Gilles Simon ha sido al tenis la antítesis de lo que Ronaldinho al fútbol. 'Ronnie' jugaba para los 'cazadores', para la gente de ojo rápido. Una rabona, un amago y quedabas prendado de él, como el chaval adolescente que se encuentra por los pasillos a la nueva chica del curso. Claro, de cara al relato popular, la fuerza de este magnetismo es evidente. Se escribirá largo y tendido sobre R10 y muy poco sobre gente como Gillou. El 'Pollito' es de esos que juega, ya saben, para los que verdaderamente entienden de este deporte. Y no es ninguna forma de clasismo, ni mucho menos: se trata de disfrutar de maneras diferentes, de fijarte más o menos en las tonalidades. Una cosa es apreciarlas y disfrutarlas; otra muy distinta, al menos, valorarlas.
No era fácil disfrutar del juego del francés. Había días en los que, realmente, era una ardua tarea. Tengo clavada en mi mente la imagen de un intercambio entre él y Gaël Monfils en el torneo de Hamburgo. Correspondía al año 2011, año en el que servidor se había entregado por completo al tenis. Ha pasado una década de aquello y recuerdo perfectamente aquel rally hipnotizante, capaz de alargar un único vídeo de Youtube durante casi dos minutos. Dos jugadores pasando la bola al otro lado de la red, uno de esos vídeos que, incluso acelerado en velocidad, seguía mareándote. Y fue Simon quien ganó ese punto, sacando de quicio en un último embiste a su compatriota.
Gillou te volvía loco. Te hacía jugar mal. Como aquel día en el que hizo que Novak Djokovic, en uno de sus mejores años de su carrera, cometiese ¡más de 100 errores no forzados en un solo partido! Es posible que Nole se marchase al vestuario con un regusto muy amargo en el paladar... y eso que ganó. ¿Quién podría pasárselo bien con un partido así? ¿Quién podría aficionarse a este deporte en un partido donde los golpes ganadores brillan por su ausencia? Es más, seguro que muchos que no vieron jugar al francés se estarán preguntando cómo es posible que este tipo, aparentemente sin armas en sus golpes ni seguidores en las gradas, haya llegado a ser top-10.
Olviden todo lo que he dicho. Digamos que solo hemos entrado en la primera dimensión. Nos hemos quedado en un análisis superficial del juego de Gillou, en el resultado final, en el producto que se vende en el supermercado. ¿Qué había detrás de todo esto y por qué debemos ir más allá? Bueno, en primer lugar, porque en todo deporte necesitamos la variedad. Un menú con el mismo tipo de comida nos terminaría cansando. Simon era ese tipo de condimento que dejamos pasar por alto, pero que resulta necesario para el producto final. Parece que no está ahí... pero no se preocupen, siempre está. Y es necesario.
EL AJEDRECISTA
Gillou enfocaba cada duelo como una partida de ajedrez. En un tenis de golpes supersónicos, él bajaba la velocidad a la bola y desafiaba a su rival, le incitaba a utilizar el cerebro. Pocos jugadores como él a la hora de utilizar los espacios y de no darte nada con lo que trabajar. El galo acariciaba la pelota, parecía tratarla como si estuviese aterrado de ella... y, aún así, era capaz de colocarla en la misma esquina. Encontrar huecos se hacía misión imposible debido a su magnífica colocación. Gilles tenía ocho sentidos, un conocimiento natural de todas las zonas de la pista, una anticipación a lo que iba a suceder.
No siempre conseguía derrocar a sus rivales 'solo' con eso. El tenis es un deporte donde muchísimas cosas entran en juego, y la inteligencia espacial, la colocación y la visión son solo varias de ella, no todas. No deja de ser loable que un tipo con estas armas fuese capaz de derrotar a absolutamente todos los miembros del Big Three, fuese #6 del ranking ATP, alcanzase dos finales de Masters 1000, se proclamase campeón de la Copa Davis y levantase un total de 14 títulos. Su debe siempre serán los Grand Slams, donde los cuartos de final ejercieron como barrera inexpugnable, una especie de recuerdo perenne a las limitaciones de su juego en una época donde tener limitaciones ha supuesto un mayor castigo que en otros tiempos.
Pero, incluso, esas capas que formaban el tenis de Simon a veces nos mostraban una versión mucho más ofensiva. Lo simplista sería decir que Gilles siempre fue un pasabolas, pero su intención de atacar estaba ahí, presente. ¿Ser ofensivo era jugar a lo Jo-Wilfried Tsonga? Gillou carecía de esas armas: jamás entrará dentro de esos estándares. Pero, en base a su arsenal, el galó dejó partidos donde sus golpes hicieron mucha pupa, donde él tomó el rol del agresor, aunque sin abandonar su perspectiva cerebral de un deporte en el que la mente es el elemento más importante. Que se lo digan, por ejemplo, a Rafael Nadal en la semifinales del torneo de Madrid, allá por 2008 (qué final de temporada nos dejó Gillou, por Dios).
El tipo al que apodaban 'CNN' porque no dejaba de hablar. Una mente maravillosa, una manera diferente de entender el tenis. Ejemplo para muchos jóvenes, su calma y tranquilidad se trasladaban al tapete a través de un estilo que quizás sea anacrónico dentro de varias décadas, donde lo más importante no es destrozar la pelota, sino saber dónde colocarla para generar problemas en el tenis y la mente de tu adversario. Todos mis respetos a alguien que triunfó así, y que invitó a la gente a ir más allá, a entender el tenis desde otra perspectiva. Merci, Gillou.