El tenista Mardy Fish se retiró en el año 2015. Con una carta de despedida, el norteamericano expresaba los diversos problemas por los que había pasado durante su carrera. Ansiedad, ataques de pánico, depresión, todas ellas le mermaban impidiéndole practicar su oficio. En un momento del escrito, el estadounidense afirmaba, remorando etapas donde su estado de salud era óptimo, que: “amaba estar solo, viajar solo, esa soledad”.
Posteriormente, Mardy explicaba que, cuando comenzaron sus desordenes, necesitaba verse rodeado de los suyos, dependía, en cierta medida, de ellos. Por suerte, pudo superar sus temores y volver a la cancha (tal y como destacaba al final de la misiva). El mundo del tenis (y del deporte) agradeció esta y otras comparecencias donde un atleta del primer nivel mostraba las dificultades que conlleva jugar en la élite.
La soledad en el tenis y la soledad del tenista
Sin embargo, lo curioso del asunto es que, para el ex número 15 del mundo, su bienestar iba ligado a su capacidad para estar solo. Pareciera que él disfrutaba de los momentos de “aislamiento”. Unos instantes que, curiosamente, no evocaban, por sí mismos, la práctica del tenis. Debido a que hace referencia a cierto accionar necesario para la práctica, pero no suficiente. Es decir, Fish no alude a la soledad del tenista, sino a la soledad del tenis.
Ahora bien, ¿qué diferencia hay?, dicho de otro modo, ¿el tenis, en su extensión, no abarca al tenista? ¿la soledad del tenis no será la misma que la soledad del profesional que esgrime una raqueta? Una de las posibles respuestas es que el tenis supone al tenista, pero, quizás, el tenista no supone al tenis. En otros términos, el tenis no es reducible al tenista o mejor aún, tenis y tenista son cuestiones inseparables, pero si disociables.
Como decimos, el hecho de realizar actividades para jugar al tenis involucra, hasta cierto punto, una necesaria soledad. Si bien, el interés se centra en el propio hacer del tenis, una realización que corre a cargo, única y exclusivamente, del jugador. De este modo, nos volvemos a preguntar qué disimilitudes hay entre, por ejemplo, el practicante de la raqueta y el guardameta en fútbol.
Con características especiales tanto en uno como en otro, el devenir del juego depende en gran medida de sus manos. Sin embargo, la distinción no la vemos en el tipo de juego (individual vs grupal/coral), sino en la finalidad. El tenista, como el boxeador, requiere de acciones defensivas y ofensivas. Pasar de dominador a dominado en cuestión de segundos.
No es lo mismo la soledad que sentirse solo
Ahora bien, ni en la pista, ni en la vida, estamos solos, la soledad es una idea de contenido teológico. Todos estamos desbordados por cosas y demás seres. La distinción, la línea divisoria, es entre la soledad y el sentirse sólo. El tenista, en su abstracción, se siente sólo sin estarlo. Dependiendo de sus cualidades, intenta martirizar a su oponente.
En este sentido, el rasgo distintivo del tenis es ese sentimiento de soledad. No es un mero agregado, ni un complemento, sino una de las características definitorias. Necesaria ambigüedad
Por ello, los tenistas cargan con tales situaciones a la manera en la que Sísifo subía su lastre. Se encierran en la pista para querer salir de ella y volver al cabo de unas horas. Nomadismo extraño, pues, aunque viajen, su destino siempre es el mismo.
Insólita praxis en un ejercicio que, por desgracia, huye del simple deseo individual. Si para Calderón la vida era un teatro, para el tenista, por desgracia y en ocasiones, la vida es una pista.