Una lesión es iceberg cuya parte visible radica en el dolor y la necesidad de parar de competir, pero lo más peligroso es aquello que no resulta tan evidente y que se manifiesta como consecuencias de eso. Rafael Nadal lo sabe bien; lleva toda su carrera esquivando placas de hielo letales capaces de cercenar la trayectoria de cualquier navío, pero llega un momento en que parece imposible encontrar el rumbo adecuado. Cuanto más mayor es un deportista de élite, más le cuesta recuperar el ritmo competitivo y volver a engrasar la máquina para que carbure a pleno rendimiento. Dolencias antiguas emergen entre parón y parón, se oxida el cuerpo y la mente acaba pidiendo clemencia al verse forzada una y otra vez a ejercicios memorables de resiliencia. Esto es lo que ha dejado entrever un Nadal que seguirá perseverando, pero que por primera vez, ha dado síntomas evidentes de agotamiento.
Hasta el momento, el amor por el tenis ha sido el argumento irrefutable con el que Rafa superó cualquier problema, pero cuando esta madrugada se le dibujaba un evidente rictus de dolor en su rostro y se echaba la mano a la cadera izquierda, una pregunta rondaba la mente de todos los aficionados al tenis, imbuida en un sentimiento de estupor, desesperación y rabia. ¿Otra vez? Si bien es cierto que la carrera de Nadal está plagada de lesiones y eso no ha impedido que se erija en uno de los mejores de la historia, la concatenación de problemas de diversa índole es percibida por muchos como un aviso claro, un síntoma inequívoca de que hay fugas irresolubles en esa máquina perfecta capaz de salir reforzada tras cualquier avería.
Una fractura de costilla, el desafío del pie izquierdo, dos roturas abdominales y ahora la cadera izquierda son las lesiones de Nadal en los últimosm 10 meses
Algo más que una costilla se rompió ese 19 de marzo de 2022, en que Nadal se enfrentaba a Alcaraz en un día ventoso en Indian Wells. El balear volaba sobre la pista devorando rivales y acumulando triunfos, disfrutando de una enésima juventud tras haber estado al borde del abismo. Sin embargo, esa lesión fue como si en una carretera por la que se circula a toda velocidad, se abriera un boquete imposible de sortear. El cuerpo de Nadal sufrió un parón tan abrupto e inesperado que todo se reinició y los problemas latentes en su pie izquierdo aparecieron. Tuvo que jugar infiltrado para darse una nueva oportunidad en Roland Garros y no solo ganó el torneo, sino que encontró un remedio para un problema que amenazaba su carrera. Pero surgieron otros.
Romperse el abdominal en Londres fue uno de los tragos más amargos en la carrera del español, que se veía con muchas opciones de ganar en Wimbledon y sumar el tercer Grand Slam de la temporada. Ese imprevisto fue muy duro de afrontar ya que después de haber sufrido lo indecible con el pie y ver la luz cuando la oscuridad parecía ya impenetrable, verse frenado por una lesión muscular tan difícil de reparar supuso un antes y un después en la trayectoria de Rafa. Forzó para estar en la Laver Cup, se equivocó de manera flagrante reapareciendo en el US Open y compitiendo con el músculo abdominal roto de nuevo y asumió el peaje que supone perder partidos hasta volver a sentirse cómodo en el tramo final de la temporada, aunque ello trajo consigo que su confianza se viera mermada.
Las lágrimas de Mery Perelló ponen de manifiesto lo que significa lesionarse para Nadal a estas alturas
Cuando daba la sensación de que lo peor había pasado, surge ahora una vieja herida que parecía olvidada, como es la cadera izquierda. Son muchos años de carrera deportiva forzando al máximo y la anatomía de Nadal parece totalmente descompensada. Llevaba unas semanas avisándole de algún problema y en un desplazamiento a por una bola de McDonald dijo basta. La dureza mental de verse privado de nuevo de la competición se dibujaba en su rostro, mientras que toda esa parte del icerbeg no visible para el mundo, se hizo palpable con las lágrimas de Mery Perellón, que son las de cualquier persona que compruebe cómo el ser al que ama tendrá que afrontar un reto para el que quizá no esté ya preparado y que acarreará tramos de infelicidad, pulso memorable contra la adversidad y pronóstico incierto.
Queda por ver cuál es el alcance de esta lesión, pero parece cada vez más difícil que Rafael Nadal pueda elegir en sus propios términos cómo terminar su carrera deportiva, sin que las lesiones decidan por él. Lo más halagüeño de sus palabras es su determinación por seguir adelante, aunque el hecho de avisar de lo complicado que es reponerse una vez más, nos hace ver que el español es humano y que un final aciago y triste puede estar mucho más cercano de lo deseable. Solo queda confiar en que la leyenda vuelva a reponerse y siga haciendo historia, aunque estamos entrando en un territorio en el que el deporte no debe primar sobre la salud y Nadal ha de pensar en su felicidad, tanto presente como futura, sin que ello entre en debate con su continuidad en el tenis.