
Mucha gente no le ha dado la importancia que merece, pero el regreso de Serena Williams supone el regreso de la mejor tenista que ha visto el circuito femenino en este siglo y parte del anterior. Con 40 velas sopladas y un año completo de ausencia, la estadounidense disputará Wimbledon por 21ª ocasión en su carrera gracias a una WC otorgada por la organización. Sus pies pisarán de nuevo la hierba del All England Club, donde hace justo una década levantaba los brazos al cielo cantando victoria. Fue el día que Serena, por encima de un título de Grand Slam, celebró el triunfo de su vida, la que había salvado quince meses atrás.
Sábado, 7 de julio de 2012. Londres amanece entre nubes y riesgo de precipitaciones, nada nuevo en la ciudad. En unas horas se disputará la final femenina de Wimbledon y en ella estará, una vez más, la indescriptible Serena Williams. Será su séptima final sobre el pasto británico (cuatro títulos), la número 18 en torneos de Grand Slam (trece títulos), datos que empujan a la opinión popular a situarla como gran favorita ante una Agnieszka Radwanska (ocho años más joven) que nunca antes se ha enfrentado a una final de ese calibre. Mientras calientan, encontramos a un hombre en la grada con la mirada perdida. Es Richard Williams, padre y entrenador de la norteamericana, al que solo le cabe un pensamiento en la cabeza: ‘Es un milagro’.
'Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa', así lo define la RAE. El concepto encaja perfectamente en nuestra historia, la cual arranca en el verano de 2010. Serena tiene 28 años y acaba de ganar su cuarta corona en Wimbledon, una postal perfecta que se diluye en los próximos días. Caminando junto a su familia, sin darse cuenta del terreno que le rodeaba, la jugadora pisa unos cristales que terminan desgarrándole un ligamento y dejándole un dedo del pie colgando. La cantidad se sangre es tal que termina desmayándose, la próxima vez que abra los ojos será ya desde el hospital. Una vez allí, los doctores son francos con todo el equipo: existe la posibilidad de que no pueda volver a competir.
La rehabilitación se pone en marcha, Serena no pierde la fe. Sabe que la genética está de su parte, su única labor es cuidar el pie y cumplir los plazos. Lo que no sabe es que lo peor todavía está por venir. Nos vamos al mes de marzo del año siguiente, su regreso al circuito sigue en el aire, así que aprovecha su período de ‘vacaciones’ para disfrutar de uno de los eventos más fastuoso de Hollywood: la gala de los Oscar. Es allí donde sufrirá un nuevo contratiempo. Williams siente que tiene problemas de circulación, nota que le cuesta respirar, no es una situación alarmante pero conoce su cuerpo mejor que nadie, así que no duda en volver al hospital, donde le esperan noticias desagradables. “Tiene una embolia pulmonar”, escuchó tras los oportunos análisis, los que mostraron coágulos de sangre en su corazón. “Si llega usted a venir dos días más tarde…”, pero nadie se atrevió a terminar aquella frase.
Dos cirugías en el pie, ahora el corazón, ¿que sería lo siguiente? Una infección de estómago, lo que hizo que le metieran un tubo de drenaje para ayudar a limpiar el organismo. Fueron meses muy duros para Serena, pero también para su familia. “Cuando ves a alguien a quien amas más que a nadie tan cerca de la muerte, especialmente si se trata de un hijo, con gusto morirías para salvarlo”, aseguró Richard Williams en sus memorias. El esperado regreso no se daría hasta la gira de hierba de 2011, donde cae en cuarta ronda de Wimbledon. Las lesiones han quedado atrás, pero los meses avanzan y a Serena le cuesta volver a ganar un Grand Slam. Se queda muy cerca en el US Open, pero una exultante Samantha Stosur da la campanada. En la primavera de 2012, Virgine Razzano (#111 WTA) dobla la apuesta y fulmina a la norteamericana en primera ronda de Roland Garros. Jamás en su carrera había perdido en el debut de un Grand Slam.
Así es como llega Serena a Wimbledon 2012, en un mar de dudas. Es la Nº6 del mundo, ha ganado trece majors, pero tiene miedo de que ya no vengan más. A lo largo del torneo va sembrando momentos de buen juego –dos primeras rondas sobresalientes contra Strycova y Czink– con momentos de máxima tensión –sets perdidos ante Zheng y Shvedova–. Su padre, que nunca fue el mejor entrenador, se encargó de llevarla de la mano durante toda la quincena, incluso le escribía poemas diarios para motivarla.
“Quería que entendiera que el lugar del que venía era genial pero, sobre todo, que supiera que al lugar al que se dirigía era fantástico. Solo por el hecho de estar jugando este torneo ya tendría que estar eufórica, por eso le insistí que se olvidara todo lo relacionado con ganar o perder: ‘Una vez pongas el pie en la cancha, da lo mejor de ti… pero no el pie que te operaron, el otro”. El buen humor nunca faltó entre ellos, clave imprescindible para que entre ambas hermanas conquistaran Wimbledon en diez de las trece últimas ediciones.
Serena supera en cuartos de final a Petra Kvitova (#4) y en semifinales a Victoria Azarenka (#2). Maria Sharapova, número 1 del mundo en aquel período, no puede defender la final del año anterior al caer derrotada en octavos de final ante Lisicki, lo que provoca una apertura del cuadro que aprovecha muy bien Agnieszka Radwanksa (#3) para avanzar a la final más importante de su carrera. ¿Favorita? Richard Williams lo tuvo muy claro aquel día, aunque alguno hubo que intentó convencerle: ‘Tu hija puede perder el próximo partido’. Pero su respuesta fue inmediata: ‘No, es imposible, no puede perder’. En su libro, Mr. Williams explica al detalle esta dosis de soberbia que no era tal. “Para Serena, la simple sensación de seguir con vida ya era una victoria, prácticamente un milagro, por eso no podía perder. Todo lo demás era banal, inmaterial”.
‘Ready? Play!’. La final arranca y en apenas media hora Serena domina 6-1 en el marcador. En la grada, Martina Hingis pone cara de póker, conocedora a la perfección de aquella sensación de aplastamiento. Todo iba sobre ruedas, lo cual le llevó a relajarse, tanto a ella como a su equipo. La menor de las Williams lideraba 4-2 en el segundo asalto, pero empezó a vacilar, a perder potencia, dejó a la polaca entrar en la pelea y, cuando quiso darse cuenta, había perdido el parcial por 7-5. Radwanska –que venía de vencer a Rybarikova, Kirilenko o Kerber– sacó su orgullo y su talento de campeona, demostrando estar más que preparada para una velada de altura. Lo que no supo manejar fue el parón por lluvia que detuvo el encuentro justo en el momento más emocionante. Ninguna lo sabía, pero esa final se iba a ganar desde fuera de la pista.
Las jugadoras se fueron al mítico hall de los campeones, donde una de las dos escribiría su nombre con letras de oro horas después. Nadie más podía entrar allí... pero ellas sí podían salir. La de Saginaw cruzó el umbral y allí le esperaban su padre y su hermana. ‘Juega con ella de la misma manera que jugaría yo, entonces la vencerás’, le sugirió Venus, la mejor hermana, consultora y entrenadora que Serena ha tenido en su carrera. Su padre, sin querer entrar en aspecto tácticos, fue mucho más sentimental: ‘Sabes que eres la mejor, ahora vuelve ahí fuera para celebrar lo que la vida te ha regalado. No hay nada ahora mismo en el mundo que pueda detenerte’. Los tres se abrazaron, dándose un último impulso de energía para encarar ese tercer set.
Al regresar al palco, Mr.Williams pudo escuchar a escasos metros algunos comentarios del box de Radwanska. ‘¿Te puedes creer cómo está jugando? ¡Le ha ganado un set a Serena! Podemos ganar esto’. Nunca lo reconoció, pero seguro que aquellas palabras le hicieron pensar, aunque fuera por un momento, de que el día no terminaría con su hija en las portadas. Segundos antes de iniciarse el set definitivo, Serena miró a su padre y le sonrió. Fue suficiente, el mensaje había calado.
El 6-2 no admitió réplica, la mejor Serena Williams arrasó sobre la hierba y levantó su 14º Grand Slam. Al día siguiente, Roger Federer conquistaría el 17º, pero eso ya es otra historia. La estadounidense corrió a abrazarse con los suyos, dejando una de las imágenes más simbólicas de la edición. Richard, oculto normalmente bajo unas gafas negras que escondían cualquier emoción, rompió a llorar con la tranquilidad de haberlo conseguido. Su pequeña era pentamcampeona de Wimbledon, igual que su hermana mayor, aunque nada era comparable a la angustia y el dolor que sufrió quince meses atrás. Milagro concedido.
“Lloré profundamente aquel día, pero no por la victoria. Serena había vencido a la muerte, hizo retroceder a todas las fuerzas malignas del infierno, se quedó aquí en la Tierra e hizo de ella su paraíso. Sabía lo mucho que había luchado por vivir, por darse una oportunidad de demostrar lo grande que era una vez más. Y lo consiguió”, relata Richard. Tenía 70 años, había celebrado más títulos que ningún otro entrenador desde el banquillo, pero aquel fue el más especial. Además de la narrativa, sería la última vez que acompañaría a sus hijas en el circuito.
No sabemos lo que pasará dentro tres semanas, desconocemos en qué estado de forma volverá Serena, o quién le tocará en primera ronda, lo que sí podemos asegurar es que es imposible que pierda. Desde el momento en que pise la hierba, ya habrá ganado.