
La historia del tenis está repleta de polémicas, pero muy pocas veces hemos visto a un juez de silla corregir una bola de partido después de darla por buena. Sucedió en el ATP de Chicago 1985 en un duelo entre Jimmy Connors y Brad Gilbert.
Se cumple justo un año del atraco monumental que le pegaron a Steven Díez en la fase previa del ATP de Houston, una historia que contamos aquí en exclusiva. Muchos aficionados se preguntaron aquel día si había pasado alguna vez que un juez de silla hubiera dado marcha atrás después de bajar el telón con el clásico ‘Game, set & match’. Buceando en la historia –en este caso, en los libros–, Brad Gilbert cuenta en su famoso ‘Winning Ugly’ un caso muy parecido vivido hace casi tres décadas con su compatriota Jimmy Connors, el hombre que llegó a robarle el alma tras una actuación memorable.
Corría el mes de abril de 1985 cuando dos miuras se cruzaron en los cuartos de final del torneo de Chicago, disputado sobre moqueta. Brad Gilbert –a sus 23 años y con el furor de haber roto la barrera del top25– se vería las caras con Jimmy Connors –ya con 32 años pero todavía en el Nº2 mundial– en un encuentro puramente estadounidense donde el favoritismo estaba claramente decantado para el segundo. Gilbert siempre fue un creyente incondicional, una mente privilegiada entrenada para la competición, pero le faltaba esa gran victoria que lo corroborase. Tras perder en dos ocasiones ante su rival, aquella noche esperaba ver cumplida la mítica profecía: a la tercera va la vencida. Y lo hizo… hasta que llegaron los créditos y saltó una escena sorpresa.
Después de repartirse un set por cada lado (6-4,4-6), la balanza se decantaría en el parcial definitivo. Estos dos estaban lejos de ser mejores amigos, así que poco importaba que se tratara de un torneo menor y una ronda intermedia. El gran miedo de Brad, que ya sabía cómo se las gastaba Connors, era verle utilizando su estatus de leyenda para influir en los diferentes agentes externos que se dan en un partido, aunque jamás de los jamases podría haberse imaginado el infierno que estaba a punto de vivir. Dándose la oportunidad de jugar a lo grande, el tenista de California se granjeó una oportunidad única en el marcador. Jimmy sacaba con 4-5 abajo y 30-40. Bola de break y de partido al mismo tiempo. Bola para vencer al campeón de ocho Grand Slams, demasiado bonito para ser verdad.
“Los psicólogos deportivos dicen que, en momentos así, se supone que solo debes pensar en ‘ganar un punto más’ y todo eso, pero no pude evitarlo. Estaba tan emocionado que mi cabeza solo pensaba: ‘Gilbert, vas a eliminar a Connors, ¡estás a punto de vivir un gran momento, cariño!’, relata en las páginas de su libro sobre aquel instante donde se paró el tiempo. Y se paró porque Connors botó más de diez veces la bola antes de ponerla en juego. Centrado. Paciente. A Brad se le pasaron por el tarro doscientas tácticas posibles, pero tuvo la sangre fría para elegir la correcta. Tras un servicio discreto buscado su revés, Gilbert optó por un slice profundo acompañado con una subida a la red. Atacar antes de que te ataquen. Connors se defendió con un globo que superó los 178cm de su rival, pero el punto no termina ahí. Brad sube una marcha en su aparato atlético para darse la vuelta, situarse por detrás de la bola y conectar una derecha paralela en el aire que recorre la pista a cámara lenta. Jimbo, con el sprint ya iniciado en la dirección contraria, observa a distancia cómo esa bola aterriza al límite de la línea lateral. El juez no tiene dudas y aprueba la jugada. Se acabó.
“Lo hice, por fin lo hice, he ganado a una leyenda en un gran torneo”.

Gilbert comienza a festejar dando saltos de alegría, saca el puño, se muestra exultante ante el público, emocionado por la victoria, orgulloso por la gesta. Corre hacia la red para darle la mano a su víctima, quién sabe si para escuchar sus felicitaciones, pero Jimmy no está de humor. Como si se tratara de un partido en otra realidad paralela, el tenista de Illinois centra toda su energía en gritarle al juez de silla, recriminándole la última bola, manifestando un enfado tan salvaje que le salen cosas por la nariz y por la boca. Connors acababa de entrar en un estado de cólera, golpea la raqueta contra el suelo y, dos segundos después, vuelve a cebarse con el juez de silla. Si aquellas barbaridades se las hubiera soltado a un policía, esa noche hubiera dormido en la sombra y, probablemente, sin pasar frío.
EL PRIVILEGIO DE LAS LEYENDAS
Brad, estupefacto ante el circo montado, sigue esperando en la red como el niño que espera a Papá Noel. No entendía nada, ¿acaso todo este espectáculo era para quitarle mérito? ¿Para decirle al mundo que realmente no le había ganado? ¿Para subrayar que no había sido un triunfo lícito? La cara del juez de silla fue cambiando de color mientras Jimmy seguía señalando dónde había botado esa última bola, repitiendo una y otra vez que se había ido por 5 centímetros. El público, molesto con tanto alboroto, pitaba y abucheaba al veterano campeón. ¿Están preparados para el próximo capítulo? Tomen asiento, que se viene el giro de los acontecimientos.
“De repente escucho algo que, a día de hoy, todavía soy incapaz de creer”, escribe Gilbert con cierto escozor 39 años después. “El árbitro enciende el micrófono y dice: ‘Overrule. La pelota ha sido fuera. Mr.Connors saca, 40-40’. Podrían haberme clavado un tenedor en el ojo, que me hubiera dolido menos”
El californiano se quedó sin habla, ahogado delante de las 8.300 personas que ocupan su asiento en aquel estadio de la Universidad de Illinois. Aquello, definitivamente, se había convertido en ciudad sin ley. El mismo público que hace unos minutos desaprobaba la polémica reacción de Connors, ahora celebraban la prórroga de tenis que les habían regalado. El partido seguía, igual que Gilbert seguía congelado, sintiendo en lo más profundo que acababa de ser asaltado. Le habían arrancado hasta el cariño de la grada, que en un minuto regresó de un golpe al bando de su rival. Ni el ser humano más pacífico se hubiera podido contener ante un robo de este calibre.
‘¡Pero diablos! ¡¡Cómo puedes corregir el punto cinco minutos después de terminar el partido!!’
Ahora el loco era él, pero la respuesta hallada fue una cara de máximo desprecio por parte del árbitro, como si se tratara de un recogepelotas que no estaba haciendo bien su trabajo. Brad saltó del cesto, estaba tan furioso que, en un acto tan inconsciente como peligroso, empezó a sacudir la silla del juez, totalmente fuera de control y sin temor a un accidente. Obviamente, aquello no ayudó a sumar votos, así que la corrección se mantuvo. Sí amigos, aquel partido que había terminado, en realidad debía continuar.

Jimmy sacó con 40-40 y ganó ese punto. También ganó el siguiente. 5-5. Ahora era el turno de Gilbert, que arrancó perdiendo el primer punto. Y el segundo. Y el tercero. También el cuarto. Jimmy saca con 6-5. Gana el primer punto. Y el segundo. También el tercero. Punto de partido […] Fin del partido. No importaba cuántas malas noches pudieran llegar en adelante: la pesadilla más atroz acababa de vivirla estando despierto. Desde el incidente no había sido capaz de volver a ganar un punto. Jimmy le había robado el alma con aquella actuación; Brad estaba tocado y hundido, completamente destruido.
SECUELAS DE UNA HERIDA INCURABLE
A esto se refería el autor de ‘Winning Ugly’ cuando mencionaba hace unos párrafos que Jimmy tenía esa facilidad para intimidar a los árbitros en momentos calientes, lo que hiciera falta con tal de obtener una vida extra. ¿Pero aquella pelota tocó la línea o no? Por supuesto que sí, así lo vieron Brad, el juez de línea, el juez de silla y todos los allí presentes. Dicen que una de las leyes no escritas de este deporte es la de no corregir un bote en una pelota de partido… a menos que Jimmy Connors te esté gritando en la cara delante de 8.000 fanáticos que lo respalden. Todo ese ecosistema provocó el desenlace más injusto, el de un juez coaccionado que no pudo con la presión y un jugador desvalijado que tardaría mucho tiempo en pasar página.
Esa pelota destruyó por completo a Gilbert, tal y como asegura en sus memorias. A nivel emocional estaba roto, sin control de la situación. Tal fue el nivel de ira acumulado que le llevó un tiempo recuperar la cabeza. “Sentí que me habían robado y me convertí en un caso perdido. ¿Acaso ganar a Connors una sola vez era mucho pedir? Supongo que ganarle dos veces en la misma noche era demasiado. Odio admitirlo, pero aquella fue una de esas pocas ocasiones de mi vida en las que dejó de preocuparme un partido de tenis”, apuntó un hombre que hasta ese momento de la temporada solo había perdido ante John McEnroe, Stefan Edberg, Scott Davis, Ivan Lendl y el propio Jimmy Connors.
Gilbert conoció a los 23 años lo que significaba estallar de furia dentro de la cancha, pero también aprendió lo preparado que tienes que estar para afrontar momentos así y lidiar con las argucias del rival, incluidas las de los grandes campeones. Aquello le hizo ver que todavía no estaba preparado, aunque lo más duro fue pensar en la ocasión desperdiciada, esa que quizá ya nunca se le volviera a presentar. Su error fue no anticiparse a lo que podía suceder, pese a que dentro de su cabeza siempre imaginó ese tipo de estrategias. Entendió que la ira es una emoción que siempre te hace perder el control… a menos que seas Connors o McEnroe.

A la tercera tampoco fue la vencida para Gilbert, que tuvo que esperar a la cuarta (Memphis, 1986) para ver su deseo cumplido. Terminó con un H2H adverso (3-5) ante Connors, pero ninguna de sus batallas –y tuvieron unas cuántas– le marcó tanto como el atraco sufrido aquella vez en Chicago.
“En 1985 todavía no estaba preparado para algo así”, reconoce el hombre que llegó a ser Nº4 mundial años después. “Necesitaba decirme a mí mismo que Jimmy sería capaz de cualquier cosa y, una vez lo llevara a cabo, no seguirle el juego. Por supuesto, yo también tenía derecho a discutir con el árbitro sobre aquel punto, pero una vez comencé a sacudir su silla… ahí se acabó todo. En ese momento, Connors había ganado la batalla mental. Si hubiera estado mentalmente preparado podría haber ganado, estoy seguro. El problema no fue mi juego, lo que falló fue mi cabeza”, resuelve el técnico. Y por si faltaba algo, al día siguiente le llegó la factura de la función: $1.500 de multa por mal comportamiento.