
De manera popular, la final de Wimbledon 1981 está considerada la última página en la carrera de Björn Borg. Pero no, tras aquella decepción hubo mucho más, una etapa poco recordada que la mayor parte de aficionados desconocen.
¿Hasta dónde hubiera llegado Björn Borg de no haberse retirado a los 26 años? Esta es una de las grandes incógnitas en la historia del deporte, una duda que te persigue, te golpea y te empuja a imaginar numerosas posibilidades. Con 11 Grand Slams en su poder, el sueco sintió la necesidad de alejarse de la competición al finalizar la temporada 1981, calendario donde sufrió dos derrotas que le hicieron replantearse todo. ¿Pero qué ocurrió en la cabeza del sueco para para tomar una decisión tan drástica? Hoy os quiero hablar de un período oscuro, frustrante y totalmente desconocido para todos aquellos que no lo vivieron en directo.
Antes de abordar los últimos días de Borg como profesional, entiendo que no hace falta recordar la grandeza de este hombre. Un talento precoz que con 15 años ya defendía a su país en Copa Davis, que levantó once trofeos del Grand Slam y fue número uno mundial durante más de cien semanas, pero no hemos venido a hablar sobre los días de gloria. Su inercia ganadora empieza a decaer con la final de Wimbledon 1981, reeditando el mismo cartel que el All England Club había tenido doce meses antes. Al otro lado de la red, un avispado John McEnroe estaba cada vez más cerca de coger el mando del vestuario, un relevo que solo tomaría forma si conseguía tumbar al sueco en La Catedral. Con una victoria en cuatro mangas (4-6, 7-6, 7-6, 6-4), el chico malo se alzaba con el título más prestigioso de su carrera, dejando a su rival contra las cuerdas. Nadie podía imaginar el peso histórico que tendría aquel resultado en el futuro del implacable Iceborg.
El de Estocolmo, que acumulaba seis años sin perder un partido en Wimbledon, se quedó vacío tras aquel fracaso. Cuentan que aquel día se encerró en los vestuarios, echó la llave y se negó a hacer prensa. Finalmente le convencieron para hacer una entrevista con la televisión oficial del torneo, ni una más. Con cara larga, pocas palabras y la mirada perdida, Borg abandonó esa gira de césped con la sensación de haber perdido algo más que un partido de tenis, como si en aquella Centre Court se hubiera dejado el alma. Dos meses después, en su cuarto intento por ganar el US Open, de nuevo McEnroe le haría conformarse con la bandeja de subcampeón, aunque esta vez ni siquiera tuvo fuerzas para recogerla, ya que no estuvo presente en la ceremonia de trofeos. ¿Qué le pasaba al tenista escandinavo? Sus males, aunque no habían sido visibles hasta ahora, venían acompañándole desde hace mucho tiempo. Demasiado tiempo.
EL PRECIO DEL ÉXITO
Si el genio de la lámpara nos propusiera ser una persona de éxito por un día, ninguno rechazaríamos la invitación. Repito: por un día. La película cambia cuando esa imposición te acorrala cada mañana, en cada partido, desde que eres un niño. Históricamente se ha vendido que la falta de motivación fue el motivo que llevó a Borg a colgar la raqueta. Esto es falso, el problema fue la pérdida de aplomo, determinación y energía, aptitudes enlazadas a una máscara que no soportó más tiempo encima. También se dijo que le faltaba un rival, lo cual es más falso todavía, ya que la amenaza de McEnroe era cada día más real. Dijeron incluso que estaba aburrido por haberse convertido en el más grande de todos los tiempos, pero ni siquiera esto es cierto, puesto que Roy Emerson todavía sumaba un Grand Slam más que él. Entonces, ¿qué fue lo que pasó? Muy fácil: que su mente, después de años y años de sacrificios invisibles, colapsó. Aquella final fue la gota que colmó al sueco.
Lennart Bergelin, el entrenador que le acompañó durante toda su trayectoria, subrayó que una de las virtudes que hacían grande a su pupilo –además de su fortaleza física– era lo mucho que odiaba perder. Quizá por eso (casi) nunca perdía. Desde fuera, cualquiera hubiera asegurado que Borg tenía una vida de fantasía, pero no todo era color de rosa: persecución diaria de los medios de comunicación, agobio de los fans en cada rincón del mundo, perfeccionismo obsesivo impuesto por él mismo, cuidado máximo del cuerpo para prevalecer sus capacidades y, por encima de todo, la negación absoluta de vida privada. Esto último afectaba también a su entorno, por lo que más que un tenista, el sueco vivía metido en la piel de una estrella del rock, alcanzando un índice de popularidad y repercusión que jamás se había visto en el deporte de la raqueta. Un traje que acabó por devorarle y dejarle suplicando la libertad.
“Estaba bajo mucha presión, mucha gente esperaba que ganara siempre”, asegura el de Estocolmo sobre aquella final perdida de Wimbledon 1981. “Ese día perdí contra John en la final, fue un gran partido, pero… mentalmente no estaba ahí. Estuve muy callado, me había guardado muchas emociones dentro, no estaba concentrado al 100%”, confesó años después el mismo hombre que, ese mismo verano, abandonaría por la puerta de atrás la entrega de trofeos del US Open. “Después de la final, me fui directo al coche y salí del estadio, sabía que ese era el último partido importante que iba a jugar en mi carrera”, titula el campeón de 66 títulos individuales.
‘El último partido IMPORTANTE que iba a jugar’. He aquí la clave de este artículo, contar cómo fueron todos los partidos posteriores… aunque no fueran tan importantes.
EN BUSCA DE UNA SOLUCIÓN
Después de terminar totalmente abrasado aquella temporada, Borg entiende que ni su cuerpo ni su mente están para seguir jugando 70 partidos al año, así que le propone a la ATP rebajar su presencia en el circuito de manera radical. Por su parte, la ATP le advierte que deberá competir en un mínimo de 10 eventos si desea mantener su ranking; de lo contrario, tendrá que acceder a los cuadros a través de las fases previas. El sueco, que a esas alturas ya no se sentía parte de la estructura, lo rechazó. Por eso en 1982 no se le cayeron los anillos al plantarse en la Qualy de Montecarlo, la cual pasó para luego ceder en cuartos de final ante Yannick Noah (6-1, 6-2). Ese sería el único torneo profesional que disputaría esa temporada, lo siguiente que se supo del sueco fue un comunicado que dejó a todo el mundo sin aliento: ‘Björn Borg se retira del tenis a los 26 años’.
Para ser exactos, la ‘retirada’ se había producido en septiembre de 1981, con 25 años, justo después de ganar en Ginebra su último título individual e informar de manera interna que dejaba de pertenecer a la ATP. A partir de ese momento se dedicó a jugar exhibiciones y eventos ajenos al circuito profesional, donde siguió demostrando su gran nivel, tanto físico como tenístico. En 1983, de nuevo en Montecarlo –donde al ser residente siempre contaba con una WC de cortesía–, volvió a darse una oportunidad, pero cayó ante Henri Leconte en octavos de final tras vencer el día anterior a José Luis Clerc, quien por entonces era Nº6 del mundo. En 1984 repitió la jugada disputando un solo partido, el de la primera ronda de Stuttgart, donde vuelve a perder con Leconte. Mientras el escandinavo se preguntaba si merecía la pena seguir intentándolo, sus compañeros de vestuario comentaban el caso en voz alta.
“Creo que Borg podría ganar el US Open, creo que Borg podría ganar el Grand Slam completo, pero nada de esto tiene ya un valor especial para él”, argumentaba Arhur Ashe, el único de aquella generación junto a McEnroe que terminó con el H2H empatado ante Björn. “Por el momento y las maneras que ha tenido de retirarse, diría que este tipo de retos no significan nada para él. Él es mucho más grande que el propio juego, es alguien como Elvis o Liz Taylor. Llegó tan alto que perdió el contacto con el mundo real”, añadió el estadounidense. Era el final del sueco, sus últimos días, el apagón definitivo de uno de los mayores prodigios que el mundo del deporte había conocido… ¿o quizá no?
UN SALTO DE DÉCADA
Tras casi diez temporadas sin pisar una pista de tenis, la situación personal de Borg le obligó a abrir la última puerta, esa que nunca pensó en volver a cruzar: la de regreso al tour. ¿Pero qué había sucedido en todos esos años? Al sueco le había dado tiempo a arruinarse –el propio McEnroe tuvo que convencerle para que no vendiera todos sus trofeos–, a encarar adversidades de ámbito privado con varias esposas, incluso a tocar fondo por una adicción a las drogas que atentaron contra lo más valioso, su propia vida. Desorientado, abandonado, Björn había perdido su estrella, así que optó por refugiarse en aquel compañero de viaje que tanto le había dado en el pasado: el tenis.
En abril de1991, con los 36 años ya cumplidos, Borg se lanzó al vacío de un deporte que en nada se parecía al que le había visto marchar. Eligió Montecarlo –no podía ser otro lugar– para desempolvar sus raquetas, pero desempolvar de manera literal, ya que se negó a jugar con otros modelos que no fueran de madera, tendiéndole un pulso a la nueva tecnología implantada en el circuito. Sus entrenamientos con Boris Becker aquellos días causaron furor entre la prensa, la expectación era tremenda, aunque su nivel de confianza todavía estaba por examinar. Se filtró su rechazo a aceptar invitaciones para disputar los torneos de Roland Garros y Wimbledon, donde tantas veces salió campeón. Prefirió foguearse en el Country Club que tan bien conocía, pero nuestro Jordi Arrese sería el cargado de aguarle su fiesta de bienvenida (6-2, 6-3). Tras aquella experiencia, el campeón quiso dejar correr el tiempo hasta una mejor ocasión, una que le permitiera demostrar que aquella melena rubia todavía causaba temor en sus rivales.
En 1992 amplió su calendario disputando ocho torneos y perdiendo en primera ronda en todos ellos. De hecho, entregó los 16 sets que jugó, ganando de media cinco juegos por encuentro. En 1993 sumó tres eventos más con otras tres derrotas en el debut, aunque aquí forzó un tercer parcial en todos sus compromisos. El último intento de aquella temporada se dio en el ATP de Moscú, ante el ruso Alexander Volkov (#17 del ranking), quien le acabó dominando en 1h55min por un marcador de 4-6, 6-3, 7-6. Sin duda fue la vez que más cerca se quedó de obtener esa victoria tan escurridiza, pero acabó entregando el tiebreak de la tercera manga por 9-7. Una vez más salía cruz en la moneda, era el momento de abandonar. Aquel encuentro, disputado hace justo 30 años, sería el último partido oficial en la extensa trayectoria de Borg, el punto y final a una aventura cargado de luces y sombras.
FIN DEL TRAYECTO
¿Quieren un dato que jamás olvidarán? Björn Borg perdió los últimos 14 partidos que disputó como profesional, todos ellos entre 1983 y 1993. Al final no le quedó otra que abdicar, retirándose de manera definitiva para volver a disfrutar de la competición en el Senior Tour, ya con raquetas modernas y enfrentándose a sus compañeros de generación. Esta era la historia que había que rescatar y que muchos ni siquiera conocían, sobre todo los más jóvenes, esos que hoy le conocen por ser el hombre del chándal azul en cada edición de la Laver Cup. Una competición que le ha devuelto a la escena y a nosotros sosiego sobre su figura, confirmando su recuperación tanto física como anímica, además de reconectarle con el tenis. Incluso su marca de ropa interior –aquella que en su momento le costó la bancarrota– hoy triunfa en todo el mundo.
Si alguna vez os preguntan por qué Borg se retiró con 26 años, acordaros de este artículo. El propio jugador le pone un broche al discurso en un reportaje reciente con Movistar+, donde rememora los instantes finales de aquella temporada 1981. “Lo último que se espera de ti cuando estás en lo más alto es la retirada, pero yo no estaba pensando en eso. Dejé el tenis porque me estaba resultando muy difícil tener vida privada. No podía más con esa situación, quería dejar esa vida. No quise contárselo a John (McEnroe) porque sabía que le iba a decepcionar, él no quería que yo lo dejara”, expone el hombre que pasó a la historia por ser el primero en dominar con el revés a dos manos y utilizar el topspin.
“Le entregué mi vida al tenis: entrenar, dormir, comer y jugar partidos. Eso fue todo lo que hice durante muchos años, nada más. Espero haber sido popular gracias al tenis y, sobre todo, haber ofrecido un gran nivel dentro de la pista. Eso es lo que realmente importa”, articula con emoción el hexacampeón de Roland Garros y pentacampeón de Wimbledon, capaz de someter a todos en ambas superficies sin cambiar su estilo de juego. ¿Y la dificultad para hacer la transición de la arcilla a la hierba? Nadie en la historia lo hizo parecer tan fácil como él, logrando el doblete en una misma temporada hasta en tres ocasiones.
Borg cambió este deporte en tan solo nueve temporadas, lo llevó a otra dimensión, abriendo la puerta a nuevos patrocinadores gracias a su popularidad. A cambio entregó toda su vida, tanto la personal como la profesional, cobijándose en un carácter introvertido que le llevaba a encerrarse en los hoteles de cada torneo, ocultándose del ruido y los peligros que le atraían desde fuera. Con un porcentaje superior al 40%, el padre del tenis moderno sigue presumiendo de tener el mejor balance de éxito en torneos de Grand Slam: disputó 27 y ganó 11. Desgraciadamente, no todo son los números. ¿Volvería el sueco a repetir este viaje? Y lo más importante, ¿se arrepiente de haberse retirado a una edad tan temprana?
“Honestamente, quedé muy aliviado tras tomar aquella decisión, estaba feliz por dejar al tenis. La gente me pregunta constantemente si me arrepiento de haberme retirado con 26 años […] La respuesta es no, no me arrepiento para nada. Estoy orgulloso de mí mismo, de lo que hice por el tenis y lo que hice por mí…
... ¿si hubiera tenido más vida privada? (Piensa) Entonces habría seguido jugando, sin lugar a dudas”.