David Ferrer alcanza el número 3 del mundo en la clasificación ATP una vez sumados los resultados correspondientes a la edición 2013 de Wimbledon. El de Jávea asciende de esta manera a la posición más alta que jamás contempló su carrera deportiva. A sus 31 años, el reciente finalista de Roland Garros mantiene una línea de superación personal digna de elogio. Año tras año, pero también visto mes a mes esta temporada.
Convive el levantino en una época que bien podría dirigir los pensamientos a la resignación profesional, a pensar que todo esfuerzo empleado sería baldío ante la nutrida terna de figuras que corona los grandes torneos uno tras otro. Es un época donde perfiles del calibre de Novak Djokovic, Andy Murray, Rafael Nadal o Roger Federer arrojan sombra sobre el resto, derritiendo ambiciones o, al menos, reduciendo de manera drástica el palmarés de cualquier otro aspirante.
Pero el de Jávea sigue apretando, y quizá ahí reside la grandeza de su carrera, más allá del volumen de títulos que pueblen la vitrina una vez decida que ha llegado el momento de aflojarse el pañuelo y dedicar los esfuerzos a otros menesteres. Profesional desde el año 2000, acumula nada menos que trece cursos de alta intensidad en las piernas. Lleva más de ocho años sin bajarse de las 20 primeras raquetas del circuito, cerca de tres actuando casi sin excepción como quinto hombre y ahora vuela más alto que nunca.
En 2012, momento en que comenzó a camiar sobre la tercera década, firmaba la temporada más grande de su carrera, siendo el tenista con mayor número de victorias y títulos acumulados a lo largo del curso. Como colofón a una temporada de ensueño, el alicantino sellaba en Bercy el ansiado título de Masters 1000 que durante tanto tiempo había perseguido.
¿Motivo de complacencia? Poco ha levantado el pie del acelerador desde entonces. Alzando un cetro en el segundo torneo competido en 2013 (Auckland) volvió a mostrar un carácter impenitente, una renuncia a regodearse en lo logrado y una voluntad por seguir creciendo mientras el cuerpo aguante. Es una filosofía digna de estudio para un deportista acostumbrado al latigazo severo en fases clave. Esa tozudez por seguir estando al acecho.
En el Abierto de Australia siguió mostrando un crecimiento en las grandes citas, firmando semifinales sobre el asfalto de Melbourne. En tres de los últimos cuatro Slams había alcanzado el penúltimo peldaño, algo que le sirvió para desbancar a Nadal del número 4 del mundo y convertirse por vez primera en la primera raqueta española.
¿Motivo de complacencia? Nuevamente no. Los pasos adelante que ha seguido dando durante la primavera y a la llegada del verano. Entre lo más destacado, sin olvidar dos finales sobre la arcilla latinoamericana, su papel en Norteamérica. En Miami, sobre el cemento abrasador de Florida, apenas una mala consulta de Ojo de Halcón le privó de haber coronado sobre Andy Murray -hombre referencia en cemento- un nuevo cetro de Masters 1000. Solamente un punto en uno de los torneos más grandes del año.
¿Motivo de complacencia? No parece el caso. La llegada de la tierra batida europea volvió a traer destellos por parte del alicantino. Si bien arrancó con mal pie en Barcelona, prontó puso el motor a pleno de revoluciones. Tras alcanzar la final de Oeiras -cedida ante un Wawrinka revelación de temporada- sólo se volvió a inclinar ante Nadal en el resto de la gira. Llevando al mallorquín cerca del límite en Roma y sobre todo en Madrid donde llegó a estar a punto de gozar de doble bola de partido. Estas victorias no hicieron sino redoblar ánimos en su espíritu para alcanzar en Roland Garros la primera final de Grand Slam de su carrera.
Llegada la hierba, nuevamente caminando en el techo. Firmando cuartos de final en Wimbledon -no se baja de esa ronda en los últimos siete Grand Slam- igualó el mejor resultado de su vida en París. Derrotas prematuras de Federer y Nadal le han permitido dar un salto más allá en su carrera, coronándole como tercer jugador del planeta en estos momentos.
Con 278 torneos en las piernas y bastante más de una década de sudores por los cuatro costados del mundo, David nunca miró hacia arriba para encontrar menos gente. Apenas dos tipos pueden presumir de gozar de mayor estatus que él en las listas oficiales. Si el año 2012 fue escandaloso, con siete finales disputadas, en esta temporada apenas ha abierto julio y ya suma seis. Incluyendo ese pulso de Miami y la primera final de Grand Slam.
Es el nuevo número 3 del mundo. Una circunstancia que puede abrirle cuadros en los torneos más relevantes (Grand Slam, Masters 1000), donde todas la figuras estén presentes y puedan ser evitadas al menos hasta la ronda de semifinales. Quizá sea algo efímero, quizá no. El tiempo lo dirá.
Él es el primero que se quita de encima la turba de los 'merecimientos'. No necesita paños calientes. Hace suyo el mensaje de que el tenis no le debe nada, por dolorosa que sea la narrativa de su carrera. Porque, como suele decirse, el que hace cuanto puede no está obligado a más.
Podemos valorar que David tenga un Masters 1000 mientras contemporáneos suyos se mueven en dobles figuras. Podemos valorar que David tenga una final de Grand Slam mientras sus más directos rivales las cuenten a pares (o decenas según casos). Pero quizá a la hora de medir la figura del español se deba tener en cuenta esa capacidad para estar siempre ahí. Saber que si el máximo te marca algo prohibitivo, tú vas a seguir dando el máximo, aunque en la mayor parte de los casos no sea suficiente. Y eso no aparece en la hoja de servicios, no engorda el palmarés, pero lo que queda fuera de toda duda es que es digno de elogio.
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