La figura de Arthur Ashe trascendió hasta tal punto que sus éxitos fuera de las pistas son equiparables a los que consiguió como tenista profesional. Nacer en Estados Unidos y criarse en un estado como Virginia en la década de los 40 no era nada fácil para un niño de origen afroamericano. La desigualdad, el racismo y los enfrentamientos entre blancos y negros formaban parte del día a día en cualquier familia de clase media.
Por la época y el lugar donde creció, lo normal era que hubiese empezado a practicar el deporte estrella entre los adolescentes de color: el fútbol americano. Pero aquel niño que recibía el apodo de “bones” (huesos) debido a su delgada figura no tendría el consentimiento de su padre para empezar a practicar una actividad tan física.
Arthur Robert Ashe Jr. nació en Richmond (Virginia) el 10 de julio de 1943 en un momento de la historia donde la segregación entre blancos y negros estaba muy presente en diferentes ámbitos de la sociedad. Por si los conflictos surgidos diariamente no fueran suficientes, las dificultades durante su infancia se acrecentarían con el fallecimiento de su madre cuando él tenía 7 años. Uno de los parques públicos de la ciudad donde vivían contaba con multitud de pistas de tenis. El hecho de que la residencia familiar estuviese dentro del mismo debido al trabajo de su padre facilitó que el pequeño Arthur pudiera iniciarse en un deporte dirigido, en un principio, a personas blancas.
Con el paso de los meses, su nivel tenístico iba aumentando a pasos agigantados, aunque los inconvenientes derivados por el color de su piel eran constantes. A pesar de todos los obstáculos que surgían para que una persona de color destacara en un deporte tan elitista, poco a poco se fue dando a conocer como un tenista educado, elegante y con una técnica exquisita.
Fue el primer afroamericano que participó en diversos campeonatos juveniles celebrados en ciudades del sur de Estados Unidos, pero la realidad era muy distinta cuando regresaba a su Richmond natal. La segregación racial continuaba a la orden del día, provocando que Arthur tomara la decisión de trasladarse a San Luis (Missouri) para cursar el último año de instituto y poder entrenar y competir sin ningún tipo de restricción.
El propio Ashe, siempre con actitud tranquila y sosegada, llegó a reconocer que no levantaba la voz dentro de la pista de tenis por temor a que la gente lo achacase a su raza y se le etiquetara como una persona maleducada y sin modales. Los buenos resultados obtenidos en su etapa adolescente le valieron para conseguir una beca en la prestigiosa Universidad Californiana de Los Ángeles (UCLA), conocida por su plan de estudios en el que se le permitía compaginar una carrera universitaria con exigentes entrenamientos de tenis y competición al máximo nivel.
Uno de sus primeros éxitos, tanto a nivel personal como tenístico, se produjo cuando se convirtió en el primer tenista afroamericano en ser convocado para representar a Estados Unidos en la máxima competición mundial por equipos: la Copa Davis. No haber finalizado todavía su formación académica no fue impedimento para atender en 1963 la llamada del capitán del combinado nacional, Bob Kelleher, y lograr un contundente triunfo ante el venezolano Orlando Bracamonte en el Cherry Hills Country Club de Denver.
Arthur se encontraba en una etapa de su vida en la que demostraba una madurez impropia de una persona de su edad. Tras obtener en 1966 la Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas, debía alistarse en el Ejército de los Estados Unidos para cumplir con el servicio militar. Era consciente de que podía ser llamado en cualquier momento para defender la bandera de su país en la Guerra de Vietnam. La política militar de Estados Unidos en aquella época prohibía que dos hermanos fuesen destinados juntos en una misma zona de guerra. Por ello, tras regresar en 1967 de un primer servicio en el país asiático, Johnnie Ashe se ofreció voluntario para volver e impedir que Arthur fuese llamado a filas por el gobierno estadounidense.
Aquel honorable gesto de su hermano sería el inicio de una serie de acontecimientos que convertirían a Arthur Ashe en un personaje de destacada relevancia dentro del panorama mundial. A pesar de tener que cumplir con sus obligaciones como lugarteniente en la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point (Nueva York), acabaría recibiendo un permiso especial en 1968 para poder disputar el US Open, el último Grand Slam de la temporada y el primero en Estados Unidos desde el inicio de la Era Abierta el 22 de abril de aquel mismo año.
Tras infinidad de sacrificios y soportar continuas injusticias relacionadas con el color de su piel durante su infancia, Arthur Ashe se convertía el 9 de septiembre de ese año en el primer varón afroamericano que conquistaba un título de Grand Slam ante las 7000 personas que se habían congregado en Forest Hills. Era uno de los mejores tenistas del mundo, había finalizado una carrera universitaria y ostentaba un rango en el Ejército de los Estados Unidos. Aquel niño que había empezado a practicar el tenis a escondidas cuando los blancos dejaban libres las pistas en su ciudad, cada vez tenía más inquietudes relacionadas con las desigualdades entre blancos y negros.
El circuito mundial de tenis estaba experimentando cambios importantes. El inicio de la Era Abierta supuso la posibilidad de que amateurs y profesionales pudiesen competir juntos en los mismos torneos. Las reuniones entre los mejores tenistas del mundo se producían de forma constante. Además de tratar temas económicos relacionados con patrocinadores y premios, una de las principales premisas de los jugadores era que se pudiese competir en el máximo de países posibles.
Antes del inicio de Wimbledon, en junio de 1968, uno de los mejores tenistas sudafricanos del momento, Cliff Drysdale, expuso que un total de siete torneos iban a celebrarse en su país durante el siguiente otoño y que el objetivo del gobierno de Sudáfrica era que varios de los mejores tenistas del mundo asistiesen al de Johannesburgo. En ese momento, ante el rostro de asombro de Ashe, Drysdale se dirigió hacia él con la siguiente frase: “Ni se te ocurra pensarlo. Jamás te dejarán competir ahí”.
El Apartheid estaba muy consolidado en Sudáfrica desde hacía décadas y el gobierno sudafricano no iba a permitir que un tenista de color fuese protagonista en uno de los acontecimientos más importantes del país. Ashe, completamente sorprendido, respondió: “¿Estás seguro? A lo que su compañero le replicó con rotundidad: “Inténtalo y lo comprobarás. El mundo del tenis estaría encantado de que compitieses en Sudáfrica, pero el gobierno nunca te concederá el visado para entrar en el país”.
En efecto, Cliff Drysdale tenía razón. El gobierno sudafricano había rechazado durante tres años consecutivos (1969, 1970 y 1971) el visado de Arthur Ashe. Pero la simple denegación del permiso de entrada al estadounidense no era suficiente satisfacción para un país con unas medidas tan exigentes respecto a la segregación racial. El ministro de deportes sudafricano en 1970, Frank Waring, compareció públicamente para anunciar que Sudáfrica no permitía a Arthur Ashe entrar en el país para competir en Johannesburgo: “Odia Sudáfrica. No tiene intereses tenísticos aquí. Su único objetivo es venir para intentar desestabilizarnos desde dentro”.
Desde Sudáfrica habían convertido aquel vergonzoso acto en una noticia de ámbito nacional que el propio gobierno utilizó como propaganda política para demostrar que las duras medidas raciales eran efectivas. Arthur Ashe siempre dejó claro que no buscaba venganza por aquella dolorosa decisión. Él quería justicia. Por ello, mandó un requerimiento al órgano rector del tenis mundial donde exponía la necesidad de que se tomaran serias medidas contra el torneo de Johannesburgo, además de solicitar para Sudáfrica la expulsión inmediata de la Copa Davis.
“Que Estados Unidos actuara de la misma forma con atletas sudafricanos no solucionaría nada. No querría que sufriesen por parte de mi gobierno lo que yo he sufrido del suyo”, afirmó en una audiencia celebrada en Washington. Sin contar con excesivo apoyo por parte de sus compañeros de profesión, sí que había muchos países (con Estados Unidos a la cabeza) que empezaron a ejercer una presión política y económica hacia Sudáfrica que acabaría resultando insostenible.
Finalmente, el gobierno sudafricano aceptó en 1973 el visado de Arthur Ashe para entrar en el país y poder disputar el torneo de Johannesburgo, aunque ese no sería el único logro del estadounidense. Había conseguido que durante la edición de aquel año no hubiese asientos segregados en el estadio para disfrutar de los partidos. La presión existente sobre él por ser el primer tenista de color que competía en Sudáfrica era evidente. Sin embargo, aquello no sería ningún impedimento para alcanzar la final. Aunque no pudo conquistar el título tras perder contra su compatriota Jimmy Connors el partido definitivo, tuvo suerte dispar en dobles, donde sí ganó el torneo formando pareja con el neerlandés Tom Okker. Ambos recibirían una estruendosa ovación por parte del público presente en Ellis Park.
Multitud de tenistas y dirigentes de la clase política estadounidense habían desaconsejado a Ashe viajar a Sudáfrica, pero la experiencia vivida allí se acabaría convirtiendo en inolvidable. Los largos paseos que realizaba todos los días por la ciudad desembocarían en un cúmulo de sensaciones que oscilaban entre el asombro, la incredulidad y el miedo. El hecho de poder comprobar en primera persona las injusticias que se vivían en aquel país le convencieron todavía más de la necesidad de no descansar hasta conseguir un mundo mejor a través de pequeñas acciones.
El propio Arthur Ashe reveló años más tarde la conversación que mantuvo con un niño que le seguía todos los días al salir del hotel en Johannesburgo. Al preguntarle por el motivo de la fijación que tenía en el tenista, el niño fue claro: “Eres el primer hombre negro que veo que es realmente libre”, le contestó en medio de un estado de estupefacción.
El “mensaje” que Arthur Ashe dejó al participar en un torneo dirigido a personas blancas fue el inicio de un pequeño cambio que acabaría teniendo una repercusión mucho mayor con el paso de los años. El tenista estadounidense había demostrado al mundo en general y a la sociedad sudafricana en particular que una persona de color podía triunfar entre los blancos.
Una de sus aportaciones más importantes en Sudáfrica fue la donación de una importante suma de dinero para la creación del Arthur Ashe Tennis Center en Soweto (situado a 24 kilómetros de Johannesburgo). Todavía en funcionamiento a día de hoy, fue construido como una instalación integradora para los niños sudafricanos que quisiesen practicar el tenis.
Hablar del Apartheid y no hacer ninguna referencia a Nelson Mandela sería injusto por todo lo que aportó el expresidente de Sudáfrica como defensor de los derechos humanos. A pesar de no conocerse personalmente, el activista sudafricano seguía con atención desde la prisión de Robben Island la labor social de Arthur Ashe.
Tal era la admiración que Mandela sentía hacia el tenista estadounidense que llegó a afirmar que Arthur Ashe era la primera persona a la que quería conocer al salir de la cárcel.
La conexión entre ambas personalidades tuvo su cúspide en un cariñoso abrazo en Nueva York con motivo del festejo por la abolición del Apartheid. Aquel emotivo gesto sería el inicio de una relación de complicidad que tendría su continuismo en una serie de reuniones celebradas en diferentes ciudades del mundo. Trabajar por una sociedad en la que no hubiese distinciones por el color de la piel era su principal objetivo.
Arthur Ashe era incansable. Lo único que pudo frenarlo fue una neumonía que provocó su fallecimiento el 6 de febrero de 1993 en Nueva York. Aquella enfermedad respiratoria se había visto agravada como consecuencia del virus del SIDA que contrajo durante una transfusión de sangre realizada años atrás.
Poco antes de morir, Mandela le dedicó unas sinceras palabras: “Nunca olvidaré la alegría que sentí al conocerte. Espero que sientas mi abrazo allá donde estés y que recuerdes que te amamos y te deseamos lo mejor”. El legado que el tenista estadounidense dejó a las generaciones venideras es de un valor incalculable. Lo que sí es seguro es que será superior al estadio de más de 23.000 personas que lleva su nombre en Nueva York.
Artículo escrito por @OnlyRogerCanFly.