No es un aniversario amable de recordar, pero sí es una historia que todo el mundo debería conocer. Peter Carter, quizá muchos todavía no sepan de quién hablamos, habrá otros que no le pongan cara, pero estamos ante una de las figuras más determinantes en la construcción de una de las mayores leyendas de nuestro deporte: Roger Federer. El hombre que cambió el juego y el comportamiento del suizo desde que lo conoció con 9 años, el que luego le vio hacerse un hombre en el circuito profesional, el mismo que perdería la vida el 1 de agosto de 2002 en un accidente de tráfico mientras celebraba su luna de miel. Un desenlace trágico para una persona imborrable en el álbum de recuerdos del helvético. De esas personas que aparecen siempre en la primera página.
Pero antes de unir su camino al de Roger, la historia de Peter Carter ya tenía capítulos que contar. Nacido en el verano de 1964, este joven australiano siempre estuvo ligado al tenis. No tuvo una gran carrera, nunca fue top100, de hecho, apenas pudo sumar cuatro victorias oficiales, pero la gente que compartió vestuario con él todavía recuerda su elegancia y su estilo sobre la pista. ¿Les suena de algo? Algo parecido a Federer, aunque sin la pegada suficiente para abrirse paso entre los mejores. Hasta el punto de que los malos resultados, las lesiones y una situación económica precaria le llevaron a compaginar sus últimos años en activo con otro tipo de trabajos. Por ejemplo, entrenando a niños. Fue entonces cuando la vida, tan aleatoria en sus decisiones, le envió al club Old Boys de Basilea, donde conoció a un pequeño de 9 años que le dejó prendido para siempre.
Dicen que la conexión entre los dos fue magnética, hasta el punto de convertirse en uña y carne durante las siguientes cuatro temporadas. Peter, que debía encargarse de un grupo de muchachos, terminaría centrándose un poco más en aquel travieso de revés a una mano y carácter irascible. No importaba que su comportamiento no fuera el óptimo, o que no le gustara demasiado entrenar, el talento que Peter vio en la mano de Roger fue suficiente para poner todas sus fichas en esa casilla. Mientras tanto, su buen amigo Darren Cahill –con el que llegó a ser campeón en dobles en el torneo de Melbourne 1985– hacía lo propio en Adelaida, ejerciendo de mentor de otra joven promesa llamada Lleyton Hewitt. La historia de estos cuatro quedaría ligada para toda la vida.
Carter le enseñó a Federer muchas cosas, aspectos técnicos y también de actitud ante las diferentes circunstancias de un encuentro. ¿Te gusta su revés a una mano? Carter fue, no solo quien pulió ese tiro, sino también el que apostó desde un principio para que no lo cambiara a dos manos. Eso sí, por encima de todo, le enseñó a ser profesional, aunque luego no siempre se cumpliera sobre el tablero. Le enseñó a perder, para luego enseñarle a ganar, a comprender que por mucho talento que tuviera, cabía la posibilidad de que alguna vez el rival fuera mejor. La relación pronto iría más allá del vínculo habitual jugador-entrenador, por eso fueron especialmente dolorosas las dos temporadas (de los 14 a los 16) en las que Roger tuvo que irse a Ecublens para ponerse en manos de la Federación Suiza de Tenis y así seguir su progreso hasta la élite. “Fueron los dos años más duros de mi vida”, recuerda siempre el de Basilea, quien a su vuelta volvería a conectar con su gente de confianza.
Eso sí, todo cambió en el año 2000, cuando Federer, ya convertido en profesional, debe decantarse por un único entrenador para que le acompañe en el circuito. El favorito era Sven Groeneveld, pero rechazó el puesto debido a que ya tenía algo apalabrado con Greg Rusedski. Las otras opciones era Peter Carter y Peter Lundgren. El sueco, que conocía a Roger de su experiencia capitaneando el equipo suizo de Copa Davis Junior, fue quien ganó este pulso. ¿Por qué no se quedó con Carter? No fue nada personal, sino una elección pensando en la experiencia de Lundgren como jugador –fue top25 mundial– y también como entrenador en el circuito ATP –venía de entrenar a Marcelo Ríos–. Por supuesto, Roger haría todo lo posible para que el otro Peter, nuestro protagonista de hoy, siguiera vinculado a su círculo más íntimo, incluso viajando alguna semana con él.
“AHORA NO LE PUEDES FALLAR”
El final de esta historia llegaría el 1 de agosto de 2002, en un viaje de luna de miel donde Peter Carter decide irse con su mujer a Sudáfrica, destino que prácticamente escogió la madre de Federer, nacida en Cathkin Park. Pero aquello salió mal, salió fatal. Un accidente de tráfico acabó con su vida con tan solo 37 años. Fue la primera vez que Roger perdía a alguien, una noticia que nadie se atrevió a darle en Montreal, donde se encontraba jugando. Cuando se enteró, dicen que salió corriendo de la habitación, buscando la soledad, intentando comprender por qué la vida te golpea así de fuerte sin esperarlo. Los próximos meses fueron especialmente duros, incluido un funeral en el que Federer no paró de llorar. Darren Cahill, presente en el acto, se le acercó en un momento delicado para tocarle en lo más profundo: “Lo único que puedes hacer ahora es no fallarle”.
Es aquí donde reside el secreto de la figura de Peter Carter, el significado de su pérdida traducida en una trayectoria sublime durante casi veinte años. Los más osados se atreven a titular que Roger Federer jamás habría sido Roger Federer de no haber perdido a su primer entrenador a una edad tan temprana. Lo que sí sabemos es que en julio de 2003, cuando se tira al suelo tras ganar su primer Wimbledon con 21 años, las lágrimas en su rostro tienen nombre y apellidos. Desde aquel momento, uno de los más crueles que tuvo que afrontar, la cabeza y el corazón de Roger se centraron en explorar su mejor versión para agradecerle a Peter todo el trabajo, la confianza y la fe que siempre puso en él. “Eres buenísimo, pero si tú quieres podrás ser el mejor. No el mejor de ahora, el mejor de siempre”, le solía repetir el australiano, cargándole con el peso de un talento infinito. Veinte años después de su muerte, podemos confirmar que su labor como entrenador, y como persona, fueron excelentes.