
No debería ser noticia que una tenista sea solo tenista, pero en los tiempos que corren eso supone una rara avis. Iga Swiatek se caracteriza por muchas cosas, pero una de las más destacables por cómo explica su personalidad es el profundo amor y respeto que profesa a este deporte, al que no ve como un instrumento para alcanzar la fama o el éxito pasajero, tampoco como la materialización de un sueño infantil que se convirtió en periplo indudable en su vida, sino como un trabajo con el que disfruta, pero para el cual ha de prepararse de forma concienzuda. La polaca honra al tenis con su capacidad para evolucionar, pero sobre todo, con esa humildad que le hizo reconocerse como inmadura en el momento en que rompió moldes hace dos años. El periplo que ha seguido hasta levantar este Roland Garros 2022 es el mejor aval para pensar en ella como una tenista legendaria.
Y es que triunfar de forma sorprendente como lo hizo en aquella triste y atípica edición del 2020 con tan solo 19 años, tiene claras consecuencias y varios caminos por los que dirigirse. Algunas han sucumbido a la presión mediática, desapareciendo del mapa totalmente después de una escaramuza triunfal que les llevó al disparadero mediático, mientras que otras se afanan en buscar soluciones externas cuando el verdadero problema es su propia dificultad para aceptar el nuevo rol. Iga reconoció, desde el mismo momento en que levantó aquel trofeo, que no estaba preparada ni tenística ni mentalmente para asumir un cambio de escenario profesional y personal tan drástico, pero se puso manos a la obra para resolverlo, sabiendo que ese título era la clara demostración de que, con mucho trabajo, podría conseguir muchos más, y no la constatación de una superioridad que ha de perpetuarse en el tiempo, como muchas otras vencedoras han interpretado.
En un 2021 de severos problemas tenísticos y emocionales, logró terminar en el top-10
Vivió un 2021 complicado, en el que la prensa de su país clamaba a los cuatro vientos por su inconsistencia, a pesar de terminar en el top-10 como 20 del mundo. La polaca ha atravesado un proceso de aprendizaje, pero rindió desde el primer momento, haciéndose visible en los grandes torneos y poniendo de manifiesto que estaba reforzando los cimientos de una casa que empezó por el tejado con demasiado lustre. Eran tiempos de esperar agazapada a que madurara todo lo que estaba preparando junto a Tomasz Witcorowski, eminente figura del tenis polaco que dirigió la carrera de Radwanska y que ha sabido dar con la tecla para que Iga se convierta en una tenista invencible.
Ganar 35 partidos consecutivos y todos ellos de forma contundente, es una prueba fehaciente de su nivel, pero también lo es cómo maneja la situación. Sus palabras de admiración hacia Nadal no son una casualidad, observándose trazas similares en su discurso con el del balear, tanto en la habitual victoria como en la casi olvidada derrota, compañera de viaje que se ha apeado temporalmente, pero con la que tendrá que convivir de forma irremediable. Lo hará con dos títulos de Grand Slam en su zurrón y un puesto de número 1 del mundo en el ranking WTA que se antoja sempiterno, dado el margen cuantitativo que ostenta y las trayectorias actuales, tanto la propia como las de sus rivales.
Ese característico drive liftado y potente, con el que ha adquirido la capacidad de desbordar a sus rivales sintiendo que tiene margen de error, así como una movilidad exquisita y una habilidad innata para interpretar el juego, convierten a Swiatek en firme candidata a hacer historia. Todos nos lamentamos por la retirada de Barty por el vacío que dejaba en cuanto a líder consistente del circuito, pero la polaca ha asumido ese rol sin ningún titubeo. La confianza adquirida en los últimos meses le permitirá seguir mejorando y afinando su juego a la pista dura, e incluso a la hierba, porque quizá lo más escalofriante de esta jugadora, es que da la sensación de que puede evolucionar bastante todavía. Solo queda disfrutar de ella. Larga vida a Iga Swiatek.