Ni 70 minutos de partido le hicieron falta a Stefanos Tsitsipas para sumar su primer triunfo en el Masters 1000 de Cincinnati. El griego debutaba este domingo ante Kevin Anderson con el objetivo de recuperar las mismas sensaciones que dejó en el pasado mes de febrero, justo antes de que llegara la pandemia. No diremos que fue un encuentro brillante, pero el 6-1 y 6-3 que acabó imperando el luminoso refleja la autoridad y soltura que el ateniense expuso sobre la pista. Un examen que daba mucho respeto al inicio y que, finalmente, no fue para tanto.
Siendo justos con la situación, mirando más allá del ranking y lo conseguido por cada uno en los últimos tiempos, lo normal es que este partido se midiera principalmente bajo la lupa del rodaje. Es decir, Anderson ya venía de disputar un partido y además, de ganarlo. Ante Edmund, no un cualquiera. Por el otro lado, Tsitsipas se estrenaba en el torneo, ante un jugador muy peligroso, de gran servicio y con la experiencia de haber jugado dos finales de Grand Slam en su maleta. Claro, que no siempre un buen currículum te invita a la fiesta. En esta ocasión, el sudafricano no pasó ni de la puerta.
El primer set es un drama absoluto donde no se entienda nada de lo que sucede en la raqueta del oriundo de Johannesburgo. Error tras error, el bueno de Kevin fue echándose tierra encima hasta quedar retratado por un 6-1 que reflejaba totalmente el feeling de cada uno. Ningún saque directo, menos del 60% de primeros saques y una saco de 16 errores no forzados (¡13 con su derecha!) apuntaban a una función triste y fugaz del actual número 123 del mundo. Y así fue, Stefanos ni siquiera tuvo que buscarle las cosquillas ni arriesgar demasiado en sus tiros, le bastó con estar fino al resto, mover a su rival y disparar cuando tocaba.
Diego Moyano, técnico del sudafricano, observaba todo desde la primera fila con cara de poca fe. Solamente abrió un poco los ojos en el quinto juego del segundo set, cuando un 0-40 apareció sin avisar a favor de su pupilo. Lo cierto es que Anderson se lo encontró, y quizá por eso lo dejó ir. Era el primer tren que pasaba por su andén y no le dio tiempo ni a ver de qué color era. Enseguida Tsitsipas se puso el mono de trabajo y remontó la coyuntura. Más que darle fuerzas, aquel momento le ayudó al heleno a no volver a relajarse. Aceleró, quebró y sentenció. La primera victoria en seis meses acabó siendo mucho más fácil de lo que se esperaba.