Durante los últimos años ha quedado muy claro que la hegemonía del tenis estadounidense, tanto a nivel masculino como femenino, pasó a mejor vida. El proceso fue acelerado de forma exacerbada por la irrupción del Big Three en lo que a la ATP se refiere; completado, si hablamos de la WTA, por el lógico declive de las hermanas Williams, las últimas guardianas del "antiguo orden mundial". El nuevo panorama globalizado en ambos circuitos y la falta de generaciones ganadoras (sobre todo, claro, a los niveles impuestos en los años 90, estando la vara realmente alta y dejando un vacío muy complicado de cubrir) nos deja al que probablemente haya sido el país más poderoso a lo largo de la historia sin verdaderos candidatos a ganar los grandes eventos. Indian Wells, la joya de la corona más allá de los Grand Slams, es el ejemplo más representativo de ello.
El torneo del desierto californiano era antiguamente un auténtico vivero para las mejores raquetas yankees. Su ubicación en el calendario, sus condiciones y el siempre ruidoso público que acude al Indian Wells Tennis Garden era la combinación perfecta para que nombres como Andre Agassi, Pete Sampras, Michael Chang, Lindsay Davenport o Mary Joe Fernández viviesen auténticas tardes de gloria y se llevasen el trofeo en casa. Por todo esto la sequía de campeones estadounidenses en el popularmente llamado "quinto Grand Slam" sorprende aún más: era tal el dominio ejercido en la década de los 90, que el bajón tan pronunciado en calidad ha provocado que la situación sea dramático.
La temporada 2022 marcará el 20º aniversario desde que un jugador local alzara el trofeo de campeón en Indian Wells. Y sí, hablamos tanto del circuito masculino como del femenino. Pocos se imaginaban este panorama tras la edición de 2001, cuando Andre Agassi superó a Pete Sampras en una de las últimas finales de este binomio inseparable, o cuando Serena Williams pudo con los abucheos y comentarios racistas para superar a Elena Dementieva y firmar el doblete estadounidense. Precisamente el boicot que la menor de las Williams haría al torneo tras estos incidentes, alargándose hasta el año 2015, es uno de los grandes motivos por los que ningún anfitrión ha vuelto a ser profeta en casa.
Los demás los hemos explicado en profundidad a lo largo de algunos artículos, junto a otras evidencias que dan fé del cambio de paradigma vivido en el tenis mundial. No deja de ser sangrante, sin embargo, la herida abierta que supone el torneo de Indian Wells. Desde que se introdujesen los Masters 1000 (su equivalente en el circuito) en el año 1990, el país de las barras y las estrellas ejerció un dominio incontestable de este evento: en el circuito masculino lo conquistó durante siete años seguidos (de 1991 a 1997, tres títulos de Michael Chang, dos de Pete Sampras y dos de Jim Courier), sumados a la espinita que se quitó Andre Agassi al ganarlo en 2001. Por parte de la WTA, desde 1990 hasta el 2001 (la temporada que marca un nuevo milenio y un cambio de tercio en el circuito) una estadounidense ganó el título en nueve ocasiones (Navratilova, Seles, Mary Joe Fernández, Davenport y Serena Williams, todas ellas alzaron el trofeo).
Desde entonces, la nada más absoluta. Se cumplen veinte años desde aquel fatídico torneo y la espera tiene visos de hacerse cada vez más larga. Incluso en el apartado de finales el balance sigue siendo terriblemente oscuro, en un torneo que se le atragantó a posteriores puntales del tenis estadounidense, como Andy Roddick, Mardy Fish, James Blake, Jennifer Capriati, Sofia Kenin o Sloane Stephens.
EL BIG THREE, LOS VERDADEROS GATEKEEPERS
Y es que todos los nombres masculinos anteriormente mencionados alcanzaron una final en el desierto. También lo hizo John Isner... pero el resultado siempre fue el mismo: derrota en el partido por el título. Quien más cerca lo tuvo fue Andy Roddick, que cedió en la final de 2010 ante un jugador algo más terrenal (un Ivan Ljubicic que vivió su semana de gloria); por otro lado, Fish cayó derrotado en la final de 2008 ante Novak Djokovic (después de dejar a Federer por el camino), John Isner haría lo propio ante Roger Federer en 2012 (después de inclinar a Djokovic en semifinales) y James Blake se acabó comiendo un rosco del de Basilea en la final de 2006, evidenciando la diferencia de nivel y la nueva realidad del circuito masculino. En lo que a la WTA se refiere, Davenport volvió a las finales, firmando tres consecutivas (2003, 2004 y 2005), pero siempre cayó ante una raqueta belga (Kim Clijsters y Justine Henin fueron sus verdugas). Desde entonces, solo la vuelta de Serena Williams, que cedió en la final de 2016 ante Victoria Azarenka, animó un poco un panorama absolutamente desolador. ¿Será este el año en el que todo cambie?