De futura estrella a estrellado

Grigor Dimitrov demostró ayer con su patética actitud que no es más que un juguete roto que creyó ser sucesor de una leyenda a la que no se asemeja ni de lejos.

Jose Morón | 2 May 2016 | 10.26
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Grigor Dimitrov tenía ayer una gran oportunidad ante sí. Podía haber vuelto a ganar un título casi dos años después de haber logrado el último (Queen's 2014) y coger así confianza tras un muy mal 2015 para él y que le podría haber hecho romper una mala racha de resultados en un 2016 en el que su unión con Franco Davin tampoco estaba cumpliendo con las expectativas generadas. Hoy, no se habla de nada de eso y en su lugar, hablan de acto repudiable, de vergüenza, de algo lamentable... todo críticas por su actitud, donde el búlgaro rompió hasta tres raquetas y entregó la final con un game penalty que deja su imagen por los suelos.

Porque todo parecía de cara para él cuando iba 7-6 y 5-2 arriba ante Schwartzman. Se encontraba a sólo un pasito de su quinto título ATP pero entonces, entró en un tobogán del que no pudo o no supo salir. Se le empezó yendo ese set para luego irse del partido en el tercero con una facilidad pasmosa. Fue entonces cuando empezó su show de destrozos de raquetas. Ya acumulaba dos warnings tras romper dos, y la tercera llegó de forma gratuita y la que peor imagen dejó de Grigor. Preguntando al juez de silla si tenía dos warnings para destrozar nuevamente otra raqueta, golpeando sobre el nombre del torneo en el suelo y dando la mano a Lahyani, a sabiendas que eso le hacía entregar el torneo a su rival.


Y aunque todo estuviera más que decidido, ese acto tan lamentable está lejos de ser el de un profesional. Vemos cada semana a decenas de tenistas romper raquetas de vez en cuando y perder los nervios y dejarla casi en añicos pero hacerlo tres veces seguidas, siendo la última la que supone entregar el partido y fastidiarle (por no decir otra cosa) la celebración a un chico que iba a ganar su primer título oficial traspasa la línea. Cruza la frontera. Esto es demasiado. Esto es tenis profesional, donde hay miles de personas que te siguen y te ven y donde tus actos tienen consecuencias sobre otros.

Su disculpa pública además llega tarde. Concretamente, nueve horas tarde. El tiempo que tardó el búlgaro en publicar ese tuit pidiendo perdón a sus fans (los que más decepcionados deben estar) y al público que presenció ese gesto. Además de haber reconocido durante la entrega de premios que se le fue la cabeza en ese tercer set, este tuit debería haber llegado minutos después y no a las 4 de la mañana.

Ese gesto de repetir una y otra vez el destrozo de una raqueta dice mucho más de lo que parece a simple vista. Habla de la frustración que debe sentir el búlgaro tras pasar muchos años bajo el apodo de 'Baby-Federer' y de leer en cientos de sitios que lo tenía todo para ser el mejor y ver que se le escapa de las manos todo lo que un día soñó. Habla de que no es más que un juguete roto que creyó ser el sucesor de una leyenda pero que la realidad le ha demostrado que está a años luz de ni siquiera parecerse más allá de lo estéticamente hablando. Por cada raquetazo que Dimitrov pegaba al suelo ayer en Estambul, era un golpe más que sufría su imagen y su carrera. Por cada raqueta rota, totalmente destrozada en varios pedazos, miles de personas a los que decepcionaba y probablemente perdía para siempre. Además del talento y el trabajo, la actitud lo es todo para llegar al éxito, en cualquier aspecto de la vida, y la de Grigor queda lejos de ser la correcta.

Puede que deba empezar a entender que todo lo que se dijo de él fue demasiado. Que no conseguirá tantos Grand Slams. Que aunque comparta todos los mismos patrocinadores, no será nunca ni parecido a Roger Federer. Que las expectativas que se crearon fueron demasiado altas. Quizá sólo así puede que se quite mucha presión de encima y empiece a conseguir mejores resultados. Desde luego, mucho peor no le puede ir ya.

Y es que Grigor Dimitrov ha pasado de futura estrella a estrellado. Justo, como ayer le sucedió a su raqueta.