
Los más jóvenes están a punto de conocerle. A los que han superado los 50, les suena mucho su nombre. Para quienes le vieron jugar, es imposible de olvidar. Hoy recordamos a uno de los mejores tenistas de la historia: Pancho Gonzales.
Su ficha ATP dice que ganó 9 títulos individuales, aunque realmente fueron más de cien. Esa misma ficha nos revela que alcanzó el #109 de la clasificación, aunque la realidad es que fue el mejor del circuito durante más de una década. La verdad no se refleja ni en su nombre oficial, Pancho Gonzales, ya que la denominación correcta es Ricardo Alonso González. Nacido en Los Ángeles a finales de los años 20 pero de ascendencia mexicana, hoy vengo a hablaros de una de las primeras estrellas individuales que ocuparon el escenario del tenis mundial. Un personaje de época, no siempre valorado, al que hoy recordamos a través de este álbum de fotos y memorias.
De familia humilde –aunque siempre repitió que nunca le faltó de nada– Ricardo tuve que compartir infancia con otros seis hermanos. Pese a nacer en Estados Unidos, tuvo que sufrir los prejuicios de sus orígenes, experiencias que rozaron el racismo durante toda su trayectoria. Una cicatriz en la cara de un accidente en patinete cuando tenía siete años le sumaba un nivel más de peligrosidad. Respecto al apodo de ‘Pancho’, la verdad es que lo detestaba, le parecía despectivo, una manera triste de estigmatizarle. Ni siquiera la grafía de su apellido se respetó, cambiando la ‘z’ por la ’s’. Además, con ese mote ya estaba Pancho Segura (1921-2017), ecuatoriano y también nacionalizado norteamericano, así que no había necesidad de tener dos cromos repetidos. Pero los hubo, aunque uno de ellos se arrepintió toda su vida de abrazar la bandera de las 50 estrellas.
Su carrera –con alguna laguna intercalada– abarcó desde 1949 hasta 1974, desde los 21 años hasta cumplir los 46. Sus inicios coincidieron con una de las batallas más cruentas dentro de la cronología de este deporte, la de amateurs contra profesionales. Pancho apostó por hacerse profesional en cuanto le llegó la oportunidad, por lo que no pudo disputar los torneos de Grand Slam, dejando en su vitrina solamente un par de títulos en el US National Singles Championships (1947, 1948), actualmente conocido como el US Open. Era tan bueno que no entendía que esta vida no le produjera beneficios, así que acumuló éxitos y dinero entre 1952 y 1969, etapa en la que fue considerado el mejor tenista del planeta por todos sus rivales.
Si analizamos su juego, todo estaba condicionado por su estatura, cercana al 1’91m. Con esa envergadura dominaba como pocos desde la línea de servicio, algo que acompañaba con sus continuas subidas a la red. Su ardiente voluntad de ganar le hizo brillar también desde diferentes perspectivas, dejando a sus rivales atónitos, incapaces de entender cómo aquel gigante podía moverse como una pantera por toda la cancha. Se le llegó a prohibir la acción de subir a volear justo después del saque, para evitar tantísima ventaja. También intentaron retrasar la línea de fondo para controlar la amenaza de su servicio, lo que fuera con tal de limitar sus cualidades. ¿Resultado? Nunca lograron frenarle, siempre acabó ganando.
UN TIPO COMPLICADO EN EL TRATO
Si hablamos de sus formas, de su carácter –estaba deseando llegar a este párrafo–, chocaremos con un agitador de manual, aunque sin dejar atrás su condición de genio. Podía ser amable y generoso fuera de la pista, pero era coger la raqueta y se convertía en un demonio, una temperamento alterado de serie. Su frialdad y su naturaleza solitaria le hicieron ser descortés en muchos momentos, dando la sensación de estar enfadado con el mundo. Si las cosas no salían, lo pagaba con su rival, con el público o con los jueces. Quien se pusiera delante, daba igual. Pancho creía que esa actitud le servía para la competición, mientras tanto, lo que pensaban sus oponentes era que los odiaba de verdad. Al fin y al cabo, ellos eran sus enemigos.
Pero, ¿realmente los odiaba? Ni mucho menos –igual a alguno sí–, pero no soportaba perder, esta era la clave. Pancho hacía lo que fuera por ganar, de hecho, daba la sensación que cuanto más se enojaba, mejor jugaba, anticipando una doctrina que solamente cumpliría en el futuro John McEnroe. Llegó a gestar algún berrinche de manera intencionada, no porque estuviera molesto con la situación, sino simplemente para desconectar al adversario y sacarle del partido. ¿Qué había que inventarse una lesión? Cualquier fin justificaba los medios. “Cada vez que nos enfrentábamos, mi objetivo era no entablar contacto visual con él, no le buscaba, no quería reaccionar a su show”, apunta Rod Laver sobre el estadounidense de raíces latinas. Bien sabía que, si entrabas en su juego, eras presa fácil. Más de uno se quedó paralizado al intentarlo.
Esa intensidad diaria tampoco le ayudó a entablar relaciones de amistad, mucho menos con los que estaban por encima. En 1954, cuando se unió al tour profesional dirigido por Jack Kramer, vivió en primera persona la injusticia de los cobros por la espalda. No es que percibiera cantidades insignificantes, es que el resto de compañeros ingresaban seis veces más. Al final se cansó y se marchó, se regaló unos años sabáticos cuando pisó la treintena, para terminar volviendo al circuito en septiembre de 1963, cuando ya contaba 35 primaveras. Todavía cargaba con esa lado oscuro, seguía con ese arrebato permanente, pero su majestuoso movimiento y su agilidad felina tampoco se habían marchado. Alto, raudo, de rostro hermoso y cuidada caballera negra, aunque cada día más gris. Así era Pancho Gonzáles, un maestro que fue más respetado que querido.
EL REGRESO DEL MÁS GRANDE
Su segunda venida al circuito causó furor tanto dentro como fuera del vestuario. Ya no era el mejor del mundo, pero sí era la estrella. Perfiles como Laver o Rosewall, líderes en aquel momento, alucinaban al ver el tirón que tenía el gigante de California. Tenía más presencia en los carteles, daba más entrevistas, la gente le seguía, le adoraban, nadie le daba importancia a las polémicas que pudiera montar sobre la pista. Hablando claro: vendía más que los demás. La gente prefería ver un cabreo de Pancho que las habilidades del resto, era el showman definitivo. ¿Soy el único que está pensando en Nick Kyrgios? Tenía tanta personalidad que llegó a denunciar al estatuto de jugadores por obligarle a jugar más torneos de los que él quería, aunque lo único que le exigían era que respetara el calendario y los contratos. El mexicano acabó ganando aquel juicio y siendo dueño de su destino, compitiendo únicamente cuando le daba la gana. Pasó a la historia por ser el primer jugador en reunir medio millón de dólares en premios.
Uno de los que más veces lo sufrió fue Rod Laver, de quien ya hemos hablado mucho en Punto de Break gracias a una autobiografía que no dejamos de recomendar. Cuenta el australiano una anécdota de la primera vez que se vieron las caras, donde Gonzales no quiso reconocerle. Luego, tras ser reducido por el oceánico, de estrecharle la mano ni hablamos. No tenía buen perder, como pueden comprobar. Esto no le sentó bien a ‘Rocket’, que buscó una venganza personal en el siguiente encuentro. Cuando llegó el momento, el de Rockhampton dominaba a su rival por 6-0 y 3-1, hasta el punto de verlo hecho: “Pensé que estaba tostado, sin posibilidad de reacción”. ¿Se imaginan cómo terminó aquel duelo? Con Pancho remontando y ganando la final al día siguiente ante Rosewall. Jamás había que confiarse ante alguien que dominaba tan bien la escena.
Otro aspecto curioso de Pancho que ahora es imposible de reproducir eran los tremendos gritos que daba cuando jugaba, hasta el punto de ser violento. El propio Laver relata en su libro otra anécdota simpática relacionada con su mujer (Mary) y la llegada de su primer hijo, Rick. Al parecer, la criatura era bastante ruidosa y de llanto incontrolable, por lo que su esposa le llegó a preguntar si no le molestaban sus quejidos. La respuesta del campeón no puede ser más auténtica: “¿Por qué me iba a molestar? Estoy acostumbrado, llevo cinco años escuchando a Gonzales”. Así era el bueno de Pancho, un terremoto en todos los sentidos, solo podías aceptarlo.
¿Y en la vida privada era igual? Puede que este dato os sirva como respuesta: se casó y se divorció hasta seis veces, teniendo nueve hijos con cuatro mujeres distintas. La última fue la más celebre, Rita Agassi (hermana mayor de Andre), con la que contrajo matrimonio en 1984, teniendo descendencia poco después. Pero aquella historia tampoco saldría bien, ya que Mike Agassi pondría todo de su parte para boicotear la relación de su hija. Dicen las malas lenguas que le tenía tanto odio a Pancho que incluso intentó matarlo. Tras diez meses luchando con un cáncer de estómago, Gonzales falleció en julio de 1995 a los 67 años. De todas sus ex mujeres, Rita fue la única que asistió al funeral, celebrado en Las Vegas y pagado por su hermano Andre.
UNA LEYENDA POR RECONOCER
Dentro de sus cientos de recuerdos como jugador, uno que entra en la carpeta de inolvidables fue la exhibición a cinco mangas que disputó ante Rod Laver en enero de 1970, en un Madison Square Garden hasta la bandera, con más de 15.000 personas presentes. Pancho, a sus 41 años, derrotó al australiano, una década más joven, sacando todos sus golpes prohibidos, fulminando al que por entonces era el Nº1 indiscutible. Días como ese fueron los que provocaron que Rodney le dedicara unas cuantas líneas en sus memorias, repasando todas sus batallas, incluso aquellas en las que casi llegan a las manos. Pero nunca cruzaron esa línea, de hecho, lo normal era que media hora después del fragor de la batalla estuvieran compartiendo una copa en cualquier bar.
Todo aquel que se cruzó en el camino de Pancho Gonzales acabó chocando con él. Solamente aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerle personalmente, pudieron ver la nobleza que habitaba detrás de aquel psicópata de la competición. El que le cogió cariño, lo mantuvo para siempre. El que nunca lo tragó, tampoco podrá olvidarlo.
Ahora bien, ¿podría ser Pancho González el mejor tenista de la historia? Parece un afirmación fuera de lugar, pero escuchen a los que de verdad lo sufrieron. “Probablemente, era tan bueno como cualquiera que haya jugado a este deporte, si no el mejor”, declaró Rod Laver. “Es el mejor atleta natural que el tenis ha conocido jamás”, afirmó Tony Trabert, quien perdió 101 veces contra él. “Ver a Gonzales en la pista era como ver a un dios patrullando el cielo”, apuntó Gussie Moran. “Si no es el mejor, sin duda es uno de los mejores”, le subrayó Arthur Ashe, quien lo tenía de ídolo. Nadie mejor que Bud Collins, el mejor periodista de tenis que ha existido, para cerrar este catálogo de menciones y comprender cuál era la esencia de esta leyenda: “Si tuviera que elegir un jugador de tenis para jugarme la vida, sin lugar a dudas, elegía a Pancho”.