El tiempo es la mayor ley y el mayor condicionante de esta vida. Pasa para todos y castiga a todos por igual, marcando finales a eventos que creemos perennes. Ver a Rafael Nadal fuera del top-10 del ranking ATP provocará un seísmo en nuestras cabezas de alta magnitud. Supondrá un shock al status quo, a la rutina formidable de repasar las listas cada semana. Solo un nombre se mantenía alterable e inamovible, sin importar los largos periodos de ausencia, las lesiones, los títulos de otros y la habladuría fuera de la pista. Ese, claro, era el de Nadal. A sus 36 años, sin embargo, en un momento de su carrera en el que los Grand Slams representan aquello por lo que luchar hasta el final, los números se convierten en secundarios y estos logros simbólicos dejan de ser prioridad. No por ello impacta menos.
Rafael Nadal ha estado en el top-10 durante 18 años de manera ininterrumpida. ¿Necesitan dimensionarlo? Perfecto: supone prácticamente la mitad de su vida. Reformulémoslo: Rafael Nadal se ha pasado la mitad de toda su vida siendo uno de los diez mejores jugadores de tenis del mundo. En el proceso ha ganado 22 Grand Slams y se ha convertido en uno de los mayores iconos deportivos de la historia... pero piénsenlo. ¿Qué persona puede presumir de haber formado parte de los diez mejores de su área de trabajo durante la mitad de toda su vida, sin salir ni un solo día de esa privilegiada lista? Resulta, incluso, difícil de procesar. Por mucho que lo digas en voz alta.
Cuando los 600 puntos de finalista de Indian Wells 2022 caigan, un escalofrío recorrerá la espalda de muchos. Dependerá de los Jannik Sinner, Hubert Hurkacz, Holger Rune o Cameron Norrie desplazar de la lista de privilegiados a Rafa esa misma semana. Solo una hecatombe grupal de los aspirantes a su puesto permitiría al manacorí tomar aire una semana más. Sin embargo, después llega Miami... donde tampoco estará el balear. Y, claro: oportunidad perdida de sumar, oportunidad para otros de rebasarle. Sumar un mes de inactividad provocará que Nadal, con la incertidumbre de en qué punto exacto, dejará de ser top-10. Y, por mucho que nos duela... es la decisión más sensata.
La lógica escapa a emociones y a sentimentalismos. Nos podemos agarrar a dictados y a razones con mucha fuerza, pero la razón nos dirá que debemos dejarlas ir. Todo lo mencionado anteriormente es muy bonito, pero palidece en comparación al horizonte que se le presenta a Nadal: la conquista de un nuevo Roland Garros. Para ello, resulta vital llegar a París con kilómetros en el contador, con ritmo competitivo y con un cuerpo que no presente ni una fisura. Repetir la epopeya épica de la temporada pasada, que dejó a Nadal en el aeropuerto de Palma de Mallorca en muletas, parece un desafío al destino demasiado ambicioso. Y si toca sacrificar ranking y logros que parecían eternos para ello, que a nadie le quepa duda que el sacrificio a pagar merece la pena.
DE VUELTA A LA TIERRA PROMETIDA
Con un mayor margen con respecto a los plazos de recuperación inicial, Nadal volverá a competir donde siempre fue feliz. En Montecarlo, en Barcelona, en Madrid, en Roma... y en París. Sus citas anuales con la historia, en mayor o menor medida. Su hábitat natural, su casa, su zona de confort. Cuando eres joven, salir de la zona de confort es algo estimulante, precioso; cuando tu cuerpo te limita de formas que jamás habías imaginado, delimitar y disfrutar de esa zona se convierte en prioridad. Un cazador no se define por lo que consiguió, sino por su hambre para seguir sumando conquistas. Si algo tengo claro es que Rafa llegará como un toro al manto rojizo de París. Ya entrena y piensa en tierra batida. Pocos pueden pararlo en ese estado. De vuelta a la tierra prometida... tras dejar atrás recuerdos imborrables. Nos vemos pronto, Rafa.