
Querido Roger Federer. Hace más de año te escribí una carta cuando acababas de perder el US Open ante Novak Djokovic. Hoy te escribo otra, aunque esta vez, gracias a Dios, el motivo es otro y las lágrimas son de felicidad. Yo y muchos creíamos que el 18º Grand Slam acabaría llegando y acabas de cumplir nuestro sueño, ese que se resistía desde 2012. De nuevo, dormir es lo de menos. Apenas pude pegar ojo la noche antes de tu final, los nervios eran reales. Pero, ¿quién nos iba a decir que el 29 de enero de 2017 ibas a estar en el último partido del Open de Australia? Después de todo lo que habías pasado antes, de todo lo que habíamos sufrido contigo.
Antes de mirar a los ojos a Rafa Nadal, me vienen a la cabeza tus partidazos previos ante jugadores del Top 10. Bailaste a Tomas Berdych y jugaste sin red en el quinto set ante Kei Nishikori y Stan Wawrinka. Se pudo ir todo en un momento, pero esta vez la gloria estaba destinada para ti.
Desayuno lo más rápido posible y sales a la pista, concentrado, con una mirada de determinación. Enfrente tu pesadilla histórica. Un escalofrío recorre mi espalda. La ilusión y el miedo están presentes a partes iguales. Durante el calentamiento, recuerdo la citada final del 2015 y el horrible 2016. Una operación de menisco, la cruel derrota con Milos Raonic en Wimbledon y esa imagen tuya en el suelo, donde la rodilla volvió a darte un aviso. Tu renuncia a los Juegos Olímpicos, el US Open, la Copa de Maestros…toda la temporada pasada se terminó muy pronto. Un paso atrás para coger carrerilla y dar dos hacia adelante. Y vaya que si los has dado. Ni Usain Bolt. Lejos de rendirte, de arrojar la toalla, te preparaste mejor que nunca.
En un abrir y cerrar de ojos te llevas el primer set 6-4, pero Nadal es Nadal. Era de esperar que la batalla se alargara a una quinta manga. Y así fue. Un set para recordar toda la vida, imposible olvidarlo. Con 3-1 abajo, podrías haber pensado en lo sucedido en este mismo escenario e idéntico rival en 2009, pero no. Los fantasmas no aparecieron. De hecho, ni siquiera yo temí lo peor. Las sensaciones eran distintas a otras ocasiones. Tu mentalidad y tus golpes, sobre todo el revés con el que siempre sufres con Rafa, emitían unas señales para soñar.
Costó pero lograste equilibrar el partido hasta que con 4-3, y tras varias bolas de break donde se nos encogió el corazón, llegó la ansiada rotura. ¡Sacabas para ganar el 18! Tanto esfuerzo estos años y la meta estaba a un solo juego, pero qué juego. Tan cerca, tan lejos. Un 15-40 puso todo cuesta arriba, pero el destino estaba escrito por ti. No ibas a permitir un cambio de guión.
Y llegó la bola de partido. La primera se escapó, pero no te tembló el brazo. La segunda debía ser la definitiva. Yo ya no sabía cómo sentarme y me puse de pie sin parar de moverme. Para más drama, el Ojo de Halcón quería ser protagonista. Yo la bola la vi dentro, como casi todas las tuyas, pero faltaba confirmarlo. En ese momento se paró el tiempo. Fueron unos segundos que parecieron años. En esos instantes, como le pasó a Iniesta cuando disparó en el gol que valió un Mundial, yo escuché el silencio. Estaba temblando. Y tras pasarme muchas cosas por la mente... la bola besó la línea como tú al trofeo después. Entonces sucedió lo soñado, la tensión dejaba paso a una explosión de alegría sin límite. Y gritaste de emoción. Y grité. Y lloraste. Y lloré. Y lloramos todos. Te acababas de convertir en mayor de edad en títulos de Grand Slam: Ya tenías los 18. Justicia poética.
35 años camino de los 36, tras haber estado seis meses parado, con cuatro hijos a cuestas y una cuenta corriente que no necesita más ceros. La vida hecha, siendo el mejor tenista de la historia desde hace tiempo. Todo demostrado, pero qué importaba. Tu amor por el tenis, por tus fans y tu hambre de gloria siempre fueron más fuertes. Mil veces te dieron por muerto y mil y una te levantaste.
No solo eres un ejemplo como deportista, sino también como persona. Tus valores traspasan cualquier barrera. Has trascendido en todos los deportes e incluso en la sociedad porque se puede ganar todo, ser el mejor y ser humilde, generoso, un caballero, alguien en que los niños y no tan niños pueden fijarse para ser mejores en todos los aspectos. Por algo, eres el único tenista que siempre juega en casa.
En Twitter perdí varios seguidores por mostrarte mi apoyo y celebrar tu victoria, siempre desde el respeto más absoluto a otra leyenda como Rafa Nadal. Y me dio igual. Hay algunos que no entienden que en el tenis, para mí la personalidad y el juego de un tenista están por encima de nacionalidades y banderas. Un ídolo en el deporte es alguien que te emociona y hace vibrar cuando le ves jugar, sin importar donde haya nacido. Y todo eso me lo transmitiste cuando te comencé a ver jugar hace muchos años, como me sucedió con Carlos Moya, mi primer gran ídolo. Es una pena que esas personas, en vez de criticar a otros por no animar a quien les gusta, no disfruten más del tenis y de finales como la que nos han brindado estos dos monstruos de la raqueta.
Todavía no asimilo la hazaña que has hecho. Prácticamente nadie puede repetir un regreso como el tuyo. Pero tú no eres de este planeta, no puedes serlo. Tus golpes son extraterrestres. La pista es un lienzo, tu raqueta es el pincel y tú dibujas obras de arte en cada punto. Eres un artista, una leyenda que ha escrito otra página más y, como contigo todo es posible, empiezo a creer en el 19. Tenía claro que la final perdida en 2015 y toda la mala fortuna del 2016 no era tu fin. Tú también lo sabías.
Gracias por hacerme feliz, soñar, disfrutar y por demostrarme que en la vida no hay nada imposible. Si quieres, si trabajas, si lo intentas más veces de las que falles, todo se puede conseguir.
Eternamente agradecido a ti, Roger. Y ten bien claro que el tenis también te sigue necesitando. Volviste porque sabías que la historia iba a ser otra en 2017. La historia eres tú.