
La imagen que observan aquí arriba es la recompensa a casi cinco décadas de trabajo diario. En ella aparece un Stefan Edberg de tan solo 22 años reaccionando al punto de partido en la final de Wimbledon 1988. Era la primera vez que el sueco pisaba la última ronda en Londres y, pese a que ya contaba con dos Grand Slams en la maleta, cruzarse con Boris Becker aquel domingo no parecía la cita perfecta. Pese a ello, el de Västervik logró el objetivo en cuatro mangas y lo celebró cediendo ante la gravedad del momento, dejando una instantánea inolvidable. A pocos metros de Stefan, Paul Zimmer aprieta el gatillo y se encarga de detener el tiempo con su cámara fotográfica, cumpliendo también su objetivo.
Este ritual es el que ha mantenido Zimmer durante sus últimos 48 años, desde que empezara en esta aventura en la Copa del Mundo de esquí de 1972. Estar siempre a un paso del escenario principal y buscar en cada instante el mejor retrato del protagonista. No sería hasta el año siguiente cuando descubriría un nuevo mundo, uno dominado por sus compatriotas Boris Becker y Steffi Graf. Tanto le gustó al fotógrafo alemán que decidió quedarse, y así hasta nuestros días. Ahora la pandemia del COVID-19 ha bloqueado por completo el avance del circuito, un paréntesis al que ninguno estábamos acostumbrados.
“Es para mí un momento triste, lo he sentido mucho”, señala el germano en un reportaje elaborado por la ITF. “Le dije a mi esposa que lo único positivo de toda esta situación es que he pasado el verano en casa, algo que no había sucedido en los últimos 40 años. No pasaba junio y julio en casa desde 1977, siempre estuve en París o en Londres. Pero aun así, extraño Wimbledon, es lo más destacado de todo el trabajo del año”, valora con cierta morriña.
“Wimbledon es un lugar sagrado, uno de los torneos más icónicos del deporte mundial. Para los jugadores, el hecho de ganar allí es tocar el cielo, es pasar a la inmortalidad. Con otros torneos no es lo mismo, aunque es genial ganar un Grand Slam, pero Wimbledon es Wimbledon. Esto se ve incluso en las fotos, las celebraciones después de ganar Wimbledon son siempre muy especiales”, insiste un hombre que lleva casi cinco décadas viendo levantar el título al campeón.
Wimbledon es un lugar especial, pero no solo para el jugador. “Para nosotros también es el lugar más hermoso para hacer fotos. Tenemos una luz hermosa alrededor, siempre utilizamos el atardecer de las 18:00 para tomar fotos con la salida del sol. Simplemente observar al personal cortando el césped es una escena maravillosa, con esos colores, eso es lo que hace que el lugar sea único. París también es muy hermosa, pero no hay otros torneos que se puedan comparar. Incluso entre estos dos, Wimbledon destaca”, sentencia Paul.
Dentro de su larga trayectoria, las etapas se dividen según el grado de avance de la tecnología. Zimmer destaca con cariño la final masculina de 2008, donde Federer y Nadal casi tienen que acabar su partido jugando con una linterna. “Recuerdo que al final casi no había luz. El partido siguió y siguió, no sabía si terminaría, y mucho menos quién ganaría. Se puso tan oscuro que las cámaras no fueron lo suficientemente buenas como para enfrentar a esa situación. Como resultado, se pueden ver pocas imágenes que fueran realmente buenas. Hoy sería mucho más fácil, la tecnología ha avanzado mucho. Ese fue el verdadero desafío, aunque muchos captaron los flashes de los espectadores y sacaron imágenes excelentes. Pero toda la final, en general, fue un reto abrumador”, explica el veterano viajante.
Pero si hubo un momento, un torneo y una imagen que marcó la carrera de Paul, ese fue sin duda Wimbledon 1988. Stefan Edberg y Boris Becker disputaban la final y él, como tantos otros domingos, buscó el mejor lugar para disparar. “Normalmente, de los 30 puestos de fotógrafos que hay, los 15 primeros son entregados a la prensa británica, los extranjeros tenemos que sentarnos un poco más lejos. Sin embargo, ese día el jefe de fotografía se acercó a mí y me dijo: ‘Tu amigo Boris está jugando la final, y tú nunca te has quejado, así que quiero darte un buen lugar, aunque no pueda mover a los británicos’. Me elevaron por encima de todos los fotógrafos y tuve una vista completa de ambos lados”, recuerda el alemán, quien estaba a unas horas de captar su mejor imagen.
“Después del punto final, cuando Stefan Edberg celebró el título, tomé una foto. Hay que recordar que nuestras cámaras en aquellos días no tenían todavía unidades de motor, por lo que cada vez que tomabas una foto tenías que enrollar la película para tomar otra. No hubo autoenfoque, fue todo manual. Y, por supuesto, luego no ves la imagen, por lo que solo te queda esperar que salga todo bien. Enrollé la película, volví a pista y vi que se estaba cayendo hacia atrás. Esperé una fracción de segundo y tomé una segunda foto. De los 100 fotógrafos que había, solo tres personas captaron ese momento en el que Edberg estaba casi en el suelo con la cabeza levemente por encima de la hierba, como un bailarín en el limbo”.
La imagen de Zimmer apareció en 180 periódicos de todo el mundo, y le valió el prestigioso Premio a la Mejor Fotografía Deportiva de la Asociación Internacional de Prensa Deportiva y el Premio a la Mejor Fotografía Deportiva de Alemania en 1989. Incluso le mandó una copia al propio Stefan para celebrar la victoria de ambos. Un final feliz que, sin embargo, a punto estuvo de tener un desenlace dramático.
“Después de la final tuve que entregar la película a mi editor, que se fue a Múnich para desarrollarla. Una vez que se imprimió la imagen y entró en los concursos de premios, descubrieron que la diapositiva original se había perdido, así que la única solución fue hacer grandes impresiones de la imagen escaneada. Le di una a Stefan, luego mi editor participó en los concursos, pero nunca llegué a ver la imagen real del negativo. Con las imágenes digitales es casi imposible perder una foto, pero entonces si perdías la original, la perdías para siempre. Los duplicados, por desgracia, nunca son tan buenos en calidad como el original. Diez años después, escuché que podría haberse caído por el hueco de un ascensor”, relata el alemán.
Casi tres décadas después de aquel éxito, Zimmer seguirá recorriendo su camino en busca de la foto perfecta, de un documento tan perfecto que no necesita explicación. Eso sí, sabe mejor que nadie que lo ocurrido en 1988 jamás volverá a pasar. “Ahora esa misma imagen sería mucho más fácil de tomar, casi todos los fotógrafos la tendrían, así que no habría estado tan orgulloso como lo estuve antes. En ese momento supuso un auténtico desafío”.