Fresas, nata y la fiesta del tenis

Wimbledon cumple 125 años

Manuel Ramírez | 31 May 2011 | 11.57
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En Puntodebreak encontrarás toda la actualidad y noticias de tenis, así como fotos de tenistas e información de los torneos ATP y WTA como los Grand Slam y Copa Davis.
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El mítico All England Lawn Tennis Club acoge este año la edición número 125 del Campeonato de Wimbledon. Este acontecimiento deportivo ha ido evolucionando desde 1877 hasta convertirse no sólo en tenis en su forma más pura sino también en mucho más que tenis.

El código postal SW19 es sinónimo no sólo de tenis sino también de colas interminables, de etiqueta, de lluvia, de fresas y nata, y de la Meca para los aficionados a este deporte. La experiencia de la visita a Wimbledon es mucho más interesante que la de asistir a un partido; es una escapada al campo rodeada de misticismo y protocolo que resulta en una fiesta que celebra una sola cosa: tenis.

Entre algunas de las tradiciones que marcan este Campeonato, como el que los jugadores tengan que vestir de blanco o los saludos a los más variopintos miembros de la Realeza británica, está la de comer fresas y nata. En 2010, unos 27.000 kilos de fresas mezclados con unos 7.000 litros de nata líquida (nada de nata montada, es líquida y bien líquida) fueron distribuidos por los 1.800 miembros de catering a los miles de aficionados que no están por la labor de acabar con esta sana tradición que acompaña al Grand Slam desde sus orígenes.

Fresas y Nata

Históricamente las fresas forman parte de la dieta británica desde hace siglos; primero se hervían y acompañaban a las carnes y luego, con una crisis que abarató el precio del azúcar, se usaban para hacer mermeladas y otros dulces. No fue hasta el siglo XVI, con los Tudor, que al arzobispo de York y Lord Canciller del Reino de Inglaterra en la época de Enrique VII, Thomas Wolsey, decidió mezclar las fresas con la nata y, desde entonces, se ha convertido en un clásico casi tan británico como el té de las cinco.

La temporada de fresas en el Reino Unido va desde Mayo a Septiembre (el resto del año se importan de España o EE.UU.), por lo que la celebración de Wimbledon entre finales de Junio y principios de Julio se encuadra de manera perfecta en esa "bienvenida" al verano y a los frutos de los que nos privaba el invierno.

Una jornada en Wimbledon empieza al alba, por lo que las fresas con nata, además de servir de avituallamiento, son una recompensa a horas de espera. Este es el único Grand Slam del circuito ATP en el que los espectadores pueden conseguir algunas entradas para la Pista Central en el mismo día. Eso sí: estamos hablando de unas 500 entradas reservadas a taquilla que sólo conseguirán aquellos dispuestos a acampar a las puertas del All England Club o a madrugar mucho.

La espera en la húmeda campiña inglesa

El sistema de entradas para el Campeonato es en sí mismo toda una institución. Desde mediados del año a finales se puede acceder a una urna ("The Ballot") de las que saldrán los afortunados que puedan conseguir entradas para las pistas principales del torneo del año siguiente. Por ejemplo, a partir del 1 de Agosto hasta el 15 de Diciembre de 2011 se puede pedir la participación en este sorteo, que se celebra desde 1924, para poder comprar entradas a Wimbledon 2012. Si no se tiene suerte, siempre quedan las entradas online (otra lotería) o la famosa cola o "The Queue".

Tarjeta para la cola

En Wimbledon se compra el pase a cualquiera de las pistas principales para ver los partidos de ese día, no son entradas por sesiones; con una entrada de la Pista Central no se puede acceder a la Pista 1 pero se pueden ver todos los encuentros que haya ese día en ese centro. Lo que sí se vende con distintos precios según sea para la mañana o la tarde son las entradas de acceso al club. En principio puede parece tan estúpido pagar casi tres euros por cuatro fresas "ahogadas" en nata medio caliente como pagar casi veinte sólo por acceder al recinto sin poder ver ningún partido de individuales de la ATP o WTA. Sin embargo, sí merece la pena.

Como dice el anuncio, encontrarse nada más entrar a Roger Federer entrenando (bueno, haciendo el "paripé") tras haberse levantado a las seis de la mañana, haber cruzado Londres en metro y haberse pasado casi dos horas esperando sobre un campo mojado con una mochila cargada de tortilla de patata y otros menesteres: no tiene precio. Ver a Conchita Martínez o a Goran Ivanisevic haciendo el tonto pero demostrando que "quien tuvo, retuvo": no tiene precio (además de partidos de exhibición se pueden ver Juniors y Dobles). Encontrarse por los pasillos -mientras intentas ver desde el hueco de la entrada algo del partido de Nadal- con famosos de leyenda como Rob Lowe o Grace Jones: no tiene precio. Vivir un partido de Andy Murray desde Henman Hill (una colina frente a la Pista Central con una pantalla gigante dedicada a Tim Henman, el más británico de todos los tenistas) con un público que parece que esté viendo la final del Mundial de fútbol: no tiene precio. Y es que con Murray, Wimbledon ha encontrado al último de sus estandartes. Siempre a caballo entre la calidad más extrema y las decepciones más amargas, al escocés no le faltan auténticos fans.

Wimbledon es un emblema del tenis y de lo británico: desde las fresas a la mismísima Reina. 125 años dan para muchas historias, algunas con tintes de cuestión de estado. El año pasado, por ejemplo, se creó una gran expectativa por saber si Andy Murray iba a hacer una reverencia a la Reina en su visita al All England Club del año pasado, tras muchas ediciones sin aparecer por allí. Aquí la tenéis con repetición de la jugada...

Al final el escocés evitó las polémicas con un gesto que no pareció impresionar demasiado a Isabel II pero que dio mucho que hablar. Eso es lo importante: que se hable de tenis y que se disfrute. Entre el 20 de junio y el 3 de julio, veremos qué historias nos ofrece esta edición.