La historia de Ernests Gulbis, un talento al que perjudicó su mala cabeza

Recordamos la tremenda historia del letón, que pasó de ser uno de los mejores tenistas de su generación a pasar casi sin pena ni gloria por el circuito.

Jose Morón | 10 Oct 2021 | 20.30
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La historia de Ernests Gulbis, un talento al que perjudicó su mala cabeza. Foto: Getty
La historia de Ernests Gulbis, un talento al que perjudicó su mala cabeza. Foto: Getty

Puede que haya tenistas más conocidos y con mejores éxitos que Ernests Gulbis, pero el letón fue todo un soplo de aire fresco en el circuito cuando irrumpió, a finales de la década de los 2000. Uno de los más destacados de su generación, se codeó con los mejores del mundo en aquella época, poniendo contra las cuerdas en tierra batida al mismísimo Rafa Nadal y ganando varias veces a Roger Federer. Solo Novak Djokovic se le resistía, con quien coincidió en la academia de Nikola Pilic cuando era niño y con quien se las tuvo con varios cruces de declaraciones.

La historia de Gulbis comienza a contarse en Riga, en el año 1988. Ernests nace en la familia más rica de su país. Su padre, Ainars, era un empresario de arte muy conocido en Letonia, que hizo su fortuna tras la caída de la URSS. Se caso con Milena, conocida actriz letona, hija de Uldis, que fuera un director muy reputado en la década de los 60 y 70. Su abuelo paterno, Alvils Gulbis, era uno de los integrantes del quinteto del ASK Riga, el famoso equipo de baloncesto, triple campeón de Europa en 1958, 1959 y 1960. Considerado como uno de los mejores jugadores de baloncesto de aquella época.

Con este currículum, Gulbis, cuyo padre le llamó Ernests en honor al famoso escritor Ernest Hemingway, nació destinado a ser artista o deportista. Se decantó por la segunda opción. Él mismo reconoce que, de pequeño, era todo un trasto y que no paraba quieto. Tenía que hacer alguna disciplina deportiva y, durante años, compaginó el baloncesto con el tenis. Su abuela le introdujo el gusanillo por el deporte de la raqueta y llegó una edad donde debía elegir qué quería hacer.

“No se me daban muy bien los deportes de equipo. Era un chico muy solitario, así que, por eso, me decidí por el tenis”, contaba Gulbis en una entrevista hace unos años. De esta forma, Ainars, su padre, le llevó a la academia de Nikola Pilic. Se pasó en Munich desde los 12 a los 18 años. Allí coincidió con Djokovic, entre otros. Gulbis era uno de los chicos más destacados. Desde joven, se le caía el talento de los bolsillos. No es de extrañar que pronto empezara a destacar.

Apenas jugó júniors. Solo tres torneos, de los cuales, uno se lo apuntó a su bolsillo. Gulbis no tenía demasiado interés en construir su carrera en torneos sin demasiada motivación para él. Quería competir. Es por eso, que enseguida empezó a jugar en torneos ITF y no tardó en ir ascendiendo hasta asomar la cabeza poco a poco en el circuito. Ahí, todos empezamos a ver, no solo su tremendo talento, sino su particular carácter y forma de ser.

Siempre dio mucho de qué hablar

Se puede decir que Gulbis, en cuanto a talento, tenía pocos rivales que pudieran estar a su altura a finales de los 2000. Surgió a la vez que otros tenistas como Djokovic, Cilic, Nishikori o Del Potro, y él era uno de los que más ilusión despertaba. El problema era su cabeza. Hernán Gumy, el que fuera entrenador suyo, lo definió a la perfección. “Ernests es como Safin (al que él también entrenó). Si tiene el día, es capaz de ganar a cualquiera. Pero si no está motivado, no meterá ni una dentro”, aseguraba. El letón se crecía en grandes citas, en grandes estadios y ante grandes rivales. Si jugaba en una pista exterior, eso no le llamaba la atención.

“Por suerte para mí, el dinero no es un problema. No juego por dinero ni por fama. Eso no me motiva. Mi motivación es querer ser el número 1. Demostrarme que puedo ser mejor que los demás”, comentaba Ernests, del que se rumoreaba que iba a los torneos en un jet privado, propiedad de su padre. Llegó a decir, quién sabe si en serio o en broma, que también tenía un submarino y un cohete.

Gulbis empezó a codearse pronto contra los mejores. Se metió en sus primeros cuartos de final en Roland Garros cuando ni siquiera había cumplido todavía los 20 años. Ahí le frenó Novak Djokovic, que llegó casi a ser su kriptonita. Con él se las tuvo en cierta forma, en más de una ocasión. El letón dijo de él que cuando empezó a despuntar y ganar títulos, “sus ojos cambiaron”.

El carácter de Gulbis le trajo más de una polémica en rueda de prensa. Como aquella tarde donde casi derrota a Rafa Nadal en Roma, en el año 2013. El letón estuvo a un solo punto de asestarle un rosco a Rafa en su superficie predilecta. Terminó cayendo 6-1 5-7 4-6, y en prensa dijo que no mereció perder y que había sido mejor que su rival en los tres sets. “Si por ser mejor entendemos el golpear todo lo fuerte que puedas a la bola, sin importar si va dentro o fuera, entonces sí, él ha sido mejor que yo”, contestó Rafa, que le recriminó todo lo que paró el partido, rompiéndole el ritmo de forma constante.

Lesiones y falta de regularidad, lastraron su carrera

A Gulbis le persiguió la irregularidad durante toda su carrera. Alternó años muy buenos, con otros que no lo fueron tanto. Aún así, logró ser Top 10. Solo tuvo dos grandes resultados en un Slam, Roland Garros 2008 (QF) y Roland Garros 2014 (SF). Siempre le costó mucho encontrar la motivación en las primeras rondas, jugando en pistas exteriores. A menos que se encontrara con un top, la cosa cambiaba mucho para él. Después de 2014 y tras romper con Gunter Bresnik, su carrera tomó otro sentido.

Ya no volvió a ser el mismo. Terminó encontrando el amor, con Tamara Kopaleyshvili, con la que se casó y tuvo una hija, dejando atrás su fama de fiestero y cabeza loca, pero su carrera no tuvo nunca una vía de regreso y casi desapareció por completo del circuito. Solo en el año 2018 se le volvió a ver, ganándole a Zverev en Wimbledon y metiéndose en la segunda semana del torneo. Más allá de eso, poco más.

El que tanto diera de hablar por su extraña y peculiar derecha (Larry Stefanki se la cambió por problemas en su muñeca), sigue jugando por el amor que le tiene al tenis y lo mucho que le gusta, aunque a estas alturas de su vida, con 33 años y sin problemas de dinero, ya solo le llama el poder disputar torneos grandes frente a los mejores. Casi a punto de salir del Top 200, Gulbis ya ha dicho que, si no se acerca pronto al Top 100, pronto terminará colgando la raqueta.

Quizá, a Gulbis le perjudicó el coincidir en una época donde el profesionalismo subió a un nuevo nivel en el tenis. Rivales que echaban horas extra para entrenar y que se tomaron muy en serio sus carreras, cuidando mucho su alimentación y nutrición. Ernests era el típico jugador que odiaba entrenar y que solo quería competir. Si hubiera jugado a finales de los 80 o principios de los 90, quizá hablaríamos de un jugador con mejor palmarés. Eso sí, nos dejó momentos para la hemeroteca que recordaremos por siempre. La única pena es que ese talento, quizá, merecía mejores números que los que tuvo.