Serena Williams y la cavalleria rusticana

¿Qué Serena es esta que vemos ahora? ¿La de las Williams de toda la vida o la del último US Open? Escribe Mario de las Heras sobre la norteamericana.

Mario de las Heras Cabeza | 10 Jul 2019 | 22.59
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En Puntodebreak encontrarás toda la actualidad y noticias de tenis, así como fotos de tenistas e información de los torneos ATP y WTA como los Grand Slam y Copa Davis.
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Me pregunto si es Serena Williams, la de las hermanas Williams de toda la vida, o la Serena Williams del último US Open. Me respondo que es esta última: la empresa, el logo, el pin, la lámpara de neón, el símbolo en construcción. Yo no puedo mirar durante mucho tiempo a Serena desde el pasado US Open. Es como si en cada punto pudiera ver la esencia de esa mujer y madre duramente maltratada por el tenis. Es como si estuviera viendo El color púrpura.

Esta Serena Williams pierde un punto, un solo punto, y puedo ver acercarse por el horizonte los siglos de avances sociales de la mujer que encabeza ella misma a caballo sosteniendo una bandera igual que la Libertad guiando al pueblo. Ella espera, se detiene desolada por ese punto perdido. Mira al cielo, respira hondo. Camina lentamente, casi inapreciablemente. Entorna los ojos, el gesto se le vuelve adusto un instante. Busca en los alrededores un culpable con los ojos iracundos. Todo el mundo agacha la cabeza. Yo también desde mi casa.

Parece de cristal. Parece que va a llorar, que se va a romper, pero retiene las lágrimas. La angustia es visible. Ese punto perdido es un pequeño e intenso drama. He descubierto que esta Serena Williams post US Open 2018 salva los momentos difíciles apoyada en su parafernalia de amplias reminiscencias, además de en su revés o en su servicio poderosos. Esta Serena Williams es una troupe en la pista. No es aquella jugadora de fuerza sorprendente y agilidad felina. Hoy es la pesada locomotora humeante (el humo de la fea combustión de aquel US Open) que arrastra todos esos vagones llenos de Grand Slams.

Ese humo se ve a lo lejos. Es lo primero que veo yo, antes que todos esos trofeos que pasan de largo, casi borrosos, por la estación. Serena Williams post US Open 2018 es la Sarah Bernhardt de la WTA, algo más: una actriz político-trágica. Ayer miré a su box, donde estaban, entre muchos otros, su madre, su hermana, su entrenador y su marido, y parecía el público impresionable de un drama napolitano. Menudos rostros de zozobra. No se trataba de una tragedia popular si no de un partido de tenis convertido en una Cavalleria rusticana cuyo libreto hubiera podido escribir Oprah Winfrey.

Esta Serena Williams no parece dispuesta a perdonar que no gane, porque todos somos culpables si no gana. No lo son su menor movilidad y su mermada resistencia, por ejemplo, no. Serena Williams busca y encuentra ahí afuera, y si no que se lo digan al juez de silla Carlos Ramos, ese "ladrón y mentiroso" que le debe una disculpa a una madre que hace siempre lo correcto.

Una mujer robada que no sólo no se arrepiente de la actitud de aquella noche reveladora, sino que se encastilla en ella como si fuera el capital social de su empresa. Serena Williams parece empeñada en ganar el Grand Slam que le falta para ser la mayor ganadora de Grand Slams de toda la vida. Pero se está despellejando a sí misma en el intento.

La locomotora humea desde el pasado Wimbledon, cuando Kerber la apartó contra pronóstico del privilegio. Unos meses después todo estaba preparado en Nueva York para celebrar el hito, pero apareció Naomi Osaka en la forma del ciclón que esperaba ser esta Serena que ya recurre al teatro, el sentimentalismo y la propaganda con desesperación. No parece el final más honorable para una gran carrera como la suya.