Por primera vez en la historia de Roland Garros, un serbio se coronó campeón de la competición. Y no uno cualquiera. Novak Djokovic, cuatro veces finalista en París, dejó atrás la maldición que le impedía reinar en la arcilla gala derrotando a un Andy Murray (3-6, 6-1, 6-2, 6-4) que empezó muy fuerte y se desinfló casi de inmediato. El británico no fue capaz de portar el peso del partido y el serbio aceptó el testigo con gusto. Doce Grand Slams en su vitrina y ya ninguna gran plaza sin desbloquear. El número uno del mundo dio esta tarde un paso más para convertirse, el tiempo dirá, en la mejor raqueta de la historia.
Muchas veces, dentro de un mismo partido, existen mini-partidos. Esta final de Roland Garros 2016 fue un claro ejemplo. La batalla empieza con Murray perdiendo su servicio en blanco. Final del primer mini-partido. A continuación, Novak Djokovic emula los pasos del británico y también entrega su saque de la misma forma, aunque no acabaría aquí el préstamo. El número dos del mundo se vino arriba como quien dice y siguió ampliando su ventaja hasta colocarse 4-1 e incendiar las gradas de la Philippe Chatrier.
Sí, hoy esas gradas no eran francesas y mucho menos eran neutras. “Nole, Nole, Nole” repetían una y otra vez para sustentar al de Belgrado. Mientras tanto, el de Dunblane seguía a lo suyo. Con un break de ventaja, Andy únicamente se preocupaba de lo que pasaba en pista, ¿y qué era lo que pasaba? Pues que el escocés estaba barriendo al serbio, sin complejos. Un recital que le llevaba a apuntarse la primera manga (6-3) bajo la atenta mirada de su rival. Cabreado, con un lenguaje corporal negativo, incluso entrando en peleas absurdas con el juez de silla debido a bolas intrascendentes. “¿En serio? ¿Mi cuarta final en París y también la voy a perder?”, pensaría seguramente Djokovic. Desde luego, si insistía en este tipo de guión, la función no tendría un desenlace dichoso para él.
Llevábamos solo 45 minutos de contienda pero el cuerpo ya pedía inyectarse una dosis de estadísticas. Andy Murray jamás había perdido un partido en Roland Garros tras ganar el primer set (26/26). Pero todavía hay más. En los últimos quince enfrentamientos entre estos dos jugadores, el vencedor de la primera manga acabó llevándose el triunfo. Datos interesantes para conocer en qué tipo de raíles se suelen mover estos dos trenes. Pero como siempre, el factor mental terminaría siendo el pentagrama más relevante y también el más difícil de interpretar. En el caso de Novak, el año pasado había comenzado ganando el primer parcial a Wawrinka para luego terminar cediendo en cuadro. Esta vez, podría ser al revés.
Pero claro, si ese hombre lleva en lo más alto del ranking desde hace dos veranos no es solamente por cómo maneja la raqueta, también por cómo maneja la cabeza. Tras recibir el golpe del 6-3, el balcánico salió a morder en la reanudación, dispuesto a equilibrar la balanza cuanto antes. Subió dos peldaños su nivel, el escocés lo bajó uno y, en un suspiro, se cerró el segundo mini-partido de la final. Aceleró el serbio con un contundente 3-0 que punto a punto fue evolucionando en un 6-1. Fue tan fugaz que apenas le dio tiempo a Murray de saborear su gran inicio de partido. El duelo seguía siendo sobre arcilla, pero ya no había tierra de por medio para ninguno de los dos. Acaba de terminar el tercer mini-partido.
Desde ese momento, todo lo acontecido en la pista central de Roland Garros se ralentizó, se cuidó cada movimiento con minuciosa precisión. Ambos habías mostrado ya sus mejores cartas, pero ahora hacía falta saber defenderse con las menos buenas. Con la nube de la presión asomando ligeramente es sus cabeza, llegaba el momento de la verdad, el de dar un paso al frente y firmar un tercer set determinante para el desarrollo de la final. Y así fue como navegando todavía con la inercia del segundo parcial, Novak Djokovic dio un golpe sobre la mesa que hizo temblar hasta la Torre Eiffel. Un 6-2 que le dejaba a las puerta del cielo.
La conclusión tuvo más tensión que soltura tanto en uno como en otro, pero era el de Belgrado quien venía montado en esa inercia positiva. La montaña ya era demasiado alta como para escalarla, aunque enfrente estuviera el número dos del mundo, vigente campeón de Roma e invicto en sus últimos once partidos. La celebración se fue edificando sin prisa mientras veíamos funcionar a la conexión Becker-Vajda entre la multitud, descubríamos a algún que otro actor de referencia entre el público e incluso poníamos cara a la famosa Sigrid, referencia absoluta en este blog, mientras ondeaba su bandera en apoyo a su jugador fetiche. Y aunque al número uno le entraron los nervios justo al momento de saltar al vacío -sí, también es humano- ya quedaba poquito que contar. Simplemente presenciar el choque de manos y empezar con la entrega de trofeos.
Ha costado, pero aquí está. Novak Djokovic es campeón de los cuatro Grand Slams y se une al grupo de siete fantásticos que ya conformaban Don Budge, Rod Laver, Roy Emerson, Fred Perry, Andre Agassi, Rafa Nadal y Roger Federer. Este último, curiosamente, lograría también cerrar el círculo en París, al cuarto intento, a los 29 años y sin Nadal de por medio. Curiosa semejanza. Hubiera sido tan grande el palo de abandonar Francia con otra bandeja de plata en la maleta que el serbio ni siquiera pensó en la posibilidad de caer derrotado.
¿Y ahora qué? ¿El Oro en los Juegos? ¿El Masters 1000 de Cincinnati? ¿Las 302 semanas de Federer como Nº1? Lo que él quiera. La losa más pesada que arrastraba ya descansa en paz en un rincón de su cabeza, su cuerpo responde como la máquina que es y el panorama indica que esta Era, su Era, no tiene pinta de evaporarse a corto plazo. La Historia de este deporte ya lo acoge como uno de los mejores deportistas de siempre y esto es algo que ya jamás nadie podrá discutir.