Cuando Madrid se enamoró de Rafa

Se cumplen 10 años de uno de los partidos más recordados de la carrera de Rafael Nadal, la final del Masters Series de Madrid que le enfrentó al croata Ivan Ljubicic.

Sobraban las butacas en la pista central del Madrid Arena de la Casa de Campo. Y los sofás y las sillas en miles de hogares. Fueron casi cuatro horas sí, pero el cuerpo pedía quedarse de pie, incluso correr para realizar intercambios de vértigo y conectar passings imposibles. Ese día, el mimetismo con Rafa Nadal del público que presenció el partido por el título del Masters de Madrid fue casi perfecto. Todos habían disfrutado de las gestas del manacorí durante ese año y en la Copa Davis de Sevilla, pero no de aquella manera. Fue una final de las de antes, al mejor de cinco sets, esas que encumbran a héroes y forjan leyendas.

A diferencia de otras gestas de Rafa, de otros duelos inolvidables, esta no se esperaba. Ni por asomo. No por el español, infinitamente favorito, sino por su contendiente, IvanLjubicic. Este croata nacido en Bosnia-Herzegovina se había colado en la final casi de incógnito, sin hacer el menor ruido. Un tipo serio, muy cerebral y con un estilo de juego que enfriaba a cualquiera. Inclusive al más difícil de enfriar, Rafa Nadal. Las condiciones del torneo (altura de casi 600 metros, pista de cemento y bajo techo) estaban del lado del balcánico pero su falta de experiencia en esas lides y la sobrada ya del número 2 del mundo que además jugaba frente a su público, invitaban a esperar una tarde plácida en la capital.

Pero la cenicienta de casi dos metros de altura decidió vestirse de lobo feroz. Que el saque del croata era un escándalo lo sabían hasta en el África tropical, no sin razón había encadenado dos torneos consecutivos sin ceder un solo servicio, habiéndolos ganado ambos (Metz y Viena). Lo que quizá ni el propio Rafa sabía era el nivel de encogimiento que tenía. Ya había ganado en ese 2005 tres Masters Series (Montecarlo, Roma y Montreal) y todo un Roland Garros. Los nervios eran para el ‘novato’ Ljubicic.

La rotura inicial del manacorí, que gozaba de copyright por aquel entonces, fue un espejismo de lo visto en las dos primeras mangas. Pronto la raqueta de Banja-Luka empezó a desplegar un arsenal de cañonazos que lograron imponerse en decibelios a los gritos de ánimo hacia Rafa provenientes del público que abarrotaba el ahora tristemente famoso recinto matritense. Ljubicic era dueño y señor del Greenset del Madrid Arena. Con saques a casi 230 km/h, palos de derecha y de revés, buen dominio de la red y hasta dejadas, el título estaba a tiro de piedra para el renombrado esa tarde Iván el Terrible. Un 6-3 y 6-2 que pesaban como una losa.

El croata no sabía a cuántos kilómetros por recorrer en la pista estaba de la victoria, ni a cuántos minutos u horas, pero sí sabía que estaba a un solo set de alzarse con su primer Masters Series. Ante el número 2 del mundo, en su propia casa. Y ese simple detalle lo empezó a cambiar todo. Los winners se tornaron en errores llenos de tensión y ansiedad, cuando no en pasantes inverosímiles del mallorquín que eximido de toda presión se lanzó en tumba abierta, celebrando con el público cada una de las escaramuzas que iba conquistando a Ljubicic.

Puño en alto Rafa y unos cuantos miles más en el graderío. El partido se iba con un resultado de 6-3 al cuarto. Quedaba mucho aún para completar la remontada, pero el caldo de cultivo ya estaba servido. Ljubicic había perdido la calma, la paciencia y el acierto de las dos primeras mangas. Nadal había adquirido la confianza, la pegada y el ferviente apoyo de un estadio entregado al balear.

El cuarto set fue una prolongación del tercero. Rafa era el que mandaba, solo los servicios, en muchos casos incontestables de Ljubicic, interrumpían ese dominio. La manga se cerraba con 6-4 para Nadal, lo que daba paso a un quinto y definitivo acto de infarto. No un infarto pero sí un vuelco al corazón sufrieron desde la grada. El croata se ponía rápido con rotura arriba (2-0). De nuevo, las dudas ante la más que cercana gloria visitaron a Ivan. Un juego al servicio con dos dobles faltas rescataron a Nadal de la derrota. Un guion tan dramático no podía tener otro desenlace que el tie-break.

Rafa ya sabía lo que era apurar una final de Masters Series hasta el desempate decisivo. Y lo que es más, sabía lo que era ganarlo. Ante Guillermo Coria en la arcilla romana. La idiosincrasia del tie-break se amoldaba perfectamente a las condiciones y juego de Ljubicic, saques directos y puntos rápidos. Pero el discípulo de Toni Nadal no podía perder, no entraba en el guion. La película de Madrid pintaba final feliz. Un final feliz que se concretó con una bola del croata a la red y con el español tendido una vez más en la pista.

El estallido de júbilo del respetable fue para recordar. Muchas gestas más han ido jalonando la exitosísima carrera de Rafa Nadal, alguna de ellas también en Madrid, pero posiblemente ninguna tan emotiva y con tanta química del manacorí con el público. Diez años después ese partido sigue levantando de su asiento a quien lo visiona.

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