Maureen Connolly, la exitosa tenista marcada por la mala suerte

Con solo 19 años, ya sumaba 9 Grand Slams y caminaba con puño de hierro por el circuito. Un inoportuno accidente puso punto y final a una carrera prometedora.

Jose Morón | 16 Jul 2020 | 22.31
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Maureen Connolly, la exitosa tenista marcada por la mala suerte. Foto: Wimbledon
Maureen Connolly, la exitosa tenista marcada por la mala suerte. Foto: Wimbledon

Aquella mañana del 20 de julio de 1954, Maureen Catherine Connolly cabalgaba a lomos de su caballo Coronel Merryboy, un regalo que le ofrecieron en su ciudad tras ganar el título de Wimbledon el año anterior. Ella no lo sabía, pero aquello iba a ser el inicio del fin de una carrera que prometía ser tan exitosa que de no haber sido por lo que ocurrió minutos más tarde, estaríamos hablando de ella como una de las mejores tenistas que hubo jamás en la historia, si no la mejor. Un camión se cruzó en su camino y ella intentó que el caballo frenara con la mala suerte de que el animal se cayó delante del vehículo y la pierna de Maureen quedó atrapada entre ambos, destrozándole la tibia al instante.

"Supe desde el primer momento que ya no podría volver a jugar al tenis", comentó Connolly tiempo después. Desde el año 1951, la norteamericana había dominado el tenis femenino con puño de hierro hasta el punto que había ganado los 9 últimos Grand Slams que había jugado. Su carrera empezó a tomar altura y relevancia en el momento en el que se convirtió en la primera mujer en la historia en ganar los cuatro Slams en el mismo año (1953). Connolly ya pasaba por encima de sus rivales con solo 16 años y es que desde pequeña ya destacaba por su talento para este deporte.

Su historia comienza en su San Diego natal. De pequeña, a Maureen le encantaba montar a caballo pero su madre no podía pagarle lo que costaban las clases y la niña no mostraba especial interés por la música, algo que su padre biológico, músico, intentó inculcarle sin éxito. Su madre le compró entonces una raqueta por la que pagó solo un dólar cincuenta y ella quedó enamorada de ese deporte, que practicaba de día y de noche. Tenía solo 10 años y jugando en pistas cercanas a su casa, Wilbur Folsom, un entrenador, la vio jugar y decidió ayudarla a crecer.

Lo primero que le hizo fue cambiar la mano dominante. Ella era zurda, pero Wilbur le comentó que nunca había visto a ninguna zurda ser campeona en el tenis, por lo que el cambio se hizo efectivo. Se especializó en el juego de fondo y su derecha era mortífera. Eso le ganó el apodo de 'Little Mo', en referencia al barco de guerra de la armada norteamericana de su tierra, al que llamaban 'Big Mo'. Para aquella época, ver a una jugadora que rehusaba por completo el juego en la red era toda una rareza pero su juego de fondo era tan exageradamente bueno, que llamó la atención de todo el mundo.

Poco tiempo después conoció a Eleanor "Teach" Tennant. Esta mujer era una entrenadora muy distinguida que había trabajado con la recordada Helen Wills Moody o con Bobby Riggs. Eleanor trabajó junto a 'Little Mo' una particular forma de entrenamiento en la que le instó a odiar (literalmente) a sus rivales. La enseñaba a confiar mucho en ella misma, teniendo ojos solo para la victoria y le pedía que ni siquiera mirara a sus oponentes. Hasta tal punto llegaba la entrenadora que antes de los partidos, le decía a su jugadora que había escuchado a su rival insultarla, intentando motivarla aún más.

Ted Schroeder, quien fuera compañero de Maureen en los mixtos, la describía como una "asesina" en la pista. Destacaba su buen corazón fuera de la cancha, pero aseguraba que su mirada cambiaba por completo cuando salía a jugar, subrayando lo tremendamente competitiva que era. Y es que Maureen fue todo un animal competitivo. Quizá, el mayor que vio este deporte hasta la fecha. Entrenaba tres veces al día, siete días a la semana. Practicaba danza, que le ayudaba en su juego de pies jugando desde el fondo y también hacía calistenia, algo que le hacía ganar fuerza en los brazos y mejorar su potencia en los golpes.

De la mano de Tennant, Maureen ganó con solo 12 años el torneo para menores de 15 en California. A aquel título le siguieron 56 victorias más de forma consecutiva y para cuando tenía solo 15 años, ya estaba entre las mejores del mundo. Todavía no había cumplido los 17 años cuando levantaba el trofeo del US Open, siendo la más joven hasta la fecha en lograrlo. Fue su primer Grand Slam. Al año siguiente, seguiría rompiendo récords.

Y es que ganó Wimbledon en 1952, siendo la segunda más joven en lograrlo tras Lottie Dod. Desde 1887, nadie tan joven había logrado tal hazaña. Eso la animó a seguir trabajando para que en ese 1953 pudiera superar a todas sus rivales de forma sorprendente. Ganó los cuatro Slams aquella temporada (perdiendo solo un set), con solo 18 años. Para poner en contexto lo que hizo, solo Margaret Court (1970) y Steffi Graff (1988) lograron lo mismo que ella en la historia del tenis femenino y ninguna lo logró siendo tan joven (Graf lo hizo con tres meses más que Maureen).

Aquel año 1953 lo recorrió por el circuito con otro entrenador, Harry Hopman, el famoso entrenador australiano que posteriormente dio nombre al torneo de la Hopman Cup. Su éxito juntos fue tal que Maureen no perdió un partido de Grand Slam estando él en su banquillo. Todo era de cuento de hadas para Connolly, que disfrutaba del éxito y sentía que nadie podía plantarle cara. Hasta aquel fatídico 20 de julio de 1954, había ganado nueve Grand Slams consecutivos y llevaba 50 partidos invicta.

La mala suerte se cruzó en su camino en forma de camión y cortó una carrera que apuntaba a estar entre las mayores ganadoras de la historia del tenis femenino. Sin haber cumplido los 19 años, ya tenía una carrera absolutamente envidiable. Lo que podría haber sido Connolly, nadie pudo nunca saberlo. Tras su accidente, se llevó varios meses de rehabilitación pero nunca pudo recuperarse del todo. Aunque intentó volver a ser tenista, finalmente tuvo que colgar la raqueta en 1955 de forma oficial.

Dos años después, publicó una autobiografía titulada 'Golpe de derecha', donde definió su carrera de esta forma: "Siempre creí que mi destino estaba en una cancha de tenis. Un destino oscuro, a veces, donde la pista era mi jungla secreta y yo era una cazadora solitaria y asustada. Yo era una niña extraña, armada de odio, miedo y una raqueta dorada".

En los años posteriores a su retirada, Connolly se dedicó a criar a sus dos hijas y fue corresponsal en el US Open para varios diarios de la época. También creó una fundación en su tierra, intentando promover el tenis entre los niños para que se decidieran por este deporte. La mala suerte acompañó a su vida, más allá de su carrera, y cuando solo tenía 31 años fue diagnosticada con un cáncer de ovarios que se le extendió al estómago, años después. En junio de 1969, falleció con solo 34 años y dejando atrás una historia marcada por el éxito y la desgracia a partes iguales.