La historia de Genaro Olivieri no puede contextualizarse hablando únicamente del deporte. Es imposible. Siempre repetimos, a riesgo de parecer pesados, que este deporte oculta relatos que podrían poner la piel de gallina. Muchos de ellos tienen lugar en la parte del circuito menos glamourosa, en los escalafones donde una victoria se convierte en una especie de supervivencia, en un rito que te da una vida extra en la búsqueda del profesionalismo. En ocasiones la vida pone delante de tu camino baches que hacen que tu meta se tambalee, que tus prioridades se replanteen. Esto le ocurrió al de Bragado, ciudad de la provincia de Buenos Aires... que antes de llegar a París jamás olvidará dos lugares: Turquía y Buenos Aires.
En Turquía se encontraba en febrero de 2021, aún en plena ola de COVID por todo el mundo. La actividad en el tenis profesional ya se había reanudado y Genaro, como de costumbre, buscó ganar puntos para proseguir su escalada en el ranking ATP. No había vivido una irrupción centelleante en el circuito tras su decente desempeño en júniors, donde llegó a cuartos de final de Roland Garros, cediendo ante un tal Felix Auger-Aliassime. Paso a paso, ladrillo a ladrillo, Gena trataba de construir una base con la que poder asaltar tanto el circuito Challenger como, sobre todo, el ATP. Allí coincidió con Pedro Cachín, con quien se disponía a volver a casa... hasta que Pedro dio positivo por COVID-19.
"Nos encerraron a todos y comencé a sentir síntomas terribles, aún no estábamos vacunados por aquel entonces. Mi entrenador fue hospitalizado, con oxígeno al máximo, estuvo así 18 días. Se salvó de casualidad", narra Genaro a LA NACION. El relato gana firmeza por momentos, especialmente cuando nos acercamos al segundo lugar de verdadero interés en esta historia. Olivieri, tras mucho tiempo en tierra firme, se disponía a volver a la capital argentina. Recibió entonces una pésima noticia: su familia también se había contagiado al completo, con ciertas complicaciones debido al virus. Su madre estuvo dos días hospitalizada, pero superó la enfermedad sin demasiados problemas. Su padre, en cambio... no corrió la misma suerte.
"Estuvo siete días internado y cuando llegué al hospital nos dijeron que había fallecido. Nos dejaron ir a despedirlo. Fue una retahíla de cosas muy complicadas". El relato de Olivieri está cercano al quiebre. Es importante añadir contexto: su padre, Carlos, había sido el principal sustento de su carrera, tanto psicológica como económicamente. El argentino lo llamaba su "compañero de aventuras", un tipo que siempre estuvo presente en el crecimiento de Genaro como profesional, un pilar imprescindible que soportaba a una familia completamente quebrada. Dada esta situación, Olivieri se tomó una pausa de tres meses en su carrera. Su cuerpo aún estaba de luto y el tenis era el último de sus pensamientos.
UNA HISTORIA DE REDENCIÓN
Pero empezó a echar de menos al tenis. Se dio cuenta de que podía ser una especie de bálsamo, un salvavidas al que redirigir todo su foco y sus pensamientos. Su madre le dio fuerzas y le confirmó que aún tenían ahorros guardados, que existía el colchón suficiente como para permitirse reanudar su camino. Y Olivieri cumplió, encadenando victoria tras victoria en unos Futures en Estados Unidos, convirtiéndose en un jugador poseedor de un "fueguito interno" que le hace pensar en cosas imposibles. Impulsado por el nuevo circuito de Challengers en Latinoamérica, volvió a progresar hacia el top-400, top-300... y París ha sido el lugar en el que terminar de romper límites.
Mirando al cielo tras cada triunfo, con una sonrisa sabedora de que, allá donde está, su padre está orgulloso de él, Genaro superó una durísima fase previa para disputar su primer Grand Slam como profesional. En el mismo lugar que le destapó como un joven muy prometedor, tumbó al gigante Mpetshi Perricard en primera ronda y al sorprendente Andrea Vavassori en segunda ronda. Son sus dos primeras victorias como profesional, victorias que significan mucho a nivel de ránkings y económico, pero que sobre todo dan sentido al propósito en el que Olivieri se embarcó tras la muerte de su padre: honrar su legado, hacerle disfrutar en cada encuentro y darse a sí mismo la chance de escribir su propia historia. Pase lo que pase en este Roland Garros 2023, su "compañero de aventuras" ya se ha convertido en su ángel de la guardia... y da sentido a un relato de redención en el que el de Bragado aún no ha escrito sus últimas palabras.