
Lo anunciaba en octubre del año pasado en Bercy, uno de sus escenarios favoritos. Un lugar en el que, arropado por la presencia de su familia y en perfecta comunión con un público entregado a su arte, durante años dejó momentos maravillosos de magia y poesía, disfrazados de tenis. París, Montpellier, Marsella, Orleans…. Cuando llega la hora de jugar bajo techo y ante su gente, Mica se transforma en una máquina casi perfecta que hilvana saques, voleas y approaches a velocidad de vértigo, sin un atisbo de duda. Podrá ganar o perder, pero el espectador siempre se queda con la sensación de que está contemplando algo que no verá en ningún otro tenista.
La edad no perdona y la familia reclama mayor protagonismo en su vida. Tras quince años de carrera profesional, el parisino va quemando sus últimos cartuchos: ya jugó su último partido individual en Copa Davis, su último Roland Garros; en breve, jugará su último Wimbledon… y, seguramente, será Bercy donde acaricie la bola por última vez. Porque Llodra mima la pelota, la acaricia, la acompaña… nada que ver con la violenta pegada de los jugadores modernos. Llodra es un tenista del siglo pasado, que ha subsistido a base de elegancia y una depuradísima técnica, dominando lo que casi nadie ya sabe hacer y, tampoco, contrarrestar.
Nacido en París el 18 de mayo de 1980, Michaël comenzó a jugar al tenis con 6 años, con la sanísima intención de emular la bellísima factura del tenis de Stefan Edberg, su gran ídolo. Su palmarés no puede compararse al del genial sueco pero, a día de hoy, Mica puede mirar hacia atrás con orgullo y presumir de un palmarés que incluye 5 títulos individuales y 26 de dobles, la modalidad que más éxitos le ha proporcionado.
Durante muchos años se le consideró, casi exclusivamente, un doblista. Pero él mismo ha declarado en más de una ocasión que es un singlista que obtuvo mejores resultados en compañía. Junto a Fabrice Santoro, el Mago, alcanzó la final en Roland Garros en 2004. Unos meses antes, ambos habían ganado por segunda vez consecutiva el Open de Australia. En 2007 conquistó Wimbledon, al lado, esta vez, de Arnaud Clément.
Fue tanta la alegría que embargó a los dos franceses tras derrotar a los hermanos Bryan sobre el césped londinense, que ambos se quedaron en calzoncillos después de lanzar toda su ropa a los aficionados. Llodra, al darse cuenta de que no podía recibir el premio con su torso desnudo, tuvo que correr hacia su box para que le prestasen una camiseta, ante las carcajadas de la grada y la risueña sonrisa de Camille, su embarazadísima esposa.
No sabemos cómo nació en Michaël esa cierta afición por el striptease, pero no sería esa la última vez que le viésemos en ropa interior sobre una pista, aunque tratándose de un partido de exhibición, eso sí.
Por no hablar del susto que se había llevado unos años antes Ivan Ljubicic, al abrir su taquilla en el vestuario de Cayo Vizcaíno y encontrarse al de París desnudo, tratando de captar su energía positiva porque el croata ganaba ese año muchos partidos. Una muestra más de que nos encontramos ante un auténtico genio.
La Copa de Maestros de 2005, junto a Santoro, la plata olímpica en Londres 2012, junto a Jo-Wilfried Tsonga, y cuatro finales más de Grand Slam (Australia 2002 y 2008, compartiendo pista con Santoro y Clément, respectivamente, y Roland Garros 2013, en compañía de Nicolas Mahut) completan un palmarés envidiable en la modalidad de dobles.
A nivel individual, sus logros abarcan el ATP 500 de Rotterdam 2008 y los ATP 250 de ´s-Hertogenbosch 2004, Adelaida 2008, Marsella 2010 y Eastbourne 2010.
A partir de la treintena, en plena madurez tenística, lograba sus mejores resultados, plasmándolos en un meritorio puesto nº 21 en el ranking de la ATP, logrado en mayo de 2011. Un esa época, escibía Patrick Mouratoglu sobre él:
"Me disgusta, pero se trata desgraciadamente de una especie en vías de extinción. Víctimas de la ralentización de las pistas y pelotas, la selección natural ha hecho su trabajo. Al identificarse siempre con los campeones en activo, los jóvenes desarrollan un juego parejo al que ven hacer a sus mayores. No les viene naturalmente el jugar con ese estilo, lo que me entristece profundamente. La época de los Yannick Noah, Pat Cash, Patrick Rafter o Stefan Edberg es agua pasada (…)
Al ser uno de los últimos jugadores de saque y volea del circuito Mica sorprende. Ningún jugador posee el antídoto contra un estilo tan inusual y tan sorprendente.
El adversario está sumergido en una situación de estrés intensa, está bajo una presión continua ante las subidas a la red sin fin. Obliga al rival a tomar riesgos con passing-shots, a menudo desde posiciones incómodas. Ataca a los segundos servicios del rival y sube a la red como lo hace con los suyos y durante el juego está atento a cada bola corta para correr a la red".
Si en 2010/2011 Llodra ya era un superviviente de un tipo de juego en vías de extinción, imaginad en 2014. Si damos un rápido repaso a los 200 primeros jugadores del ranking, sólo encontraremos a 11 que hagan del saque y volea su medio de vida: Ivo Karlovic, Nicolas Mahut, Radek Stepanek, Kenny De Schepper, Lukasz Kubot, Dustin Brown, Gilles Muller, Samuel Groth, Rajeev Ram, Albano Olivetti y el propio Michael Llodra. Su media de edad supera los 30 y, los dos más jóvenes, Groth y Olivetti, juegan al ataque más por inercia que otra cosa: disponen de un poderosísimo saque, gran envergadura y su juego de fondo es poco menos que un desastre. Tampoco es que en las inmediaciones de la red sean mucho mejores, es que sus rivales apenas consiguen restar esos misiles y se pueden permitir cerrar fácilmente los puntos en la media pista.
En cuanto a estilo de juego, sólo el de su compatriota De Schepper se asemeja al de Llodra, en cierto modo. Ambos son zurdos, buscan aproximarse a la red con reveses cortados y definir tirando de muñeca. Pero la distancia entre ambos, a nivel de calidad, es abismal.
Si nos ceñimos al espectáculo puro y duro, Stepanek y, sobre todo, esa especie de globetrotter del tenis llamado Dustin Brown, pueden competir con el parisino. Este último, como bien hemos podido comprobar estos días en Halle, es capaz de poner en pie a la multitud con esa curiosísima mezcla de toque, anarquía y buen rollo que destila.
Pero nadie tiene esa clase jugando al tenis. Nadie lee el juego como él ni tiene su agilidad felina. Se nos va el último gran voleador y su hueco, difíclimente, podrá llenarse.
Como todo genio que se precie, tiene en cierta dosis de polémica su compañía inseparable. Y no sólo por andar por ahí jugando en calzoncillos. En Roland Garros 2011, a punto de perder contra el belga Steve Darcis, pagó con un guardia de seguridad su enfado por los continuos movimientos del público. El juez de silla, Mohamed El Jennati, le amonestó con el correspondiente warning, encontrando en Mica esta respuesta: ¡No estamos en un zoco, aquí no venimos a vender alfombras! ¡Haz tu trabajo!
Desgraciadamente, los tintes racistas de esa contestación no supusieron un hecho aislado. Pocos meses después, en pleno partido frente a Ernests Gulbis en Indian Wells, fue una espectadora norteamericana de origen coreano, el centro de su ira: ¡Putain chinoise! (nos ahorramos la traducción). Para más inri, después del partido, se encargó de apagar el fuego con gasolina: Mis palabras no iban dirigidas hacia China, de hecho me encantaría hacer el amor con una china.
Cierta costumbre por retirarse de sus partidos individuales, alegando molestias físicas, para jugar unas horas después el doble a pleno rendimiento, también es algo bastante reprochable en un profesional, sobre todo teniendo en cuenta el considerable aumento de premios en los últimos años para los jugadores que caen en primeras rondas. Y no es que lo haya hecho una vez, ni dos, sino que lo ha repetido en bastantes ocasiones, la última de ellas en la pasada edición de Wimbledon. Alguno que otro, como el alemán Mischa Zverev, comparte con él esa irritante afición.
Como se suele decir, el mejor escribano echa un borrón. O dos, o los que sean. Con polémica o sin ella, el día que Mica Llodra deje las pistas, algo se morirá en el alma del tenis. Ojalá algún niño de los que tanto disfrutaban en las gradas de los pabellones galos, tenga en él ese ídolo que, como Edberg en su momento, sirva de inspiración para que no se pierda del todo algo tan bonito como el saque y red. Quizá su hijo Teo, que a tantos y tantos encandiló con su encantadora sonrisa, contemplando en vivo los triunfos de papá.