La vida sigue igual para Novak Djokovic

Novak mantiene su imbatibilidad en 2020 tras derrotar a Milos Raonic en la final por 1-6, 6-3 y 6-4: un partido con altibajos donde acabó imponiendo su ley.

Carlos Navarro | 29 Aug 2020 | 21.25
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Novak Djokovic celebra durante la final. Fuente: Getty
Novak Djokovic celebra durante la final. Fuente: Getty

¿Podía la mejor versión de Milos Raonic imponerse ante el hombre del 2020? La respuesta es no. Novak Djokovic tiró de galones y acumuló otra victoria en un 2020 que, incluso con el parón por la pandemia de por medio, empieza a perfilarse como uno de sus años más maduros sobre la cancha. Dentro de la burbuja de Nueva York el serbio firmó su 35º victoria en un Masters 1000, dando un nuevo mordisco a la historia tras convertirse en el único jugador en ganar todos los torneos de esta categoría... en dos ocasiones.

La final comenzó con un único hombre dictando juego. Y ese no era el número uno del mundo. Milos Raonic hizo gala de un elevadísimo nivel de precisión y agresividad, especialmente con su derecha, gracias a la cual pudo encontrar rendijas en el saque de Djokovic. Un saque que se mostraba igual de mermado que en otros duelos, dobles faltas incluidas.

Esas dobles faltas empezaron a condenar al serbio en el cuarto juego, en el que firmó dos, además de un error no forzado con un revés que realmente apenas llegó a tocar en el primer set. Todo sucedía a la velocidad de la luz: con su saque, Raonic entraba muy dentro de la pista en su golpe de continuación, sin dejar tiempo a Nole para maniobrar, y al resto encontraba muchos huecos ante la baja efectividad del serbio.

Era un Raonic enchufadísimo, capaz de trazar golpes de lujo incluso desde sus puntos débiles, como el revés paralelo. A Novak se le notaba cansado, diluido como un azucarillo y una marcha detrás de Raonic en lo que a movilidad se refiere. La propia inercia de un partido enfrascado en puntos muy cortos (el canadiense no tenía ningún interés en entrar en el cuerpo a cuerpo desde el fondo) dificultó a Novak encontrar su ritmo en un primer set de marcador tremendamente sorprendente: 6-1 para Raonic. Un 6-1 que no sorprende si echamos un vistazo a los números del canadiense: ocho golpes ganadores y solo dos errores no forzados.

Durante un momento del partido, los intercambios desde el fondo de la pista los ganaba Raonic por 14 a 11. Pero Djokovic, para sorpresa de nadie, despertó. Esperó su momento, paciente, en las sombras, y levantó el puño a la que Milos levantó el pie del acelerador. Hasta el 2-2 15-30, el canadiense era el único jugador sobre la pista Louis Armstrong. Pero el serbio subió el ritmo, empezó a poner más reveses en juego y aprovechó que Raonic empezó a precipitarse un poco más. Break para el 4-2 en el bolsillo. La sensación no es nueva: tenistas como Novak saben cambiar el rumbo de un duelo, incluso cuando este vira en una dirección totalmente contraria, en tan solo unos minutos.

De repente el juego de fondo del serbio, que prácticamente no había hecho acto de presencia, volvió de forma absolutamente renovada. En un abrir y cerrar de ojos, el espectador volvía a tener la sensación de sobra conocida en los Djokovic vs Raonic: el serbio y su tremenda solidez son ingredientes que se le atragantan al estómago del canadiense.

Nada que ver las estadísticas del segundo set con las del primero. Ni una doble falta por parte del serbio; 13 errores no forzados emanaron de la raqueta del canadiense. El último set definiría la final, y tras un dominio tan marcado de Milos durante los primeros 45 minutos de partido, Novak Djokovic tenía ante sí una situación prácticamente ideal.

El inicio del tercer set, sin embargo, desafió cualquier atisbo de normalidad. Fue Milos quien atacó primero, convirtiendo su primera bola de rotura para dar el primer golpe. En un juego donde volvieron las dudas de Djokovic al servicio, un break podía suponer un carpetazo al partido dadas las condiciones de la pista y la letalidad del saque del canadiense.

Nada más lejos de la realidad, Milos firmó dos subidas muy precipitadas a la red y recibió un resto ganador sobre su primer saque marca de la casa de Novak. La ventaja y la dinámica positiva se esfumaban con la solvencia habitual de uno de los mejores restadores de la historia. Raonic había tenido su momento y no pudo saborearlo ni por unos segundos, encajando un doloroso break en blanco.

Tácticamente, Novak volcó el duelo al lado del revés de un Milos que ya no tenía tanta frescura como para invertirse de derecha. Los fallos empezaron a repetirse desde aquel lado de la pista, y el saque dejó de ser salvavidas. Novak, impasible, no perdonó cuando nuevas pelotas de rotura se le pusieron por delante. El grito del serbio definía su hambre, su voracidad por saborear las mieles de un nuevo título.

La sensación de suficiencia que transmite el Djokovic más enchufado colmó los televisores en lo que quedaba de tercer set. En ningún momento se vio cerca Milos de romper el saque de su rival, bajando sus prestaciones también al saque. A nivel mental estaba prácticamente derrotado, y eso que tuvo un resquicio en el último juego tras varios regalos de Novak… que dejó ir con una derecha al centro de la red.

El 1-6, 6-3 y 6-4 final refleja varios aspectos importantes. Las finales de Masters 1000 siguen siendo un debe para Raonic, que ni en su mejor versión tenística es capaz de no temblar cuando la línea de meta se acerca. Por otro lado, Djokovic confirmó que, si el físico se lo permite, su gestión de las situaciones más calientes del partido le sigue propulsando varios niveles por encima de los nombres del circuito. No fue este Djokovic el más eficaz, pero sí el que mejor tenis ha sacado cuando importa a lo largo de la semana.

Si con eso consigues ganar todos los Masters 1000 al menos dos veces y colocarte como colíder en la clasificación de títulos en estos torneos… no es una mala señal de cara al Us Open. El lunes vuelven los Grand Slams.