Un estadounidense de corazón francés
Jim Courier recuerda con cariño sus tres finales consecutivas en Roland Garros, el torneo que le vio tocar el cielo. “París es muy especial para mí”.


Por los motivos que sean, hay jugadores que mediáticamente superan con nota el día que cuelgan la raqueta. Otros, en cambio, sufren el castigo del olvido. Y la verdad es que no sabemos muy bien cómo se rige la balanza, si depende de los títulos, del carisma o del estilo de juego, lo cierto es que Jim Courier es uno de esos talentos que con los años ha ido pasando desapercibido para los aficionados más jóvenes. Cuatro títulos de Grand Slam, dos Copas Davis y 58 semanas de número 1 debería de ser suficiente para tenerle más en cuenta, pero no es así. Eso sí, cada vez que llega Roland Garros (o sus fechas) su nombre siempre suena de nuevo con fuerza. En una entrevista con Tennis.com, el estadounidense recordó sus hazañas en París, un lugar que le transporta a la mejor etapa de su carrera.
“Esta misma noche tendría que estar aterrizando allí para estar listo el domingo, cuando empezaba el torneo”, señalaba con pena en la charla realizada hace unos días. “Estoy realmente hundido por no estar cogiendo ese avión esta noche, así que espero que tengamos la oportunidad de estar allí más adelante esta temporada. París es un lugar muy especial para mí, me encanta volver”.
Si volvemos a 1991, temporada donde levantó allí su primer Grand Slam, encontramos que aquel triunfo seguramente no hubiera sido posible sin lo sucedido en marzo de ese mismo año, donde Courier conquistó también los cuadros de Indian Wells y Miami. “Esos dos torneos fueron los catalizadores para que creyera que realmente podría profundizar mucho más en un Grand Slam, más de lo que lo había hecho anteriormente. En mis dos últimas participaciones me había quedado en cuarta ronda, nunca había superado esa ronda en un Slam, pero en aquel Roland Garros me sentí diferente, mucho más fuerte psicológicamente. No esperaba ganar el torneo, pero sí pensé que tendría la oportunidad de llegar lejos”, recuerda el americano.
Su camino hasta la gloria no fue fácil, sobre todo si nos detenemos en la tercera ronda, donde un sueco ilustre a punto estuvo de dejarle fuera. “Magnus Larsson era un jugador muy peligroso. Llegó a tener un break de ventaja en el cuarto set, incluso algunas oportunidades de colocarse con dos breaks de ventaja. Casi me tenía sentenciado, pero de alguna manera me escabullí de esa cuarta manga y luego pude materializarlo todo en el quinto set. Fue la ronda más peligrosa; una vez superada, me sentí como un gato con nueve vidas”, asegura años después.
Tras Larsson, Stefan Edberg y Michael Stich esperaban su momento. “Estaba acostumbrado a enfrentarme a ellos en superficies más rápidas, así que fue agradable tenerlos enfrente en unas condiciones que me favorecían más a mí. Eran mi primera vez en unos cuartos de final de Grand Slam, contra Edberg. Él era un gran jugador, pero ya le había derrotado anteriormente en algunos partidos clave. Luego con Stich fue curioso, ninguno de los dos habíamos estado nunca en semifinales de un Slam, así que ambos estábamos muy nerviosos. Michael fue un muy buen jugador de tierra batida, un gran tenista en general. Me alegré mucho de haber superado ese duelo, ahí ya casi podía ver la línea de meta”, repasa con detalle ronda a ronda.
Jim se plantó en la final de Roland Garros con 20 años, pero el triunfo todavía no estaba asegurado. Por el otro carril, Andre Agassi aparecía con todas las papeletas para robarle el sueño, tal y como se había hecho con el amor de Nick Bolletieri, quien dirigía la carrera de ambos. “El momento fue tremendo, no sabía ni cómo reaccionar. La final me pareció completamente diferente a los otros partidos previos. Mi entrenador, José Higueras, lo describió como si estuviera jugando congelado, pero es que alcanzar ese trofeo significaba mucho para mí. Luché por poner las cosas en marcha hasta que el retraso por lluvia me cambió todo”.
¿Qué pasó con la lluvia? Nada nuevo; el que iba ganando se relajó y el que iba perdiendo tomó nota. “Cambiar la táctica de devolución de su saque fue esencial para darme la oportunidad de ganar tiempo y ser más sólido en los intercambios. Andre estaba conectando muchos winners con su servicio, los puntos iban demasiado rápido, eran demasiado cortos y eso le favorecía. “Fue una gran pelea, pude darle la vuelta al marcador varias veces hasta que acabé levantándome y ganando el cuarto set por 6-1. Ahí vi que estaba obteniendo más puntos gratis con el saque que él, hasta que en el quinto set, con 4-4, me llegó el break definitivo. Después de los 90 segundos más largos de mi carrera en ese descanso, salí dispuesto a servir mejor que nunca para cerrar el partido”, valora sobre el momento clave.
Courier no dejaría pasar aquella oportunidad y con 6-4 se convertía en campeón de Roland Garros. “Hubo mucha emoción en ese momento, ni yo mismo me creía lo que había hecho, no podía creer que todo el trabajo realizado durante todos esos años se hubieran concretado de esa manera. Ser campeón de Grand Slam es una sensación que te acompaña para el resto de tus días. Luego no me relajé, al contrario, traté de lograr más. Es cierto que no me veía como un jugador de golpes maravillosos, pero terminé el año con fuerza, me sentía muy bien”, opina sobre la proyección que le dio aquel éxito.
Doce meses después, el de Sanford volvió para defender su título en París, una presión añadida que no le hizo titubear. “En 1991 llegué a Roland Garros como un jugador en ascenso, mientras que en 1992 llegaba ya como número 1 del mundo. Llegué después de ganar los tres títulos previos de manera consecutiva (Tokio, Hong Kong, Roma), lo que me llevó a cargarme de confianza hasta que vi el sorteo. Me tocó un cuadro brutal, en el mismo lado que Thomas Muster y Alberto Mancini, dos de los grandes jugadores en arcilla de la época. Tenía confianza, sí, pero sabia que eso no sería suficiente para abrirme paso, era como una maldición”, pensó en su momento el estadounidense.
Pero Jim no se arrugó y siguió apartando rivales como si tal cosa. En semifinales, una ronda antes que en 1991, de nuevo Agassi se cruzaba en su camino. Esta vez, no hubo pelea alguna. “Nunca esperé vencer a alguien como Andre tan fácilmente. Cuando jugabas contra él sabías que sería una guerra, por eso me sorprendió mucho más el marcador, pero la experiencia de la final de 1991 me enseñó mucho sobre cómo neutralizarle. Se me dio todo bien ese día, sentía que podía vencerle una y otra vez, es quizá uno de los mejores partidos de mi carrera. Llegué a la final con más confianza todavía, pero sentía mucho respeto por Korda. Él era casi invencible cuando hacía calor, pero la arcilla me dio margen para rastrear sus disparos y extender los puntos”, reconoce el bicampeón.
El doblete ya era una realidad, Courier era el rey de París un año más, pero las emociones completamente distintas. “Es una sensación diferente cuando ganas un título por segunda vez. Es más un sentimiento de satisfacción y no tanta conmoción, eso correspondía más a 1991, cuando salí campeón sin que nadie lo esperara. En 1992 me sentí mucho más seguro, estaba en el mejor momento de mi carrera, llegué a ganar cuatro torneos de manera consecutiva, así que fue un período increíble para mí”, refleja con orgullo el comentarista de Eurosport.
Pero ninguna racha dura para siempre, aunque la de Courier a punto estuvo de prolongarse una temporada más, cuando pisó la final de Roland Garros por tercer año consecutivo. “Estaba muy orgulloso de llegar a tres finales seguidas allí pero, al mismo tiempo, fue decepcionante tener una ventaja en el quinto set de la final y no lograr salir campeón. Hubiera agradecido mucho el hecho de ganar allí por tercera vez pero Sergi Bruguera era un jugador tremendo: yo me quedé sin gasolina y él correspondió fundiéndome con sus piernas”. Jim Courier, un grande en la victoria y en la derrota.