Una mirada vale más que mil palabras. Frase hecha que se escucha bastante a menudo. Incluso se llega a abusar de ella cuando no hace falta.
Sin embargo, hacía tiempo que no estaba tan de acuerdo con esta expresión. Sentí que era momento para usar la frase. Encajaba al cien por cien con la realidad que estaba viendo.
Hay miradas que sorprenden. Que intimidan. Que transmiten más que un millón de palabras. O incluso que resumen, en tan solo un instante, un sinfín de pensamientos y emociones.
En ocasiones se cree que el lenguaje verbal es vital para transmitir lo que procesamos por dentro y para comunicarnos con los demás. Sin embargo, no se puede olvidar del no verbal: los ojos, las miradas, los gestos o las posturas del cuerpo. Éstos, a veces, comunican con mayor efectividad que un puñado de letras juntas saliendo por la boca.
Lo que una persona siente interiormente, se expresa a través de la mirada. Y ayer vi una mirada diferente. Algo me impactó. Vi unos ojos con sentimientos y emociones que coinciden a la perfección con lo que esa tenista piensa, expresa, siente y desea.
Garbiñe Muguruza tiene una mirada que se transforma al entrar a la cancha de tenis. Fuera de la pista todo son sonrisas y ojitos de niña. Adentro, te come. Es una fiera competitiva.
Vamos por pasos. Entré a la cancha para verla entrenar. Me senté en un cubo lleno de pelotas a tres metros suyos. Quería ver su actitud y cómo estaba afrontando el sprint final de su período de recuperación.
Treinta segundos me fueron suficientes para notar en ella algo que pocas veces había sentido y visto en otra jugadora.
Me puse de pie y fui a buscar a su entrenador, a Alejo Mancisidor. “Tiene una mirada diferente. Me impacta. Es pura ambición. Es algo tremendo” le solté a su coach con unos ojos que se me salían de la cara.
Me miró, sonrió y me replicó. “Es una chica que no tiene limite en el tema de la ambición”. Los ojos de Alejo también brillaron. Sintió una mezcla de orgullo e ilusión al ver que compartía su visión.
“Tiene ese don especial de no conformarse con poder llegar a estar 40º o 30º en el ranking. No creo que se ponga un techo” continuó su entrenador.
Ambición parece que le sobra. Solo hace falta unos segundos para detectarlo. Insisto, es absolutamente diferente. Una mirada de las que no abundan en el circuito.
“Veo la ambición de Garbiñe, sobre todas las cosas, en las decisiones que toma en su vida. Son decisiones especiales. No la veo común a ella. No tiene tope”, me soltaba Alejo mientras su pupila desde la línea de fondo lanzaba misiles a diestro y siniestro.
Una mirada que solo ve tenis. Que solo ve una pelota amarilla. Que busca el triunfo, el éxito. Una mirada que rebosa ambición.
Los ojos de Garbiñe se transformaron en cuestión de minutos. De una amistosa charla en la cafetería del club, se pasó a la concentración absoluta dentro de la cancha. Parecía que ella ya estaba lista para el combate.
Eso sí, no solo era la mirada lo que llamó poderosamente la atención, sino lo que transmitía ella sobre la cancha. Una metamorfosis que me impactó. Pasé de estar charlando con una chica de sonrisa inocente, a un animal competitivo que te devora con la mirada y no entiende de amigos. Deportivamente hablando, claro.
Una actitud que impone respeto. Unas maneras que, en el tenis, pueden achicar a casi cualquier rival del otro lado de la red.
Garbiñe no es el prototipo de jugadora española. Ella es alta, pegadora, juega metida dentro de la pista y su juego son dos o tres golpes. Este es su patrón, y así lo lleva a cabo en cada punto que disputa.
Esa mirada espera la pelota con ansias. La mira para quemarla. Para reventarla. Fallar no supone un problema para ella. Es parte del juego. Y de su juego. Lo tiene asumido. Para ganar hay que fallar, para mejorar hay que seguir fallando.
“Muy plana, muy plana”, se lamenta la oriunda de Caracas al tirar una bola de derecha larga. No termina de acabar la frase que su entrenador le suelta: “No importa. Es esa, es esa. Tú siempre tira, tira” refrescándole la teoría que ella tiene bien incorporada.
Y la mirada vuelve a resetearse. Fija en la pelota. Clavada en su rival. Falla pero va por el camino correcto.
Me impacta la potencia con la que embiste la bola. Su nivel de juego, a pesar del parón de seis meses por lesión, está óptimo. “Le veo jugando mejor que nunca. Ha trabajado como un animal. A las personas con talento el tema trabajo les cuesta un poco más. En cambio ahora se puso el chip de trabajar muchísimo. Está a un nivel espectacular”, comenta Alejo.
Sin embargo, pone un freno a tantas expectativas. Garbiñe las padeció en diferentes épocas de su vida. “Lleva seis meses sin competir, eso lo va a notar. No va a estar al cien por cien cuando compita. Cuando llegue el partido no se va a encontrar así de bien como ahora, entonces ahí tiene que saber que en esa parte va a sufrir. Por muy bien que haya trabajado, esos resultados no se ven en enero. Tardará un poquito”.
Tarde o temprano pero llegarán. Garbiñe no tiene techo en cuanto ambición. Hambre de gloria y chapa de campeona.
Pero, sobre todas las cosas, una mirada que impacta. Que intimida. Que transmite tener una cabeza trabajada y bien puesta. Una mirada profesional con las ideas claras. Con un objetivo que no viene de ahora, sino desde los tres años de edad que fue cuando empuñó su primera raqueta: triunfar en el tenis.
Su energía incombustible para seguir hacia adelante, el espíritu sensible a los cambios y el superar las adversidades que le causó el tobillo derecho, han reforzado en Garbiñe su actitud ganadora. Actitud que se ve reflejada en esa mirada 'asesina'.
La mirada ambiciosa de una tenista sin techo.