres mejores jugadores de la historia. Muchos, seguro entendieron que iba a ser complicado rascar algo y aceptaron su papel, sin ponerle el trabajo, las horas y el sacrificio que le puso Andy, que aceptó el reto.
Siempre fue el cuarto en discordia. En muchas ocasiones, el británico se tuvo que encontrar con uno de los tres, en cuartos o semis. Luego, tendría que ganar a otro de ellos, en semis o final. Tener que ganar a dos, o incluso a los tres del Big 3 en todos los torneos es una de las cosas más difíciles que se haya visto en este deporte. Ese papel le tocó a Andy.
El británico usó eso como motivación. Quiso acercarse a ellos y se convirtió en una durísima piedra de toque también para Djokovic, Nadal o Federer. Durante años, se acercó muchísimo, con varias semifinales o finales de Grand Slam, sin poder tocar plata.
El punto de inflexión vendría en 2012, cuando perdió la final de Wimbledon ante Federer. Aquella derrota le hizo muchísimo daño. Nunca se vio tan cerca de ganar en casa y convertirse en el primer británico en ganar allí tantos años después. Lejos de hacer que se viniera abajo, le impulsó para pelear más fuerte que nunca. Tal fue así que un mes después, ganó a Roger en esa misma cancha para ganar el Oro Olímpico delante de sus aficionados. Todo le vendría de cara para ganar en Nueva York su primer Grand Slam un mes y medio después.
Un nuevo impulso en la carrera de Andy Murray y un 2016 increíble
En 2013, con todo aprendido, Murray pudo ganar al fin en Wimbledon y hacer realidad su sueño. Imaginen lo que debe ser estar peleando durante seis años frente a estas grandes bestias, sin saber si un día lograría ganarles, para superarles y levantar su título en el All England Tennis Club. Aquellas lágrimas son ya historia del tenis. Sobre todo, para su país.
Tras un periodo algo inestable a partir de entonces (lo difícil que ha sido siempre digerir los éxitos y volver a encontrar la motivación), Murray tenía aún un objetivo por lograr: ser número 1 del mundo. Para ello, centró su carrera en hacerlo posible. De ahí nos llega una de las mejores temporadas por parte de un tenista, con un Andy absolutamente bestial, que terminó el año con 78 victorias y solo 9 derrotas.
Aquel año, volvió a ganar en Londres, pudiendo disfrutar mucho más la victoria, y dejó un final de temporada difícil de igualar, ganando 62 partidos y perdiendo solo tres, ganando por el camino nueva títulos, cinco de ellos consecutivos. Mágico fue ese último partido en las ATP Finals ante Djokovic, al que pasó por encima en la final para ganar el título allí y convertirse, al fin, en el mejor tenista del mundo, posición en la que permaneció durante 41 semanas.
“No quiero parar, pero no me queda otra”, decía ayer Murray entre lágrimas. Le toca decir adiós, sin quererlo. Su cabeza y su corazón quieren, pero su cuerpo no le deja. Con su adiós, que se certificará en los JJOO de París, nos dirá adiós el segundo del Big 4 tras la retirada de Federer en 2022.
Solo nos quedarán Rafa y Nole, con un Nadal al que tampoco le queda mucho para dar un paso al costado. Con esto, es inevitable echar la vista atrás y saber que éramos felices y no lo valorábamos. La suerte que hemos tenido de ser testigos de la época más dorada de la historia. Muchos en el futuro lo leerán en los libros de historia. A nosotros nadie tendrá que contárnoslo. Nosotros lo vivimos en directo.
Gracias, Andy, por ser el ejemplo que fuiste. Podrás irte orgulloso de lo que has hecho y el legado que dejas.