Las arenas movedizas de la WTA
El circuito femenino se ha caracterizado en los últimos años por un constante movimiento en los banquillos, casi sin precedentes en el tenis


Eran los primeros días de confinamiento y la bomba no tardó en salir. Anastasia Pavlyuchenkova, que parecía haber hecho estabilizar el barco tras una época de tormentas, anuncia que despide de forma permanente a su último entrenador, Sam Sumyk. Probablemente la gente conozca a este polémico coach por su relación con Garbiñe Muguruza, una relación que para muchos debió acabar antes. Una vez se había embarcado en un nuevo proyecto, parecía que todo iba viento en popa. Pero no.
La rusa días después hizo unos comentarios sobre su ya exentrenador que evidenciaban una ruptura profunda. "Mi lesión de cadera vino provocada por un error de mi entrenador, Sam Sumyk, así como de mi preparador físico. Creo que la planificación de los torneos y el proceso de los entrenamientos fueron incorrectos. Para mí, en cuestión de entrenadores, lo más importante es el intercambio de energía que se da entre las personas, no solo en el deporte, sino también en la vida. Por desgracia, muchos entrenadores tienen un ego enorme y con demasiada frecuencia repiten la palabra 'yo'. Debido a esto, a menudo surgen problemas".
Está claro que el circuito WTA es competitivo. Feroz, diría yo. Eso se traduce en ocasiones en un cortoplacismo que dinamita toda posibilidad de que un proyecto se desarrolle. Tomemos como ejemplo a una persona que ya sabe lo que es ser número uno: Naomi Osaka. La japonesa había experimentado las mieles del éxito junto a Sascha Bajin, otro entrenador con un amplio número de tenistas en su CV. Habían encontrado la estabilidad y eso se traducía en la eclosión de la próxima estrella del circuito: campeona del Us Open 2018 y del Open de Australia 2019. Naomi era joven, pero decidió despedir a un Bajin que poco después declaró que la decisión caía enteramente sobre los hombros de su ya expupila: "Ahora mismo aún duele, pero no tengo rencor hacia ella. Estuve ahí para ayudarla a cumplir sus sueños y el hecho de seguir trabajando o no siempre sería su decisión. Incluso me veo volviendo a reunirme con ella en el futuro si ella quiere". Bajin, según él, sintió aquel final como "una ruptura".
Osaka continuó su camino de la mano de Jermaine Jenkins, miembro de una familia en la que el tenis corre por las venas: su hermano llegó a ser top-200 ATP mientras que él fue un reconocido jugador universitario. Curiosamente ambos trabajaron con las hermanas Williams; Jermaine fue el hitting partner de Venus y la ayudó a volver al top-5, mientras que Jarmere ha trabajado con Serena en la misma condición. La aventura de Jenkins con la japonesa, sin embargo, no llegó a durar más de un año. En septiembre ya estaba terminada. Naomi decidió descansar y que su padre, Leonard Francois, tomase las riendas de su carrera. Hasta que a finales de año Wim Fissette entró en acción como su último fichaje.
Una número uno del mundo con cuatro entrenadores en todo un año natural. Se dice pronto. El propio Fissette, cuya lista de pupilas no se queda atrás (Kvitova, Errani, Konta y Azarenka pasaron por sus manos antes de moldear la carrera de Osaka) da una explicación a esto recogida por The National: "Es un poco la mentalidad de esta época, una mentalidad de echar todo por tierra. La gente acaba con sus cosas cuando ve que no le gustan, cuando no están al 100% de acuerdo con algo deciden cambiarlo".
Son declaraciones que ratifican tenistas de otra época. Es el caso de Lindsey Davenport, que se muestra muy sorprendida con el paradigma de los entrenadores en el circuito femenino: "Es una locura. Cuando yo jugaba tuve un entrenador durante 12 años, y solo otro desde 2003 hasta que me retiré. Creo que muchas veces los jugadores llevan a los entrenadores a un periodo de prueba durante un torneo, lo que para mí no tiene sentido. No parece que haya mucha lealtad tampoco, y ojo, no creo que debas de seguir con algo que no funciona obligatoriamente, pero creo que los jugadores deben de aceptar hasta cierto grado cuál es su rol". Algo parecido piensa Dmitry Tursunov, el actual entrenador de Sabalenka. "Es muy similar a lo que hace la gente con las dietas o las rutinas de ejercicio físico. Piensas: 'Voy a probar esto una semana. Vale, no está funcionando, así que voy a probar otra cosa'. Así que vas dando saltos pero nunca te embarcas en un proceso real en el que puedas cambiar algo".
Trata de dar una explicación racional alguien que es la excepción que cumple la regla: Svetlana Kuznetsova, que creó un vínculo tan especial con su entrenador (Carlos Martínez) que no pudo aguantar tenerlo lejos durante un tiempo y decidió permitir que su coach comparta sus funciones con las de la carrera de su compatriota Kasatkina. "Contratas a un entrenador que ves que lo está haciendo muy bien con otras jugadoras. Cuando está contigo piensas, '¿Es en serio? ¿Qué estás diciendo?' Esperas más. Es un problema de los seres humanos. Ponemos unas expectativas sobre alguien y luego nos damos cuenta de que solo es algo que está en nuestra imaginación".
La cuarentena, quizás, sea un buen tiempo para que muchas tenistas decidan "limpiar" su cabeza y tratar de pensar en un proyecto duradero. Elegir bien con quién quieren compartir su camino será algo fundamental cuando después de tantos meses fuera de las pistas se desesperen con su juego o no sientan bien la bola. Ahí veremos si las arenas movedizas de la WTA empiezan a estabilizarse.